† Es tu Culpa †

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Un mes después de el incidente en el bosque

René Donut

Mi padre, a pesar de tener el ADN del asesino, me enseñó como ser un buen padre. Y quise darle a mis hijos todo lo que me enseñó padre, así que cuando me enteré que lo sería, fui la persona más feliz del mundo... Aunque tenía miedo de que mi primogénita tuviera la misma malformación de mis genes.

Ese 31 de octubre, la vida me dio y me quitó lo más preciado para mí. Así como llegó Muset de fue Ivette; en un suspiro.

Pedí desde lo más profundo de mí que no me hicieran elegir porque hubiera preferido morir yo.

Luego, el 1 de noviembre, tuve que rehacer mi vida siendo padre viudo con una recién nacida. Tenía el departamento donde vivía, pero me mudé a otro lugar, ese solo me recordaba a Ivette y prefería dejarla como un lindo recuerdo.

Muset creció junto a mí y mi hermana Mili, pero tantos años habían pasado, conocí a otra mujer; Dayana, quién me sorprendió por su belleza y perspicacia. Y yo no me di cuenta cuando mi hermana se fue molesta de la casa a los cinco días de mi hijo Dyan.

No me di cuenta cuando Dyan empujaba y miraba feo a Muset, pensé que eran cosas de niños.

No me di cuenta cuando Dayana maltrataba a Muset, ella era muy pequeña.

Y no me di cuenta hasta vi entre su ropa sucia, sangre, y deduje que era por su menstruación.

Y tampoco me di cuenta cuando la policía llegó a mi casa con una orden de arresto por asesinato.

Me acusaban a mí por eso, cuando nadie en el pueblo sabía de mis genes, y tampoco lo había hecho, solo cazaba animales legalmente como medio de satisfacción.

Muset me vio salir con maletas de la casa porque le pedí a la policía que me dejará armar un teatro para que mi hija no pensara tan mal de mí. Ellos dudaron, pero al final aceptaron. Raramente.

Toqué la puerta de mi casa.

—¿Qué pa... —Dyan dió un paso hacia atrás, sorprendido.

—Hola, hijo.

—Papá —pude ver brillo en sus ojos, pero ese mismo desapareció cuando sacudió la cabeza—. Hola, adiós.

Y cerró la puerta, pero la detuve con mi zapato.

—Dyan, porfavor, déjame entrar —le pedí—. Cumplí con la promesa de volver, acá estoy.

—Tú no me prometiste nada —ponia toda su fuerza en cerrar la puerta, me lastima el pie—. Tú se lo prometiste a Muset, ¿y qué le pasó? Murió.

Le hizo énfasis a la última palabra. Tragué saliva al recordar el cuerpo ensangrentado de mi hija en mis brazos.

—Ella no me esperó, pero tú estás bien, Dyan —empujé la puerta con toda mi fuerza. Dyan cayó al piso—. Lo siento.

—¡Vete! —gritó Dayana desde la cocina— ¡Tú vete a tu cuarto! —le habló a Dyan.

Dyan me miró, no sabía si era lástima o tristeza, pero se levantó de el piso y corría hacia el pasillo.

Muset ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora