ᴘʀóʟᴏɢᴏ

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Eran las dos de la madrugada en una noche helada cuándo la hermana Elizabeth Ann acababa de lograr que una pequeña durmiera después de una pesadilla.

La hermana estaba muy cansada después de un largo y ajetreado día en aquel orfanato y lo único que deseaba era ir a dormir para poder estar alerta al día siguiente para con sus niñas.

Mientras se encargaba de asegurarse de que todas las ventanas y puertas que permitían el acceso a aquel viejo edificio estuvieran bien cerradas, un hombre de no más de veintitrés años caminaba apresuradamente mientras presionaba un pequeño bulto sobre su pecho.

Se le notaba cansado y enfermo, pero su mirada se iluminó al vislumbrar aquel edificio: el lion roar orphanage home. Una antigua iglesia que ahora servía como orfanato se alzaba imponente ante el, parecía un castillo con una gran escalinata que lo conducía hacia la puerta.

Con las pocas fuerzas que le quedaban se acercó y llegó al pie de las escaleras. Trataba de recuperar el aire después de caminar por horas, posó su mano sobre la estatua de un león que se alzaba en el barandal de la escalera para después comenzar a subir.

Se arrodilló al llegar a la puerta y bajó el pequeño bulto, mostrando así a su hija de tan solo cuatro meses de nacida. Una pequeña niña de cabello castaño claro y ojos marrones.

La admiró con suma tristeza mientras las lágrimas salían de sus ojos sin cesar. Sin poder evitarlo comenzó a sollozar y con cuidado se acercó a la bebé cuidando de no despertarla y besó suavemente su frente antes de tomar todo el valor que tenía para ponerse de pie, tocar repetidas veces la puerta y salir corriendo de ahí al escuchar unos pasos apresurandose hacia la puerta.

Se escondió detrás de la estatua del león y miró como una monja abría la puerta, asomaba su cabeza por ahí y miraba a todas direcciones. A todos lados menos hacia el suelo.

«Abajo... Mira hacia abajo» imploraba silenciosamente aquel hombre y su corazón comenzó a acelerarse al notar como la monja comenzaba a cerrar la puerta. Se sostuvo de la pata de la estatua mientras comenzaba a sentir desesperación al ver que la anciana no se fijaba en su hija que estaba en el suelo.

De pronto se escuchó un pequeño y suave estornudo que alertó a la hermana y volvió a abrir la puerta, miró hacia el suelo y se llevó las manos al pecho al notar el pequeño bulto en el suelo frío.

Se apresuró a tomarla mientras miraba en todas direcciones sin encontrar rastro de alguien en aquella noche fría, pero no logró vislumbrar a nadie.

El hombre, al notar como la monja volvía a abrir la puerta se sentó sobre el pavimento a modo de escondite para que no lo viera. Aguantó la respiración y la soltó al escuchar el sonido del seguro de la puerta ser puesto.

Se asomó y ya no vio a su pequeña en el lugar en dónde la había dejado. Más lágrimas comenzaban a recorrer sus mejillas, a la vez que una gran sensación de alivio y paz se apoderaban de él al saber que ahora su adorada niña estaría a salvo.

-Ten una buena vida, Amelia.

Susurro para después comenzar a caminar y finalmente desaparecer.

𝔽𝕚𝕟 𝕕𝕖𝕝 𝕔𝕒𝕡í𝕥𝕦𝕝𝕠

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𝒮𝓊𝒽𝑒𝓎

I Choose To Believe (Principe Caspian) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora