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Realidad.

Bogum, desde sus días como un niño temeroso, entendió su propia debilidad. En los momentos en que niños más grandes lo amenazaban, su mano temblorosa ofrecía su almuerzo, como un cordero que ofrece su lana a los lobos. Esta debilidad se manifestó aún más claramente cuando, años atrás, participó sin remordimientos en el secuestro de una mujer embarazada, convenciéndose de que solo seguía órdenes, de que estaba más allá de su control. ¿O no?

Cuando Yoongi, con sus palabras gélidas, le recordaba que eran insignificantes y que no tenían poder, Bogum sentía la vergüenza infiltrarse en sus entrañas. Asentía y tragaba saliva, volviéndose como un niño pequeño que elige la seguridad de la ignorancia para resguardarse.

Bogum suspiraba nervioso al ver su móvil iluminarse por quinta vez, anunciando un nuevo mensaje de Yoongi. Apagaba el dispositivo sin siquiera mirar el mensaje, consciente de que era su compañero recordándole su turno en la sala de los agujeros, aunque llegara quince minutos tarde.

Al salir apresurado de la fábrica, se secaba el sudor de las manos en sus pantalones grises mientras se dirigía hacia su coche. No era la primera vez que llegaba tarde, especialmente en los días donde las dudas y miedos lo acosaban. La pregunta de si era una mala persona hacía que sus manos goteasen aún más, a pesar de considerarse un buen chico.

Al arrancar el coche y salir del aparcamiento, se esforzaba por calmarse. Mordía su lengua con fuerza, saboreando el carácter metálico mezclado con saliva, y respiraba profundamente, obligándose a no dejar que su mente divagara y concentrándose plenamente en la carretera.

Pero, la realidad detrás de esta fábrica retorcida es que no existían agujeros en las instalaciones de la fábrica Jeon. Después de conducir durante una hora y media, Bogum llegaba a la gran puerta metálica de color verde, tras la cual se encontraba el lugar que lo horrorizaba mentalmente: la sala de los agujeros, un sitio tan espeluznante incluso para él, que llevaba años yendo allí de forma regular.

[ 🥩 ]

La obsesión de TaeHyung por la "hora blanca" persistía en su mente, un momento en que alguien, o varias personas, lo habían avistado en las profundidades, dejándolo desconcertado por su permanencia en ese lugar. A pesar de que sus heridas sanaban y su cabello estaba pulcramente arreglado, continuaba atrapado en la penumbra subterránea.

Aunque la idea de escapar siempre rondaba su mente, el posescape y sus implicaciones tampoco se disipaban. En algún punto, TaeHyung notó la pérdida progresiva de su cordura. Este reconocimiento surgió cuando empezó a dormir sin temor, permitiendo las caricias de JungKook y buscando su calor cuando el frío de la oscuridad parecía desequilibrarlo mentalmente.

La incertidumbre acerca de su futuro, incluso si lograba liberarse, lo acosaba. Toda su vida transcurrió en reclusión; los primeros años, encerrado en un entorno saturado de productos químicos y aromas inmaculadamente limpios, compartiendo la oscuridad con su hermano. Durante esos momentos, aguardaba con ansias que la puerta se abriera y que la mujer que solía jugar con ellos o hacer preguntas incomprensibles acariciara sus cabezas. Sin embargo, un día todo cambió, y esa mujer y el hombre que solía ver no regresaron por él. Fue arrancado de su encierro y trasladado a una nueva ubicación, confinado en una oficina blanca, donde un hombre de cabello castaño, inexplicablemente, lo obsequiaba con objetos brillantes y acariciaba su cabello con vehemencia.

Experimentaba autodesprecio al no comprender los sucesos circundantes, desconcertado por el constante cierre de puertas que le impedían la libertad, y sin entender la razón de las interacciones clandestinas y escondidas con él. Aquella noche, cuando su hermano desapareció y lo dejó atrás, rechazó sentir ni el más mínimo indicio de tristeza. En su imaginación, su hermano había corrido por los blancos pasillos, escapando de los individuos con batas, atravesando las impolutas paredes y llegando a un lugar auténticamente puro y sosegado. Un espacio donde todos ansiaban participar en juegos de muñecos y palmadas, sin cerrar puertas ni agujeros, un espacio liberado.

— Me pregunto dónde está ahora... — Jugueteando con sus propias manos, acariciándolas y observando detenidamente el movimiento de sus dedos, TaeHyung rompió el silencio habitual del agujero. Al pronunciar esas palabras, notó cómo la bestia elevaba su mirada, sus ojos nocturnos fijándose en él desde el extremo opuesto, como un animal alerta.

— Mi hermano. — El joven dirigió su mirada hacia la criatura frente a él, explicándole directamente de quién hablaba: su hermano menor, Jimin, quien desapareció cuando ambos tenían cinco años, en una noche donde el molesto sonido de una alarma resonaba incansablemente en las paredes. — Tenía mejillas prominentes y cabello rubio que, en ocasiones, casi iluminaba la oscuridad... — Con cierta vacilación, rió. — La verdad es que apenas recuerdo cómo lucía.

JungKook absorbía con meticulosidad cada gesto y expresión. Se asombraba constantemente al observar a TaeHyung en acción. La magnitud de la sonrisa que iluminaba el rostro del rubio al referirse a esa figura era tan amplia y resplandeciente que la bestia se sintió ligeramente abrumada ante la curiosa sensación que surgía recientemente en su pecho. Experimentaba un deseo profundo de permanecer eternamente con TaeHyung, y JungKook reconocía la modalidad para compartir la eternidad con alguien, pues ya lo había descubierto en el pasado.

TaeHyung evocaba con nostalgia a alguien que, al parecer, echaba de menos, una comprensión que JungKook había captado. Describía con melancolía a un niño rubio, de mofletes regordetes y figura esbelta envuelta en una larga camisa azulada. A medida que hablaba, JungKook percibía cómo una imagen se repetía en su mente.

— Jimin. — Pronunció JungKook con simplicidad, sentado en el suelo con los brazos en las rodillas y la mirada fija en su futuro manjar.

Su discurso se vio interrumpido abruptamente, su boca conteniendo las palabras en un silencio tenso. TaeHyung experimentó un acelerado palpitar de su corazón al oír el nombre de su hermano menor. Su mente indagaba incesantemente, tratando de conectar cada neurona en busca de una respuesta coherente acerca de por qué JungKook había mencionado el nombre de su hermano, quien se esfumó cuando ambos tenían apenas cinco años.

— ¿Cómo sabes su nombre? — Inquirió TaeHyung, notando la fractura en su propia voz.

JungKook guardó silencio, súbitamente sintiendo que había cometido un error. ¿No era Jimin el tema de conversación entre ellos?

— ¿Lo conoces? — La voz de TaeHyung experimentó un cambio notable, ahora imbuida en una desesperación palpable, anhelando respuestas ante las incógnitas que, con el pasar de los segundos, se acumulaban en su mente. Sus ojos se fijaron en la bestia, que asintió, ligeramente intimidada. — ¡¿Dónde está?! — Un gruñido resonó en todo el agujero cuando TaeHyung se levantó precipitadamente del suelo, hundiendo sus uñas recortadas en la piel desnuda de los hombros del hombre sentado, quien lo observaba ahora con perplejidad. JungKook gruñó ante la reacción violenta, y al escuchar la misma pregunta repetida varias veces, supo que debía dar una respuesta.

En la culminación de la exclamación final de TaeHyung, instando a conocer el paradero de su hermano o si había tenido algún avistamiento, la criatura aprehendió la mano del rubio y, pausadamente, la condujo hasta posicionarla sobre su región abdominal. En un instante de silencio expectante, TaeHyung contempló el semblante risueño de la bestia, quien, colocando con regocijo la mano del rubio aún más sobre su estómago, proclamó con énfasis:
— Jimin está aquí.

「 BODY 」kookv. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora