Una mañana como cualquier otra, nuestro querido argentino se encontraba en su cocina.
Ésta era bastante grande, en medio tenía una mesa redonda, el típico piso de baldosas blancas y negras, las paredes amarillas, y después lo normal: la heladera (o refrigerador), el horno, una bonita mesada blanca, un pequeño mueble donde guardaba todos sus comestibles y otro donde guardaba platos, vasos, cubiertos y demás.
Seguramente pensarán que habrá ido a comer o a cocinar... y la verdad es que el único que se estaba haciendo algo de comer ahí era Bs. Aires (él tenía el pelo corto y rubio, ojos celestes y un poquito pasadito de kilos).
Como se le había antojado un pan con mortadela y mayonesa, andaba por ahí tranquilamente, aunque ya estaba al tanto de lo que pasaba.
Tomó asiento, y se quedó viendo a su padre, quien miraba su celular como si le fuera a morder.
– ¿Y? ¿Para cuándo? – le preguntó Bs. Aires.
– ¡Dejame tranquilo! – dijo Argentina con evidentes nervios.
– ¡Dale pa! ¡Sólo la llamás y le pedís que salgan! ¡Tampoco tiene mucha ciencia! – da un mordisco a su pancito.
– ¡Ya sé!
– ¡¿Y por qué no lo hacés?! ¡Ya hace como media hora que andás viendo el teléfono!
– ¡Es que capaz está ocupada!
– ¡Ah, no sé! ¡Yo hace un ratito me escribí con Montevideo y me dijo que ya llegó a su casa!
– ...¿Y vos desde cuándo hablás con él?
– Yo también hago amigos, aunque no salga nunca de mi cuarto... – da otro mordisco a su comida, lo señala, pero traga primero – ¡Igual, no cambiés de tema! ¡Llamala!
Argentina ve nuevamente el celular, todavía se sentía inseguro.
– Dale pa' – lo animó Bs. Aires – , ¡yo estoy seguro de que va a decirte que sí! – y lo mira pícaro – ¡Además, quiero ver cómo hacer caer a una nena a tus pies! ¡Yo también quiero aprender!
– Bueno... reconozco que tengo mis trucos. – se infla un poco el pecho.
– ¡Por eso pa'! ¡Llamala! ¡Es más! – le agarra el celular – ¡Yo le marco!
– ¿Pero y tus lentes?
– ¡Veo bien! ¡No preciso!
– Pero...
Pero la provincia no lo dejó terminar porque enseguida le devolvió el teléfono pronto para hablar.
Por cada segundo que pasaba sin contestar, el corazón del ojiceleste latía con fuerza, las manos le sudaban y el nudo en su garganta era tan grande que apenas podía tragar saliva, pero esta vez estaba listo.
Y cuando sintió que contestaban, se apresuró a hablar con voz grave y coqueta:
– ¡Hola cachorrita, ¿cómo andás?! Escuchame diosa, tengo ganas de que te pongas bien chula para salir a dar una vuelta conmigo. Avisame cuando puedas y estés pronta, y vas a ver lo bien que la vas a pasar conmigo. Chaucito... – toma aire – ¡Te amo!
Y colgó, golpeando en el proceso el teléfono contra la mesa.
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Enamorado tuyo (ArgUru Countryhumans)
Fiksi PenggemarArgentina está enamorado de Uruguay, pero es demasiado orgulloso y miedoso como para decírselo.