Era una tarde tranquila, había terminado de llover y podían apreciarse las nubes teñidas por atardecer.
En ese momento, el argentino estaba conduciendo.
¿Y a dónde iba? Bueno, a un faro cerca del mar: la uruguaya lo había citado a juntarse en ese lugar.
Lo que no le quedó del todo claro era si lo iba a esperar al pie del faro o dentro del faro... si iba a ser lo último ya dio por hecho que tenía que subir unas cuántas escaleritas.
Cuando llegó, se cubrió un poco con la campera, porque corría un viento frío que lo hizo temblar.
Y allí la vio, en lo más alto...
– ¡¡URUGUAY!! – le gritó desde abajo.
– ¡¡ARGENTINA!! – gritó ella desde arriba – ¡¡VENÍ!!
– ¡¡¿PERO HASTA ALLÁ ARRIBA ME VAS A HACER SUBIR?!!
– ¡¡DALE, NO TE QUEJÉS Y VENÍ!! ¡¡TRAJE MATE!!
El argentino no dijo nada más y se dedicó a subir las escalera, agradeció que estaba en buena condición física porque sino probablemente se moría en el décimo escalón.
A la media hora llegó, mientras decía:
– Loca... ¿no pudiste elegir un faro más chico?
– Tenía el de Colonia... pero ese anda de mantenimiento. – contestó ella.
El argentino se apoyó al igual que ella en el barandal, y pese a sentir el ardorcito de sus pantorrillas, no iba a negar que la vista era sencillamente hermosa.
– ¿Querés mate? – ofreció ella.
– Sí.
Hablaron un poco, poniéndose al día con sus cosas y lo que les ocurrió durante la semana.
Hasta que en un punto, se quedaron en silencio, pero que no inquietó a ninguno de los dos, sino todo lo contrario.
Ambos perdieron sus miradas en el mar, contemplando como aquellas preciosas nubes se reflejaban en él, cada tanto las gaviotas surcaban los cielos, de vez en cuando jugando con las pequeñas olas.
El viento aún soplaba, llenando sus pulmones de ese característico aroma marino que enfriaba sus mejillas, pero nada mejor que el sabor y el calor de un mate amargo para ignoralo.
Le tocó el turno al argentino, pero él no tomó enseguida: se quedó contemplando un instante la bebida, o más bien, eso parecía, porque su pensamiento sólo estaba centrado en una cosa.
Contempló el mar de nuevo, y sólo después de dar un pequeño sorbo, susurró:
– Uruguay...
– ¿Qué?
– ... Te quiero.
La uruguaya fijó su mirada en él, pero este no la miraba, en cambio, se ponía a jugar suavemente con el mate en sus manos, mientras un sonrojo nuevo aparecía en él.
– Desde el primer día que te vi... – continuó – No tenés idea de lo muchísimo que te llegué a querer... – sonríe – Tanto... que cada vez que asisto a las reuniones, y me dicen que estás... sólo con saberlo, me hacés sentir una felicidad que no te imaginás. Pero cuando me decían que no estabas... Era verte el lugar donde te sentás siempre, y sentir como ese vacío... ese sentimiento de querer que estuvieras, ¿entendés?
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Enamorado tuyo (ArgUru Countryhumans)
Hayran KurguArgentina está enamorado de Uruguay, pero es demasiado orgulloso y miedoso como para decírselo.