Capítulo 3

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El desconocido avanza lentamente con el mentón bajo y los ojos fijos en ella de tal forma que despierta en mi un cierto malestar. 

— ¿Quién eres? — inquieren determinantes mis superiores ante la actitud prepotente del forastero.

— Da otro paso más — hace una pausa acortando la distancia — y te mando de regreso a tu casa de una patada.

— Senji, que encantador que eres — el sinvergüenza le desafía — pero no vengo a por ti, te has librado porque con mucho gusto te haría tragarte tus propias palabras.

— Kontororu — interviene Takeshi con un tono tajante y autoritario.

— Haz caso a tu líder, como el buen perro que eres.

A mi alguien me llega a decir eso y lo mando de vuelta y media al hospital.

— ¿Pero que ven mis ojos? — expresa el chico con una sonrisa abierta — si también está Hyodou el silencioso.

De inmediato mis ojos van directos al chico aludido que muestra una actitud neutral ante el descaro de ese imbécil.

— Y como no, mis dos hermanos favoritos — los señala con una sonrisa falsa — Saito y Ryo los hijos de papi — mira a Takeshi.

La tensión aumenta gradualmente cada vez que ese chico abre la boca mientras avanza por la sala como si estuviera en su casa hasta que finalmente se posa delante de la chica.

— Tú.

Desliza su mano cerca de su brazo vendado con una sonrisa de medio lado hasta que de pronto la agarra con fuerza al mismo tiempo que con su otra mano sujeta su dulce rostro.

Una parte de mi desea intervenir y partirle le cara, pero todos los presentes en la sala se muestran tensos ante su acción y la idea de no poder hacer nada me cabrea lo suficiente para apretar mis puños al ver como la sujeta con superioridad.

— ¿No vas a decir nada Takeshi? — esboza una sonrisa con un tono de burla.

— No juegues con fuego.

El chico frunce las cejas mirándolo con odio.

— No sabes que dolor de cabeza me causaste ayer. Por tu culpa tengo a todo el mundo detrás de mí cabreados porque has interceptado mi mercancía.

Aprieta el agarre del brazo donde está herida al mismo tiempo que el de su rostro y a pesar que ella trata de soltarse no logra zafarse de él, ya que no le permite liberarse.

— Me alegro — responde la chica con seriedad hasta que poco a poco comienza a formarse una ligera sonrisa de boca cerrada en su rostro angelical.

— ¿Te estas riendo de mí?

— ¿Tú me ves reír?

— Deberías de medir tus palabras, querida.

— Y tú tus acciones — contesta al segundo retándolo con la mirada con firmeza.

Él cierra los ojos y aprieta el agarre de su mandíbula con fuerza, pero en cuanto exhala y abre los ojos, abruptamente la empuja con fuerza contra la mesa que se encuentra a su izquierda.

La escena pasa lentamente ante mis ojos que veo como su cuerpo impacta contra la mesa y acto seguido suelta un chillido de dolor que resuena tanto en la sala como en mi mente despertando tanto en mi como a todos los presentes: Nuestro instinto primario.

— A mí no me hables de esa forma — espeta exaltado mirando a la chica que con la cabeza agachada aprieta sus ojos del dolor que siente.

— ¡Alto! — gritan nuestros superiores al ver que todos queremos intervenir.

Kühn ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora