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Pablo

—¿¡Dónde está!? —grité tanto que seguro me escuchó hasta mi familia de sevilla.

—Señor, solo pueden acudir familiares. Usted no lo es... —la enfermera se colocó sus gafas seriamente. No sé como puede estar tan tranquila.

—¡Soy su no...

—Prometido. Es su prometido, así que por favor, déjele pasar.

Una melena rubia vino a rescatarme. Se la veía destrozada, pero en ese momento solo me interesaba verla a ella.

La enfermera nos miró a ambos con el ceño fruncido. Mi paciencia estaba agotándose a segundos que pasaban, cada vez se me hinchaba más la vena y cada vez quería más estrangular a esa mujer.

—Son muy jóvenes, guárdense las mentiras para otra persona —soltó. Se acabó, mi nivel de cabreo ha cruzado sus límites.

—Mire, he aguantado suficiente. La chica que está ahí dentro es el amor de mi vida así que si no me deja entrar por las buenas, no duraré en hacerlo por las malas. Y sí, tal vez no sea mi puta mujer, pero ojalá lo fuera porque es mi razón de vivir así que, si usted no ha querido a nadie nunca como yo quiero a Luna Martínez, no es mi puto problema.

Todo el hospital hizo silencio. Solo se escuchaba como Claudia sorbía su nariz, pero no por lo que acababa de decir, si no por lo que ha pasado. La enfermera volvió a mirarnos a los dos y con una cara seca y asquerosa, realizó un movimiento con la cabeza el cual indicaba que por fin podía entrar a verla.

Lo primero que hice fue abrazar a Claudia, quién se rompió en mis brazos. Intenté mantener la calma y mi llanto al margen, pero ver cómo ella estaba así significaba que todo ha sido mucho más fuerte de lo que creía. Todo por un puto loco que iba al volante, ni siquiera sé si era por ir borracho o no. Y no solo estaba enfadado por toda esta situación, si no porque Luna me había mentido. En teoría había ido con Claudia y mi conciencia estaba tranquila con eso, pero la realidad era que solo había estado con la rubia un periodo corto de tiempo porque tenía que irse a hablar con Violeta. No es que desconfie de la pelinegra, pero tampoco me da la suficiente tranquilidad y más sabiendo el pasado que tienen ellas. Si me hubiese avisado... al menos... Que tampoco somos nada para que me diga todo lo que hace, y aunque lo fuésemos cada uno tiene su espacio y privacidad. ¿Pero quedar con Violeta a escondidas? ¿Qué es lo que quería ocultar?

Daniela, la madre de Luna, se acercó en cuanto me vio y me dio un abrazo. Tenía el rímel corrido y un pañuelo en sus manos. Y aún así, con su hija en una de las operaciones más complicadas, se dignó a preguntarme a mí que qué tal estaba.

—¿Cómo estás tú? ¿Cómo va la operación? —solo con saber que ya estoy dentro, me sentí más aliviado.

—Aún no sabemos nada. —su hermano apareció rodeando a su madre porque esta rompió en llanto.

Miré hacia otro lado y me pasé las manos por la cabeza. Me mordí tan fuerte el labio por la frustración que me hice hasta un poco de sangre, pero en ese momento no era eso lo que me importaba.

—¡Joder! —grité al aire.

—Gavi, tranquilo —la rubia volvió a mi lado.

Estaban todos tan destrozados. La espontaneidad de Rubén no estaba; la seriedad acompañada de un atisbo de alegría de Sira, tampoco aparecía por ninguna parte, solo unas lágrimas que caían sin llanto mientras Ferrán la abrazaba; y Claudia, con su gran alegría que deslumbraba por cada zona en la que pasaba... Ahora era todo penumbra, todo oscuridad.

—No puedo estar tranquilo, Claudia —aseguré.

—Va a salir a todo bien —insistió.

—¿Y si no es así? ¿Y si sale todo mal, Claudia? No pienses tanto en positivo por una vez, joder —me sentía mal por pagar mi frustración con ella, pero por una parte sé que es de las pocas que más me conoce en esta sala. Todo gracias a la persona que se está jugando todo o nada en una sala de operaciones.

Thinking about you; p.gaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora