Estoy sentada en el suelo de tierra embarrado agarrándome la cabeza con las manos y lloro como si me estuvieran matando a mí, Meggie ya no está, solo veo piernas acercarse a mi y siento algo que me perfora el pecho, es insoportable.
-Ya basta, para ya.
Oigo la voz de Alexander cerca de mi cara pero no soy capaz de levantar la vista, me balanceo de adelante atrás abrazándome las piernas, no puedo detener el llanto y la presión del pecho aumenta, me oprime y me desgarra desde dentro. Chillo desesperadamente y siento que alguien me levanta del suelo, me sacudo y pataleo, solo quiero estar sola y quieta. Mi puño alcanza, sin pretenderlo, la mandíbula de Alexander, que gruñe molesto por el golpe y me sujeta con más fuerza y firmeza.
-Te has pasado Michael- murmura Óscar caminando a nuestra espalda.
Las lágrimas siguen rodando por mis mejillas mojándome el cuello de la sudadera.
Cuando llegamos a casa me encierran en mi habitación con llave, oigo el chirrido de las patas de una silla cuando la arrastran por el suelo y la ponen contra el pomo de la puerta, para asegurase de que no salgo de aquí. Aporreo una de las paredes con rabia, chillo hasta que me arde la garganta y golpeo la superficie dura hasta que tengo los nudillos en carne viva, no soy consciente del dolor ni de la tristeza que me invade. La rabia y la impotencia me recorren de pies a cabeza.
Me dejo caer al suelo con la espalda apoyada en la pared y escondo la cara entre las manos sollozando, pero los lloros no duran mucho. Trato de imaginarme lo que haría Louis en esta situación, seguramente me rodearía los hombros con un brazo y diría cualquier tontería para hacerme reír. Le echo de menos, y dios sabe dónde está ahora mismo haciendo quien sabe que. Me lo imagino, con dos pies izquierdos, cargando con una metralleta en el hombro, vestido con un horrible uniforme militar manchado y mal oliente, seguramente le habrán rapado la cabeza y quitado el collar negro con la placa de plata que siempre llevaba puesto.
Sacudo la cabeza respirando hondo y me paso el dorso de la mano por la cara para limpiar los restos de lágrimas. He perdido la noción del tiempo y no sé si llevo ahí horas o simplemente unos minutos. Pego un bote en el sitio cuando oigo un chasquido en el otro lado de la puerta, me incorporo con dolor de cuello y me aparto andando de espaldas hacia la ventana. La puerta se abre y no puedo evitar un estremecimiento. Alexander asoma la cabeza y me mira a los ojos, lleva algo en las manos, pero lo veo borroso.
-¿Mejor?-Pregunta entrando y cerrando tras de sí.
Le miro sin decir nada y pego mi espalda a la pared fría y áspera. Ladeo la cabeza apartándome un mechón suelto de la cara y me miro las puntas de las deportivas. Oigo sus pasos cerca de mí y deja lo que traía en la cama.
-Son tus gafas... las encontré tiradas en el camino de gravilla- Susurra no muy seguro de sus palabras.
Desvía la mirada incómodo por mis silencio y se sienta en el borde de la cama apoyando los codos sobre sus rodillas. Levanta la cabeza para clavar la vista en mí. Me ruborizo completamente cuando me recorre de arriba abajo sin vergüenza alguna.
-Esto... disculpa a Michael, no se controla muy bien aún y tiende a ser muy bruto algunas veces.
Me encojo de hombros restándole importancia y me paso la lengua por los agrietados labios.
-¿Por qué no puedo marcharme?- Pregunto de repente cruzando las manos a la espalda, sin apartarme de la pared.
Me balanceo sobre los talones esperando su respuesta. Parece confuso, se pasa una mano por la frente y enreda los dedos en su pelo, peinado hacia arriba, como en un extraño y mal hecho tupé.
-Porque te matarán si te encuentran, y porque todo el mundo te necesita para acabar con Arnold- Responde ladeando la cabeza.
Tuerzo los labios sin entenderlo del todo y me fijo en su cara, creo que debería replantearse la longitud de las patillas. Se le nota la barba de varios días y tiene las ojeras algo marcadas. Tras un largo rato observándole llego a la conclusión de que más o menos tendrá unos 25 años
-No quiero, quiero irme a casa, con mi madre...y mis hermanos...- Susurro y pestañeo para espantar las lágrimas.
Alexander se levanta y le crujen las rodillas al estirarse. Me pasa las gafas con cuidado. Al ponérmelas detecto que las ha limpiado antes de traérmelas. Me las pongo y sonrío aliviada al ver claro otra vez. Le miro cuando se dirige a salir y le detengo agarrándole del brazo delicadamente.
-¿Qué...hora es?- Pregunto con la voz ronca.
Me mira a los ojos algo confuso por la pregunta y se saca un teléfono móvil del bolsillo. Abro mucho los ojos, a las personas de mi edad no nos dejan tener, a las personas en general... Es alargado y ancho, pero muy fino y de color plateado
-Son las cinco de la mañana.- Anuncia antes de volver a guardar el aparato en el bolsillo trasero de sus vaqueros.
Asiento despacio. Cuando sale vuelve a cerrar con llave, pero se lleva la silla. Sonrío de lado al escuchar sus pasos alejarse y me siento en mi cama mirando a un punto perdido en la pared. Como estoy cansada y dolorida no tardo en quedarme dormida envuelta en las cálidas mantas de la cama.
Sueño con mi hermana, con mi padre y con Óscar...
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