Cuando el coche tuerce para meterse por un camino pedregoso lleno de baches ya está amaneciendo, el sol asoma por entre las montañas lejanas en el horizonte y el cielo adquiere un tono anaranjado en mi opinión precioso. Me froto los ojos a la vez que me incorporo irguiendo la espalda.
-¿A dónde vamos exactamente?- Pregunto con la voz ronca, me aclaro la garganta frunciendo el ceño.
-Lo verás cuando lleguemos, es difícil de explicar-. Responde tranquilo. Sus labios se curvan hacía arriba mostrando una amplia sonrisa.
Ladeo la cabeza para mirar por la ventanilla, el camino es largo y bastante ancho, centenares de árboles se alinean a ambos lados de la ruta y pasan rápido a nuestros lados, los pájaros vuelan bajo junto al todo terreno. Miro hacia atrás; el coche levanta una gruesa polvareda según pasamos por encima de las piedras y la arena. La hierba en ciertos tramos es muy alta, casi más alta que el coche, y verde, muy verde.
Estiro un brazo y bajo la ventanilla para asomar la cabeza un poco y respirar el fresco aire primaveral. Saco una mano algo temerosa y rozo la hierba con la punta de todos mis dedos, la sensación es reconfortante pero no del todo, cada vez que cierro los ojos veo el cadáver de mi padre sobre el entarimado, el charco de sangre bajo su cuerpo y después el disparo de Alexander arrebatándole también la vida al asesino de papá.
Sacudo la cabeza tratando de deshacerme de esos pensamientos y escondo las manos bajo las mangas de mi sudaderas gris. Alexander cambia de marcha acelerando un poco. Miro al frente y entre los árboles veo una casa enorme, de tejado negro y paredes de madera de color marrón bastante oscuro, echo la cabeza hacia atrás intentando ver mejor la fachada; es muy alta y grande, un balcón en forma de media luna ocupa la parte superior de la pared frontal. Aparcamos justo en frente, sobre el suelo de gravilla, me quedo quieta en el asiento mirando la casa boquiabierta. La puerta del copiloto se abre y miro a Alexander cerrando la boca, me quito el cinturón de manera torpe y salgo del coche tropezándome y agarrándome a los duros y musculosos brazos de Alexander, nuestras miradas se cruzan durante unos segundos que parecen ser eternidades y noto el rubor subir por mis mejillas, aparto rápidamente la vista y me aparto de él frotándome los brazos con las palmas de las manos.
Oigo una puerta abrirse y cerrarse, distingo las pisadas de muchos pies correr hacia nosotros, me inclino hacia un lado y distingo a dos chicos y dos chicas venir en nuestra dirección;los dos chicos parecen ser más mayores que yo, son altos y de pelo castaño claro, puede que hermanos; las chicas sonríen, la pequeña, de unos seis años, corre hacia Alexander agarrado su osito de peluche por una de sus peludas patas.
-¡Alex, Alex!- Grita con voz aguda con cuidado de no tropezar con la falda de su largo vestidito azul adornado con flores de colores.
Él aludido abre los brazos sonriendo y la levanta del suelo lanzándola por encima de su cabeza, la recoge al vuelo mientras la niña ríe y se abraza a su cuello.
-Solo he estado fuera un día Eli.
La estruje entre sus brazos de manera cariñosa y la deja en el suelo tras unos segundos. La otra chica es alta, de pelo castaño muy largo, piel más oscura que la mía (cualquier piel es más oscura que la mía), enseña una sonrisa llena de dientes muy blancos, es deslumbrante. Se acerca a él y le besa, trago saliva bajando la mirada y cruzo las manos a la espalda. Algo tira de la costura de mi jersey y ladeo la cabeza mirando a Eli.
-¿Tú quien eres?
Me aclaro la garganta sin saber bien como contestar a su pregunta y con voz ronca y temblorosa consigo contestar:
-Soy Daniela...
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