Capítulo 16

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Todavía no estaba lista y al escuchar como llamaban a la puerta de mi departamento, supe que me enfrentaría a la impaciencia de alguien que a diferencia de mí, en esta ocasión si había sido puntual.

—No estoy lista —fue lo primero que dije al abrir la puerta.

Nathaniel enarcó una ceja para nada satisfecho. Él sí estaba vestido, llevaba unos pantalones de vestir que por atrevimiento noté que resaltaban un punto importante de su cuerpo, también una camisa lisa y un abrigo que colgaba de su brazo marrón oscuro.

—Ya lo he notado —sus ojos esmeralda hicieron una rápida inspección sobre mi bata de baño—. Eres consciente de que vamos tarde, ¿cierto?

—Si, soy consciente Nathaniel —dejé la puerta entreabierta y me moví rápido hacia mi sala en búsqueda de los condenados zapatos—. Es solo que no encuentro los tacones.

Oír sus pasos acercándose por el suelo de madera de mi entrada, ahora mismo me generaba una rabia interior que ni el mayor de los huracanes sería oponente digno de comparación.

—No puedo imaginar el por qué.

Me arrodillé sobre el suelo y gateé entre mis cosas rebuscando bajo el sofá olvidando por completo que, número uno, solo llevaba una bata sobre la ropa interior, número dos, él estaba en la misma sala, número tres, él estaba DETRÁS de mi.

Estiré mi brazo bajo el sofá reconociendo varios paquetes de pañuelos abandonados que Rufus había destrozado en su horario de juegos que duraba un tercio de lo que abarcaba su hora de sueño. Entonces, mis dedos rozaron lo que pareció ser un tacón.

—Creo que aquí... —jalé de ambas puntas—... están.

Descubrí que mis tacones no estaban tan demacrados como podría imaginarse luego de un largo periodo viviendo bajo la mugre del sofá de la sala.

Antes de levantarme del suelo, noté que Nathaniel llevaba mirando un punto fijo de la sala dándome media espalda. Por lo menos me alivio saber que seguía siendo un caballero como para no incitarse a espiar el color de mis bragas, y que eso no solo era parte de su paquete premium de novio por alquiler.

—Puedes sentarte.

Acomodé la bata por si acaso al reincorporarme.

—¿Dónde?

Sus ojos hicieron un recorrido por mi sala y fue entonces que noté que no lo preguntaba con cierto gesto descortés, sino que lo preguntaba seriamente. No había siquiera un rincón libre donde poder decir "bueno, esto por lo menos es un poco más higiénico que lo anterior".

—Aguarda —quité algunos almohadones del sofá, unas revistas de hace ya unas cuantas temporadas atrás, unos libros de cocina y por último, unos pares de medias que intentaba reencontrar con su par la semana pasada—. Listo, todo tuyo.

Nathaniel no se veía para nada convencido.

—Te lo... agradezco.

Nunca en mi vida había visto a alguien tan asqueado y preocupado al mismo tiempo por tomar asiento en una casa ajena. Sujetando su abrigo sobre sus muslos, como si no quisiera que se contagiase de la mugre que lo acompañaba a su alrededor, miró a los costados.

—¿Tardarás mucho más? —sus ojos suplicaban auxilio.

—No —sonreí. Claro que tardaría, tardaría una eternidad si no fuese porque no quería darle la satisfacción a Dylan y Julia de poder castigarnos lo suficiente con sus halagos luego de las disculpas por la tardanza—. Supongo que lo que tarda un alcohólico promedio en terminarse una botella de vino.

𝐀𝐋𝐐𝐔𝐈𝐋𝐄𝐑 𝐃𝐄 𝐏𝐀𝐑𝐄𝐉𝐀𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora