Caminando entre vivos

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   "los monstruos son tragedias bélicas. Ellos nacieron demasiado altos, demasiado fuertes, demasiado pesados. Ellos no son malos porque quieren, esa es su tragedia. Ellos no atacan a las personas porque quieren, lo hacen por su tamaño y fuerza, no les queda de otra mas que defenderse"
   -Ishiro Honda

   Un soldado abre las puertas de un bar con su uniforme estropeado; está rasgado en diferentes lugares, sucio de polvo y salpicaduras de sangre seca, su chaleco antibalas estaba lleno de agujeros al igual que distintas partes de su uniforme.

   Todo el bar quedó en completo silencio al ver a este completo desconocido que dado a su aspecto parecía un muerto viviente pero la fuerza de su pisar demostraba lo vivo y recto que estaba, pues cada una de sus pisadas se hacía escuchar en todo el bar, todas las miradas lo seguían mientras caminaba hacia la barra y este ni siquiera llego voltear a los lados.

   —Pero miren que tenemos aquí —dice el cantinero tras la barra de manera burlesca—. Parece que nuestro hombre no sabe que aquí no celebramos el día de brujas.
  
   —Deme una caja de cigarros —le dice el soldado al cantinero al tiempo que se sienta, coloca su casco sobre la barra y todo el bar se ríe de él.

   —Seguro, una caja de cigarrillos a la orden —dice el cantinero mientras que que nota que huele a pólvora, toma el pedido y se lo da al soldado—. ¿Necesita algo más? "Soldado"

   —Claro —responde el soldado al tiempo que saca un mechero y enciendo el cigarro—. Una de whisky, del que sea.

   —Un buen trago de whisky a la orden —dice el cantinero mientras empieza a servir el vaso pero a este le tiembla el pulso dejando caer un poco de licor en la barra al darse cuenta que el casco del soldado tenía un agujero que lo pasaba de lado a lado.

   —¿Que pasa? —pregunta el soldado mientras que se toma su whisky de un solo trago y golpea el vaso de vidrio sobre la barra de manera bruta.

   —Que creo que te tomaste lo del disfraz muy enserio —responde el cantinero con su tono burlesco.

   —Este es el noveno uniforme que me he puesto durante estos 4 años de guerra.

   —Ja, ja, ja, ¿estás de broma?

   —¿Acaso me ves una sonrisa pintada en la cara?

  —Ja, ja, oye payaso —dice el cantinero borrando su sonrisa y acercándose al soldado—. ¿Por qué mejor no te largas de mi bar?

   —¿Donde está mi otro trago? —dice el soldado mientras que más de la mitad del bar se levanta de sus asientos y se acercan a este con intenciones de golpearlo.

   —Estás acorralado, será mejor que te salgas por las buenas.

   —¿Que donde está mi otro trago?

   —Cierren la puerta, vamos a darle una pequeña lección al soldadito.

   —Ahora te mostraré porque mi uniforme está hecho añicos y yo no —dice el soldado gravemente y luego sus ojos brillaron amarillo eléctrico.

   En pocos minutos después el cantinero atravesó la puerta de entrada de su bar, quedando en el suelo quejándose del dolor provocado por su brazo izquierdo dislocado mientras que el soldado sale del bar con su vaso de whisky en mano dejando atrás a varios heridos adoloridos por la golpiza que les dio el soldado.

   Mientras caminaba por las calles las personas no podían evitar mirarlo y alejarse de su camino, el solo seguía sin prestarle atención a nadie, con una cara carente de emociones pero con el aspecto que rebosaba un dolor que iba más allá de lo cotidiano, su andar era inexplicablemente particular, caminaba recto, enfatizando la fuerza de sus pasos pero a la vez dejaba ver que arrastraba un peso, su ser lograba transmitir todo esto a todo aquel que lo veía caminando por las calle de su ciudad natal.

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