Nicole Maybank es la mejor patinadora de la isla con un pie en las próximas olimpiadas. Connell es el mejor jugador de hockey y el próximo súper fichaje de la National Hockey League. Sus vidas siempre han estado conectadas gracias al hielo, pero Nic...
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NICOLE MAYBANK
La gente dice que cuando vives una situación de injusticia, tu mente manda unas reacciones a tu cuerpo y actúas por mero subidón de adrenalina al ver que la persona afectada no está siendo socorrida por más nadie. Tu mente no puede evitar pensar que, si tu estuvieras en su misma situación, te gustaría que alguien saliera a tu rescate y te ayudara. Que no te dejaran sola ante una posible amenaza.
Supongo que eso fue lo que me impulsó a cerrarles la boca a todos mis compañeros de patinaje. Nunca fui partidaria de que el hockey fuera de mi agrado, de hecho, no me gustaba mucho estar presente en ninguna de sus competiciones. No porque Connell estuviera en el equipo y hubiéramos tenido un encontronazo bochornoso que había conseguido ponerme en ridículo, no. Sino porque para mí, me parecía un deporte demasiado agresivo y de mucha mente fría. Yo necesitaba algo más calmado. Que todo estuviera calculado al milímetro. Que tuviera música de fondo y no gritos de dolor o de enfado por una mala jugada.
Pero, aunque el hockey no fuera de mi agrado, y Connell y yo hubiéramos tenido un encontronazo bochornoso que había conseguido ponerme en ridículo, sabía que necesitaba a alguien que estuviera de su lado en esos momentos. Necesitaba que alguien lo apoyara en la decisión que estaba a punto de tomar y que supondría un trabajo extra a su ajetreada vida para poder mantener algo que nos unía a todos. La pista de Mr Ski Lounge.
La pista que nos unía a mí y a él. A mí y a Martina. A mí y a Gael.
A él y a su hermana. A él y a su mejor amigo.
Principalmente a mí y a él.
Él necesitaba a alguien que estuviera a su lado en esos momentos.
Él necesitaba a alguien que lo apoyara en la decisión.
Yo era ese alguien.
Con esas palabras retumbando en mi cabeza con fuerza, avancé hasta quedar frente a Connell. En sus ojos, vi un brillo de agradecimiento y de sorpresa. No sé cómo lo había percibido, pero en cuanto miró a su hermana y luego miró a su mejor amigo, había algo que había tirado de mí al ver que Connell estaba a punto de tirar la toalla. Puede que fuera ese miedo que se le había encajado en las pupilas y que me estaba acostumbrando a ver, o puede que fuese que no quería que se dejara achantar por este tipo de personas.
Si yo había sido capaz de hacer que los comentarios de mis compañeros no me afectaran tanto como deberían desde que entré en la compañía, él tampoco iba dejar que la afectaran. Por Dios, era Connell, el tío más guay de la universidad y que desbordaba seguridad por cada poro de su piel. No podía dejar que nadie lo pisoteara de esa manera.
Yo no iba a dejar que nadie lo pisoteara de esa manera.
Así que, con la cabeza bien alta y con la seguridad con la que papá me había enseñado a enfrentar los problemas, me planté delante del Hollander mayor e hice lo que tenía que hacer. Dar ejemplo y demostrar que éramos un equipo aunque nos llevásemos a matar por ver cuál de los dos deportes era mejor que el otro.