THIRTY ONE

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CAPÍTULO TREINTA Y UNO - ARRUINADA

–Sabes, creo que deberíamos intentar tener un bebé.

Las palabras dichas en voz alta empaparon sus vertidos, se filtraron en sus venas mientras se apoyaba en la cama, mirándola con una mirada traicionada. Una gota de sudor rodó lentamente por su frente, una señal del aire caliente que irradiaba alrededor de la habitación húmeda y húmeda. Frunció las cejas, sin darse cuenta de que sus palabras se habían quedado atascadas en su garganta, incapaz de hablar sin tartamudear como un loco. Las palabras que ella había dicho habían golpeado un sentimiento conflictivo.

Ella sabía que él no quería tener hijos, él había sido honesto y abierto al respecto y ella había estado de acuerdo, pero ahora las cosas eran diferentes.

–Yo, Cal-Cal, Lis, t-todo esto es muy repentino–. Tartamudeó, sin poder hablar sin que su voz temblara.

–¿Repentino? Estamos casados– Ella se burló de su elección de palabras. Lo observó mientras se levantaba de la cama y se vestía con una bata de color burdeos que podría haberla hecho babear al verlo si las circunstancias fueran diferentes.

–Sabes que no quiero hijos. Fin–. Él la cortó. Ella levantó una ceja ante su fuerte voz que la había hecho pararse erguida, igualándolo.

–Pensé que podríamos haber hablado más sobre esto.

–Nunca pensaré en la idea de los niños. ¿Por qué estás tratando de cambiarme?– Preguntó. Un dolor sordo en su pecho ante la decepción cuando sus ojos mostraron una mirada fría hacia ella, él nunca la había mirado de esa manera, pero ella podría haberse encogido bajo su mirada. Ella no se sentía amada en este momento.

–No estoy tratando de cambiarte. Yo tampoco quería hijos hasta que de repente lo sentí. Sentí la necesidad en el estómago. Me gustaría tener un hijo en un futuro próximo.

Simon suspiró ante las palabras de su esposa, no sabía cómo procesarlas. Él le había prometido a su padre que no habría heredero y ella lo sabía, pero allí estaba ella, escupiendo sus sentimientos con respecto a los niños como si automáticamente fuera a darse la vuelta y estar de acuerdo con una idea tan tonta.

Odiaba tanto a su padre que quería verlo retorcerse en el infierno.

–Nos estás condenando antes de que hayamos tenido la oportunidad de explorarnos el uno al otro.

–¿Condenándonos? ¿Cómo diablos nos estoy condenando? Obviamente no volveré a mencionar la idea–. Ella tomó represalias, escupiendo su veneno directamente. Ya no estaba esperando para escucharla. Tal vez debería haberse quedado, tal vez ella podría haberlo pensado desde su perspectiva pero no quería. Su necesidad de un bebé era demasiado fuerte.

–No me estoy disculpando–. Murmuró por lo bajo.

–Por favor, espera. Hablemos de esto. Siéntate–. Ella levantó su voz cuando él estaba a medio camino del marco de la puerta, listo para dejarla en paz por la noche. No podía soportar verlo dejarla, demasiado apegada a él para dejarlo ir.

–Dame mi espacio por ahora, amor–. Respondió humildemente mientras sonreía débilmente, dejando su habitación compartida. Había tratado de ser lo más amable posible, no queriendo destrozar su alma, pero ya estaba destrozada. Podía ver el destello en sus ojos que deseaba desesperadamente que sucediera un embarazo pero él no podía permitirlo. Su madre había muerto durante el parto, todo porque su padre había presionado durante años para tener un hijo. Ella había sido menospreciada y tragada por un mar de nada, ella había ido en contra de las órdenes de los médicos y cuando finalmente quedó embarazada- Nunca vivió lo suficiente para ver a su bebé recién nacido por más de dos minutos antes de que su padre lo agarrara y lo exhibiera por la casa como un trofeo.

Ella lo había escuchado salir de su casa a altas horas de la noche, debió haberse cambiado de ropa en su estudio. Rara vez encontraba la necesidad de llorar, su vida estaba lejos de ser perfecta pero estaba feliz y contenta. Hasta que, de repente, ella ya no lo estaba. Intentó sonar racional. Solo habían estado casados ​​durante un mes. Un mes, pero conocía cada centímetro de Simon, sabía casi todo sobre él, pero él nunca le permitiría conocer los secretos de su infancia.

Siendo una mujer tan fuerte, la idea de tener un hijo era bastante difícil de procesar, pero sentía la necesidad y no podía ignorarla. La estaba convirtiendo en una loca. Quería una familia con su Si.

Eran la pareja perfecta, ella siempre había pensado esto y nunca cambiaría. Eran perfectos el uno para el otro, era de sentido común que fueran almas gemelas, pero esto fue un gran cambio de dirección para ambos.

Mientras tanto, Simon se sentó en el club de caballeros con la inesperada compañía de Anthony Bridgerton, no era su plan terminar bebiendo con su cuñado, pero al parecer ambos necesitaban un trago.

–¿Qué te molesta?– Preguntó, haciendo girar su whisky en su vaso. Con la cabeza hundida, luciendo como si estuviera muerto cuando se dio cuenta de que este podría ser el final de su matrimonio antes de que tuviera tiempo de comenzar.

–Me he enamorado de una princesa–. Anthony se rió. Cuando pensaba en Augusta, su corazón se hinchaba de amor. Había sido un estúpido al dejar que Sienna se le escurriera entre los dedos, era demasiado orgulloso para admitir en voz alta sus sentimientos por la cantante de ópera, pero con Augusta se sentía liberado. Ella era como ninguna otra, cuando la conoció por primera vez en la boda de su hermana, ni siquiera sabía que era una princesa. Soy un rostro desconocido entre la multitud. Luego le había pedido que cenara con ella, lo que lo tomó por sorpresa, pero aceptó su invitación. El resto, nunca supo cuando se enamoró de ella. No pudo precisar el momento exacto en que sus sentimientos cambiaron.

–¿Y qué hay de malo en eso?

–Ella quiere que yo sea rey.

–Ella quiere que yo sea rey

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CALISTA - TRADUCCIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora