Departamento de Misterios.

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Para el momento en que Lily, Sam y Alex llegaron al Bosque Prohibido, los thestrals ya se estaban alejando y comenzaban a verse como manchas pequeñas. Necesitaban alcanzar a Harry lo más pronto posible, había algo de rastro de sangre por el suelo por alguna razón, pero Lily se alegró, por que cuatro thestrals llegaron para lamer dichos rastros, la pelicolores, guío a Alex y Sam hacía los caballos, se subieron con cuidado y con una mirada de extrañeza.
—No puedo creer que podamos montar estas cosas —comentó Sam, sosteniéndose como podía. Alex también miraba hacía el thestral sin mirarlo realmente.
Al inicio, una vez que Lily se subió a uno, no parecían moverse, pero poco después desplegó las alas con un contundente movimiento que casi la derriba; el caballo se agachó un poco e inmediatamente salió disparado hacia arriba; subía tan deprisa y de forma tan vertical que Lily tuvo que sujetarse con brazos y piernas a su cuerpo para no resbalar hacia atrás por las huesudas ancas. Cerró los ojos y pegó la cara a la sedosa crin del thestral, y ambos subieron volando entre las ramas más altas de los árboles y se elevaron hacia una puesta de sol de color rojo sangre.
El animal pasó como una centella por encima del castillo, batiendo apenas las grandes alas; el fresco viento azotaba el rostro de las chicas que iban pegadas cuanto podían al cuello de sus monturas para protegerse. Dejaron atrás los terrenos de Hogwarts y sobrevolaron Hogsmeade; se veían montañas y valles a sus pies. Como estaba oscureciendo, distinguió también pequeños grupos de luces de otros pueblos, y luego una sinuosa carretera que discurría entre colinas y por la que circulaba un solo coche.
Se puso el sol, y el cielo, salpicado de diminutas estrellas plateadas, se tiñó de color morado; al poco rato las luces de las ciudades de muggles eran lo único que les daba una idea de lo lejos que estaban del suelo y de lo rápido que se desplazaban. Lily rodeaba fuertemente el cuello de su thestral con ambos brazos. Le habría gustado ir aún más deprisa.
¿Cuánta ventaja llevaba el resto, en camino al Departamento de Misterios? Siguieron volando por un cielo cada vez más oscuro; Lily notaba la cara fría y rígida y tenía las piernas entumecidas de tanto apretarlas contra los costados del thestral, pero no se atrevía a cambiar de postura por si resbalaba... El ruido del viento en los oídos la ensordecía, y el frío aire nocturno le secaba y le helaba la boca. Ya no sabía qué distancia habían recorrido, pero tenía toda su fe puesta en el animal que lo llevaba, que seguía surcando el cielo con decisión, sin apenas mover las alas.
Si llegaban demasiado tarde... Todavía está vivo, sabía que aún tenía oportunidad de ser de ayuda, de salvar a quien tenía que salvar. Lily notó una sacudida en el estómago; de pronto la cabeza del thestral apuntó hacia abajo y resbaló unos centímetros hacia delante por el cuello del animal. Al fin habían empezado a descender. Entonces le pareció oír un chillido a sus espaldas y se arriesgó a girar la cabeza, pero no vio caer a nadie... Supuso que el cambio de dirección había cogido desprevenidos a las demás, igual que a ella.
En esos momentos, unas brillantes luces de color naranja se hacían cada vez más grandes y más redondas por todas partes; veían los tejados de los edificios, las hileras de faros que parecían ojos de insectos luminosos, y los rectángulos de luz amarilla que proyectaban las ventanas. De repente, Lily tuvo la impresión de que se precipitaba hacia el suelo; se agarró al thestral con todas sus fuerzas y se preparó para recibir un fuerte impacto, pero el caballo se posó en el suelo suavemente, como una sombra, y Lily se bajó del lomo.
Miró alrededor y vio la calle con el contenedor rebosante y la cabina telefónica destrozada, ambos descoloridos, bajo el resplandor anaranjado de las farolas. Sam y Alex aterrizaron a ambos lados de Lily, bajaron de sus monturas con gracia, aunque con expresiones de alivio similares por tocar al fin suelo firme.
—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó Alex.
—Por aquí —indicó Sam, caminando hasta la desvencijada cabina telefónica y abrió la puerta. Lily y Alex entraron, obedientes— Rayos, tengo que recordar cual es el número que se marca.
Pero Lily se adelantó, marcando seis, dos, cuatro, cuatro, dos. Cuando el disco recuperó la posición inicial, una fría voz femenina resonó dentro de la cabina.
—Bienvenidos al Ministerio de la Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.
—Lilian Black, Alexa Davis, Samantha Mills —dijo Lily muy deprisa—, hemos venido a salvar a una persona, y a detener a unos amigos.
—Gracias —replicó la voz—. Visitantes, recojan las chapas y colóquenselas en un lugar visible de la ropa.
Tres chapas se deslizaron por la rampa metálica en la que normalmente caían las monedas devueltas. Alex las cogió y, sin decir nada, pasó a cada una sus chapas, Lily observó la suya: "Lilian Black, Misión de Rescate."
—Visitantes del Ministerio, tendrán que someterse a un cacheo y entregar sus varitas mágicas para que queden registradas en el mostrador de seguridad, que está situado al fondo del Atrio.
—¡De acuerdo! —respondió Sam en voz alta—. ¿Ya podemos pasar?
El suelo de la cabina telefónica se estremeció y la acera empezó a ascender detrás de las ventanas de cristal; los thestrals, que estaban hurgando en el contenedor de basura, se perdieron de vista; la cabina quedó completamente a oscuras y, con un chirrido sordo, empezó a hundirse en las profundidades del Ministerio de la Magia.
Una franja de débil luz dorada les iluminó los pies y, tras ensancharse, fue subiendo por sus cuerpos. Lily miró a través del cristal para ver si había alguien esperándolas en el Atrio, pero parecía que estaba completamente vacío. La luz era más tenue que la que había durante el día, y no ardía ningún fuego en las chimeneas empotradas en las paredes, aunque, cuando la cabina se detuvo con suavidad, vio que los símbolos dorados seguían retorciéndose sinuosamente en el techo azul eléctrico.
—El Ministerio de la Magia les desea buenas noches —dijo la voz de mujer.
La puerta de la cabina telefónica se abrió y Lily salió tropezando de ella, seguida de Alex y Sam. Lo único que se oía en el Atrio era el constante susurro del agua de la fuente dorada, donde los chorros que salían de las varitas del mago y de la bruja, del extremo de la flecha del centauro, de la punta del sombrero del duende y de las orejas del elfo doméstico seguían cayendo en el estanque que rodeaba las estatuas.
—¡Vamos! —indicó Lily en voz baja, y las tres echaron a correr por el vestíbulo; pasaron junto a la fuente y se dirigieron hacia la mesa donde se sentaba el mago de seguridad, sin embargo, en aquel momento la mesa se hallaba vacía.
Cruzaron las verjas doradas que conducían al vestíbulo de los ascensores, donde se veía los números de los pisos, el ascensor parecía detenido en el noveno, Lily pulsó el botón y un ascensor apareció tintineando ante ellas casi de inmediato. La reja dorada se abrió produciendo un fuerte ruido metálico, y las chicas entraron precipitadamente en el ascensor.
Alex pulsó el botón con el número nueve; la reja volvió a cerrarse con estrépito y el ascensor empezó a descender, traqueteando y tintineando de nuevo, los ascensores eran ruidosos; estaban convencidas de que el ruido alertaría a todos los encargados de seguridad del edificio, pero cuando el ascensor se paró, la voz de mujer anunció: «Departamento de Misterios», y la reja se abrió. Las chicas salieron al pasillo, donde sólo vieron moverse las antorchas más cercanas, cuyas llamas vacilaban agitadas por la corriente de aire provocada por el ascensor.
Lily se volvió hacia la puerta negra, se encontraba entreabierta.
—¡Vamos! —volvió a susurrar, y caminaron por el pasillo, hasta cruzar la puerta.
Se encontraron en una gran sala circular. Todo era de color negro, incluidos el suelo y el techo; alrededor de la negra y curva pared había una serie de puertas negras idénticas, sin picaporte y sin distintivo alguno, situadas a intervalos regulares, e, intercalados entre ellas, unos candelabros con velas de llama azul. La fría y brillante luz de las velas se reflejaba en el reluciente suelo de mármol causando la impresión de que tenían agua negra bajo los pies.
La puerta se cerró detrás de ellas, una vez dentro, sin el largo haz de luz que llegaba del pasillo iluminado con antorchas que habían dejado atrás, la sala quedó tan oscura que al principio sólo vieron las temblorosas llamas azules de las velas y sus fantasmagóricos reflejos en el suelo.
Había cerca de una docena de puertas, mientras contemplaba las que tenía delante, intentando decidir cuál debía abrir, se oyó un fuerte estruendo y las velas empezaron a desplazarse hacia un lado. La pared circular estaba rotando, durante unos segundos, mientras la pared giraba, las llamas azules que los rodeaban se desdibujaron y trazaron una única línea luminosa que parecía de neón; entonces, tan repentinamente como había empezado, el estruendo cesó y todo volvió a quedarse quieto.
Lily tenía unas franjas de color azul grabadas en la retina; era lo único que veía.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Sam con temor.
—Creo que ha sido para que no sepamos por qué puerta hemos entrado —dijo Alex en voz baja.
Lily admitió enseguida que su amiga tenía razón: identificar la puerta de salida habría sido tan difícil como localizar una hormiga en aquel suelo negro como el azabache; además, la puerta por la que tenían que continuar podía ser cualquiera de las que los rodeaban. Sin embargo, había dos equis encendidas marcando las puertas que, supuso Lily, ya habían abierto.
Sam se acercó a otra puerta al azar y empujó. La puerta no se abrió.
—Está... cerrada... —contestó la slytherin, y apoyó todo su peso sobre la puerta, pero ésta no cedió ni un milímetro.
La pared comenzó a girar de nuevo, hasta que se detuvo y Sam abrió de un empujón la siguiente puerta.
—¡Es por aquí! —dijo Lily por detrás de la chica.
Lo supo al instante por la hermosa, danzarina y centelleante luz que había dentro. Cuando sus ojos se adaptaron al resplandor, vio unos relojes que brillaban sobre todas las superficies; eran grandes y pequeños, de pie y de sobremesa, y estaban colgados en los espacios que había entre las librerías o reposaban sobre las mesas; era por eso por lo que un intenso e incesante tintineo llenaba aquella habitación, como si por ella desfilaran miles de minúsculos pies. La fuente de la luz era una altísima campana de cristal que había al fondo de la sala.
—¡Por aquí!
Lily guió a sus compañeras por el reducido espacio que había entre las filas de mesas y se dirigió, hacia la fuente de la luz: la campana de cristal, que estaba sobre una mesa y en cuyo interior se arremolinaba una fulgurante corriente de aire.
Flotando en la luminosa corriente del interior había un diminuto huevo que brillaba como una joya. Al ascender, el huevo se resquebrajó y se abrió, y de dentro salió un colibrí que fue transportado hasta lo alto de la campana, pero al ser atrapado de nuevo por el aire, sus plumas se empaparon y se enmarañaron; luego, cuando descendió hasta la base de la campana, volvió a quedar encerrado en su huevo.
Se acercaron rápidamente a la siguiente puerta, y una vez que entraron, habían encontrado lo que buscaban: una sala de techo elevadísimo, como el de una iglesia, donde no había más que hileras de altísimas estanterías llenas de pequeñas y polvorientas esferas de cristal. Estas brillaban débilmente, bañadas por la luz de unos candelabros dispuestos a intervalos a lo largo de las estanterías. Las llamas de las velas, como las de la habitación circular que habían dejado atrás, eran azules. En aquella sala hacía mucho frío.
Lily avanzó con sigilo y escudriñó uno de los oscuros pasillos que había entre dos hileras de estanterías. Se escuchaba un ligero murmullo unos pasillos más adelante, pero no estaban seguras que tan lejos, avanzaron con lentitud girando la cabeza hacia atrás a medida que recorría los largos pasillos de estanterías, cuyos extremos quedaban casi completamente a oscuras. Había unas diminutas y amarillentas etiquetas pegadas bajo cada una de las esferas de cristal que reposaban en los estantes. Algunas despedían un extraño resplandor acuoso; otras estaban tan apagadas como una bombilla fundida.
Pasaron por la estantería número ochenta y cuatro..., por la ochenta y cinco... Lily aguzaba el oído, atento al más leve sonido que indicara movimiento, cuando llegaron a la estantería noventa y seis, Sam detuvo a ambas chicas antes de que continuaran y las miró con los ojos más abiertos escucharon las voces más claras que antes. Se acercaron a la noventa y siete, y se escucho la voz de Ron.
—¡Harry! —exclamó.
—¿Qué?
—¿Has visto esto? —le preguntó Ron.
—¿Qué? —repitió Harry.
—¿Qué ocurre? —inquirió Harry con desánimo.
—Lleva..., lleva tu nombre —contestó Ron.
—¿Mi nombre? —se extrañó Harry.
—¿Qué es? —preguntó Ron con inquietud—. ¿Por qué está escrito ahí tu nombre? —Echó un vistazo a las otras etiquetas de aquel estante—. Mi nombre no está —observó con perplejidad—. Ni los vuestros.
—Creo que no deberías tocarla, Harry —se escuchó la voz de Hermione.
—¿Por qué no? —repuso él—. Tiene algo que ver conmigo, ¿no?
—No lo hagas, Harry —dijo de pronto Neville.
Lily hizo a Sam y Alex regresar y avanzar por detrás de la estantería rápida y silenciosamente. Era la profecía lo que habían visto, ahora lo recordaba, su cabeza se había llenando de pronto de esos momentos, alcanzó a escuchar a Harry
—Lleva mi nombre.
Ya casi llegaban al otro extremo, donde se encontraban más cerca los chicos, pero antes de lograr dar la vuelta para que las vieran, se escuchó una voz que arrastraba las palabras, dejándolas paralizadas:
—Muy bien, Potter. Ahora date la vuelta, muy despacio, y dame eso.

  La excusa, es que no hay excusa, esperen pronto el siguiente capítulo, estamos llegando al final.
       Nico👻

Dentro de un libro (Harry Potter y La Orden Del Fenix)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora