—Nos han avisado que buscan un hombre. Me da igual que no tengas ni zorra idea de atender un teléfono. Es una oportunidad para acceder a ella, mucho mejor que cualquier otra.
El comisario Torres se removía en la silla mientras la vena de su cuello se hinchaba, por aguantar al terco policía que tenía sentado delante de él en su despacho y que negaba continuamente con la cabeza.
—Jefe, no sé cómo lo podría hacer. Si fuera en la práctica, seguro que no tenía problema, pero hablando, no es lo mío.
—Pero bueno —dijo el comisario dando un puñetazo en la mesa— ¿No eres tú el que tiene la fama de follador? Eso dicen todos; ¿me equivoco?
—No, señor —carraspeó el policía, no sabía que esos rumores habían llegado hasta su jefe—, en realidad es más la fama... tampoco es para tanto.
—Vamos a ver, Sevilla, por ahí dicen que te tiras a toda mujer a tu alcance, aunque espero que no a tus compañeras —él negó inmediatamente—, y dicen que tienes hasta un grupo de Facebook privado donde ellas intercambian experiencias.
—No... eso no es verdad. Tengo una vida sexual digamos que frecuente, pero nada más.
El comisario miró al tipo. Era un hombre alto, seguramente más de metro ochenta y cinco, de hombros anchos. De esa clase que parecen canallas y que vuelven locas a algunas mujeres. Eso mismo se lo había dicho su esposa cuando la trajo a ver su nuevo despacho. Los ojos color miel y el pelo castaño suavemente ondulado le ayudaban a ello. Tenía una cicatriz que le cruzaba el pómulo y cojeaba ligeramente debido a un antiguo encuentro con un delincuente. Pero esas imperfecciones le hacían parecer todavía más sensual. Como una seducción animal. El inspector Sevilla atraía a muchas mujeres, pero a sus treinta y cinco, ninguna le había atrapado.
—Decidido, te presentarás hoy mismo. La única persona que estará enterada es la dueña, Felicia Adams, una canadiense de ascendencia italiana que vive aquí desde hace unos quince años y que montó el primer teléfono erótico en Zaragoza. Trabajan para ellas unas diez chicas, y quiere incorporar un hombre, para probar. Da la casualidad de que una de las clientes que le ha sugerido incorporar un hombre es nuestro objetivo. Después de tantos años, quizá podamos atraparla a ella, a su amante y a toda la organización. Sabes que es importante, Salvador —acabó llamándolo por su nombre y él asintió.
—Está bien, jefe. Haré todo lo posible por satisfacerla —se encogió de hombros sin saber cómo lo iba a hacer.
—Muy bien, preséntate esta tarde en esta dirección y esperemos que haya suerte y la señora Valeria llame otra vez. Tienes que conseguir camelarla y crear una relación con ella. Que quiera quedar contigo fuera. Y meterte en su casa. Y lo demás, se puede ver.
—Sí, entiendo.
—Si logramos desmontar la organización más importante de trata de mujeres y niñas valdrá la pena cualquier esfuerzo, Salvador, sé que te pido demasiado... pero igual que tú, yo sé que cuando se trabaja de infiltrado, se asumen ciertos riesgos.
—Lo sé, jefe. Lo entiendo, de verdad. Ahora no tengo ninguna relación estable, nadie a quien pudiera engañar. Soy un hombre libre.
—Hemos alquilado un apartamento amueblado cerca del sitio. Por si acaso es mejor que no estés en el tuyo. Si logras contactar con ella, es mejor que vivas en un lugar diferente.
—La única duda que tengo es si sabré hacerlo, eso del teléfono.
—Felicia me dijo que había gente muy buena, ellas te enseñarán. Siempre les deja una semana de prueba a los nuevos, no te preocupes.
—Vale, jefe, me marcho entonces —Salvador se levantó resignado.
—Ni una palabra a nadie, ¿de acuerdo? Ni a tu compañero. Ni a tu familia. Nadie tiene que saberlo. Es peligroso.
El hombre asintió mientras salía del despacho. Salvador Sevilla, policía desde hace más de doce años, se iba de «misión secreta». En el fondo le apetecía mucho. Últimamente estaba harto de todo. De no tener una vida más normal, de las mujeres que se echaban a sus brazos, de las compañeras que le miraban; unas mal porque creían que era un «calavera», y otras le provocaban para ver si eran las siguientes. Él no quería relacionarse con ninguna de ellas. Hace años ya le pasó factura eso, en forma de heridas mal curadas. Por haberla protegido antes de protegerse él. No sirvió para nada, de todas formas. Se masajeó las sienes cansado.
Se despidió de sus compañeros y cogió su cazadora de cuero y el casco. Bien, iría al local, hablaría con la dueña y vería qué se hacía allí. Esperaba no encontrarse con tías raras o demasiado atrevidas. Había una leyenda urbana que decía que en local de Felicia las mujeres eran todas amas de casa y eso ponía más a los tíos. Pronto lo sabría.
La moto arrancó a la primera, ronroneando sus setecientos cincuenta centímetros cúbicos entre sus piernas. Se colocó el casco mientras sus pensamientos vagaban en su futura ocupación. El jefe parecía seguro, pero ¿sabría hacerlo? ¿se excitaría con ello? Arrancó sin pensar más. La suerte estaba echada.
* * *
El tipo de la gabardina paseaba su perro, un pequeño mastín de unos cuatro meses que hacía las delicias de todos los que pasaban, incluidos niños y mujeres. Nadie en su sano juicio se hubiera parado a hablar con él si hubiera ido solo, así que el perrito había resultado ser una gran inversión. En cuanto creciera, se desharía de él y volvería a tener otro cachorrito.
Era muy fácil conseguir que las jóvenes se le acercaran. Pero lo mejor del día había sido verlo a él. Por su culpa pasó diez años en la cárcel. Lo bueno es que memorizó la matrícula; ahora podría localizarlo y darle una buena lección. A él y a los suyos como a esa policía amante suya. Lo gracioso del caso es que nunca nadie supo nada. Nadie supo que ella había estado acompañándole un tiempo... hasta que dejó de comer...
Si él lo supiera... sonrió para dentro para no asustar a las dos niñas de unos doce años, que se habían acercado a acariciar a su perrito Vincent.
Ahora ya tenía un objetivo en su aburrida vida. Acabar con el policía.
—Bien, bien —se relamió anticipando el placer que sentiría cuando hablase con él, cuando lo tuviese en su poder y le hiciera sufrir. Sintió incluso una pequeña erección de placer. Encontraría con quien desahogarse de momento, aunque fuese con alguna puta de la calle. Una jovencita sería la más adecuada.
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Llamadas calientes
RomantikThriller policiaco con toques románticos y alguno erótico. Sinopsis: Nieves trabaja en un teléfono erótico. Salvador es policía y debe infiltrarse para descubrir los asuntos turbios. Ella debe enseñarle a dar placer a las mujeres que llaman. Pero ni...