El hombre sacó a pasear su perrito. Ya hacía una semana que había lanzado al parque a la mujer que tan buen rato le hizo pasar, sobre todo, después del sexo, cuando ella supo que iba a morir. Suplicó por ella, le dijo que tenía un hijo, y eso le hizo dudar. Al principio.
Su madre también era así. No era prostituta, pero de vez en cuando venía algún hombre a visitarla. Era muy estricta con él. Una vez le castigó encerrado en su armario cuando derramó la leche del desayuno. Aún recordaba el día.
Era domingo y su padre se había ido a pescar. El día estaba muy caluroso. Le puso el desayuno en la mesa, un vaso de leche y unas tiras de pan del día anterior. Sólo tenía siete años y cuando fue a coger un trozo de pan más, tiró el vaso lleno todavía a la mitad. Con tal mala suerte que salpicó a su madre, que llevaba un vaporoso vestido. Ella nunca le pegó, pero lo castigó en el único armario que tenía llave, el de su dormitorio. Lo llevó arrastras a la habitación y lo encerró, quitando la llave para que no pudiera salir. Allí se quedó, envuelto de vestidos y abrigos, sudando y con ganas de hacer pis. Pasaron varias horas, no recordaba cuantas. Se había quedado dormido. Entonces entró su madre en el dormitorio, con alguien que no era su padre. Ella reía. El hombre comenzó a manosearla por todo el cuerpo. Ella se había trenzado el cabello en dos trenzas, como una india. Entonces, el hombre la empujó y ella se apoyó en la cama mientras quedaba agachada, con el trasero hacia arriba. El hombre levantó las faldas y le bajó las bragas y comenzó a husmear en su trasero como los perros. Ella gemía. El niño, que miraba a través de la cerradura del antiguo armario, no sabía si su madre estaba bien o el tipo le estaba haciendo algo.
—¡Qué inocente fui! ¡Menuda zorra!
Tras terminar de husmear, el tipo se abrió el pantalón y sacó su miembro completamente duro. La embistió mientras se agachaba sobre ella y le cogía de las trenzas. Allí se movió frenéticamente. De repente, la madre se giró hacia el armario y sonrió con desprecio. Después siguió mirando hacia la cama mientras echaba la cabeza hacia atrás debido al tirón del hombre que pronto dejó de moverse y se recogió su polla.
Cuando el tipo se fue, ella lo sacó del armario. Se había meado encima. Lo arrastró hacia su habitación y le amenazó para que no dijera nada a su padre o pasaría los días metidos en el armario. Él nunca lo olvidó.
Emiliano se excitaba cuando recordaba eso. Era un sentimiento enfermizo, lo sabía, pero cuando estaba con las mujeres deseaba hacer lo mismo, deseaba que ellas lo miraran con cariño, aunque nunca sucedía. Así que las mataba. A veces las estrangulaba, otras con un golpe seco. En la cárcel se aprenden muchas formas de matar sin herramientas. Y una de sus trenzas pasaba a ser de su colección.
Ahora se había encaprichado de la chica con las tetas grandes que le rondaba a Salva. Aunque la había visto besar al camarero. Otra zorra.
Salió hacia el parque. No quería acercarse mucho por si acaso. Era mejor sorprenderla en un momento que ella estuviera sola, como cuando salía de trabajar. Había poca gente por la calle. La llevaría a su piso. Se había vuelto experto en borrar huellas de todo tipo en suelos, camas, baños y todo el tiempo su casa olía a lejía.
La verdad que no tenía mucha prisa. Una cierta urgencia en los bajos sí, pero así tendría más fuerza si se abstenía de sexo durante unos días. Cuando se la tirase, estaría muy duro y preparado. Sí, eso haría.
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Llamadas calientes
RomansThriller policiaco con toques románticos y alguno erótico. Sinopsis: Nieves trabaja en un teléfono erótico. Salvador es policía y debe infiltrarse para descubrir los asuntos turbios. Ella debe enseñarle a dar placer a las mujeres que llaman. Pero ni...