Llevaba más de cinco días vigilando el centro, pero él no había aparecido. Ya conocía el horario de las chicas. Además de la novia del policía, había dos rubias, una con el pelo corto, que descartó de inmediato y la otra, con el cabello más largo. Estaría muy bonita con el pelo trenzado. El problema estaba en que era más alta que él y eso no le gustaba tanto.
Dudaba entre la morena, la tal Michelle, y la rubia de pelo largo. Pero quería dar en el blanco, quería herir al policía. Según le habían dicho algunos colegas suyos a los que les habían interrogado, no tenían ni idea de quién podría haber asesinado a la prostituta. Sonrió mientras el perro le miraba con la lengua fuera. La temperatura estaba bajando, pero su ánimo subía. Las ganas de estar con otra mujer habían vuelto, el ansia, ese frenesí que le provocaba la adrenalina de la caza. Encontrar la presa adecuada, atraparla, ver su rostro aterrorizado, pasar un buen rato y después, dejarla en algún sitio quizá menos escondido, para que el policía la encuentre y sufriera un poco. Sí, eso haría.
Esperaría a las cuatro, cuando cerrasen el centro, y la primera que saliera, esa sería la pieza ganadora. Había descubierto un solar abandonado con una casa abierta detrás del puente de la autopista. Allí se iban a pinchar algunos tipos hasta que llegó él y los echó de una paliza. Eran unos pocos desgraciados y no les costó mucho. De hecho, hasta le gustó. Allí había llevado un colchón viejo y algunas cosas necesarias para su placer. Y estaba muy bien comunicado con aquel parque que no estaba antes de que fuera a la cárcel. El parque del agua, donde se realizó la exposición universal en el año 2008. Había paseado días y días por ahí, al principio sin un objetivo determinado, pero después empezó a vigilar los cuidadores del parque, la gente que entraba y salía, los horarios de cierre, los de los bares que había dentro del parque. Con su meticuloso carácter que le libró en su día de una condena mayor, había anotado todo en su libreta. En aquellos momentos había escondido la libreta en su antiguo piso y no la encontraron, por supuesto. Menuda sorpresa se habría llevado.
El perro estaba impaciente por marcharse, así que como quedaban dos horas todavía, lo llevaría a casa y luego volvería. También se tomaría un bocadillo de calamares que había comprado en el famoso «Calamar Bravo» porque no era bueno trabajar con el estómago vacío. Abrió con sus llaves. La casa estaba fría. El perrito entró alegremente en la casa esperando que su amo le echase algo de comer. Lo cierto es que le estaba tomando cariño y había empezado a cuidarle especialmente. Eso sí que era un amor de verdad, el amor de un perro.
—Rambo, ven aquí —le echó un puñado de la bolsa de pienso que guardaba en la cocina.
A veces se planteaba si tendría que seguir con su venganza hacia el policía. Él le había detenido por posesión y tráfico de drogas, y era cierto. Habían peleado duramente. Entonces el policía era joven y no estaba endurecido por la vida y sin embargo, él ya era un curtido delincuente, no mucho mayor que él, pero mucho más vivido. Además, él estaba más preocupado por proteger a su novia y compañera que a él. Le hizo un feo corte en la cara y le rompió un hueso del tobillo. Sonrió recordando lo que le gustó hacerlo. Pero aun así, el chico consiguió detenerlo. Los últimos diez años en la cárcel habían sido más o menos buenos. Se había labrado una fama en la cárcel, dio una paliza aquí y otra allá y nadie le tocó después. Además, ayudaba al traficante que dirigía el cotarro para cobrar a aquellos que se resistían a pagar. Eso le hizo ganar algún dinerillo y al salir de la cárcel, tener unos miles de euros guardados.
Se calentó el bocadillo en el microondas. Estaba delicioso y se tomó una cerveza sin alcohol. Todavía no toleraba demasiado la bebida y no quería recaer en ningún tipo de atontamiento. Quería tener la mente clara. Eructó ruidosamente mientras su perro ni levantaba la cabeza. Estaba acostumbrado. Revisó las notas de horarios y dejó la libreta en su casa, para evitar accidentes. Ahí tenía anotado todo sobre la chica anterior y anotaría cuidadosamente lo de esta. Cuando y cómo murió y qué hizo con ella. Era muy divertido releer las anotaciones. Tenía que pasarse por su antiguo piso donde había escondido la anterior libreta. Ahí había muchas anotaciones. Seguro que nadie la había encontrado.
—Es hora de marcharme, Rambo, tardaré un poco.
El perro movió el rabo contento de que su amo se dirigiera a él y al verlo que iba a salir, se echó de nuevo en su capazo.
Recogió en su mochila lo que iba a necesitar para su noche fantástica y se fue silbando una de esas antiguas canciones que tanto le gustaban a su madre.
La noche había refrescado y Emiliano se escondió en un portal donde veía de forma diagonal la salida del centro de trabajo de la morena. Esperó media hora y se abrió la puerta. Unas largas piernas salieron apresuradamente, seguidas de otras.
—Bueno, he quedado con Mario, nos vemos mañana. Ciao, guapa
—Ciao, pásalo bien.
Se dividieron los caminos. Ahora tenía dos oportunidades, ¿con cuál se quedaría? Indudablemente con quien llevaba el pelo largo. Dejó que se alejara unos metros y después salió de su escondite, siguiéndola sigilosamente, como él bien sabía hacer.
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Llamadas calientes
RomansThriller policiaco con toques románticos y alguno erótico. Sinopsis: Nieves trabaja en un teléfono erótico. Salvador es policía y debe infiltrarse para descubrir los asuntos turbios. Ella debe enseñarle a dar placer a las mujeres que llaman. Pero ni...