Capítulo 17. Atrapada

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La canción sonaba en el móvil, alto y claro, y sin sonidos externos que le molestasen.

Smile though your heart is aching
Smile even though it's breaking
When there are clouds in the sky, you'll get by
If you smile through your fear and sorrow
Smile and maybe tomorrow
You'll see the sun come shining through for you

Era una antigua canción de Nat king Cole, aunque la había encontrado en Internet cantada por una mujer, que le daba todavía más dulzura. Le recordaba aquellos tiempos en que su madre le amaba. Él tenía cinco o seis años, y ella solía poner esas canciones antiguas que pertenecían a su padre. Bailaban juntos cantando y riendo hasta que se echaban agotados en el diván. Entonces su madre se ponía a llorar, yéndose a su dormitorio. Él pensaba que había hecho algo malo. Intentaba consolarla, pero ella siempre le echaba de la habitación. Desde el quicio de la puerta sin cerrar del todo, él veía a su madre sacar del armario una botella y beber sin parar hasta acabarla y quedarse dormida encima de la cama, con lágrimas manchadas de pintura de ojos. De esos ojos desorbitados que lo miraban como si no existiera. Y así era, durante todo el día, él esperaba sin comer ni beber. Mirando a su madre dormir, hasta que llegaba su padre, y se lanzaba hacia su amada esposa, intentado reanimarla, e ignorando a su pequeño, que ya no lloraba.

Con el tiempo comprendió que su madre tenía un desequilibrio muy profundo, cerca de la psicopatía, o un trastorno bipolar, como les había dicho el médico. Con graves estados de euforia, seguidos de tristeza irreparable.

Mientras tanto, él tuvo que cuidarla pues su padre estaba ausente muchas veces por su profesión. Recorría el país llevando fruta en su camión. Toda la zona noreste, desde Bilbao a Valencia. Y los dejaba solos a menudo, por lo que Emiliano creció desnutrido y pequeño. Hasta que fue lo suficiente mayor para comprender que nadie iba a cuidar de él y que tenía que sacarse las castañas del fuego él mismo. Eso fue a partir de los siete años. Iba a comprar al mercado y cuidaba de su madre cuando ella estaba rota. Y si ella estaba feliz, él también. Lo peor fue cuando empezó a traer hombres a su casa. Cuanto más feliz estaba, más hombres traía. No se escondía y siempre la escuchaba gritar de placer, incluso aunque se tapase los oídos.

Su padre hizo lo que un hombre normal haría. Lo entendía perfectamente y estuvo visitándole en la cárcel hasta que murió. Todavía veía la escena. Él tenía diez y como siempre, estaba en su habitación, tapándose los oídos sin evitar escucharla. Su padre había tenido un percance en el camión y llegó antes de tiempo. Era aficionado a la caza y tenía experiencia desollando corzos. El resto fue un espectáculo teñido de rojo. Ambos sorprendidos en el momento, no pudieron hacer nada. Lo artístico del caso fue que los mató sin separarlos, en el mismo acto, él miraba asombrado desde la puerta.

Después, su padre limpió el cuchillo en su pantalón y se fue al salón, sin mirarle, se encendió un cigarrillo y esperó tranquilo.

Los chillidos habían alertado a los vecinos y llamaron a la policía que llegaron en quince minutos. Emiliano no se había movido de la puerta de la habitación de su madre. Dijeron que tuvo un trauma terrible. No lo dudaba, pero le gustó ver la sangre en la habitación, aunque no se lo confesó a nadie. Había aprendido a callarse desde pequeño.

Pasó de centro en centro hasta cumplir los dieciocho. Ahora ya era libre y podía hacer lo que le viniese en gana. Su padre le había dejado el camión y los contactos para repartir fruta. Pero él se iba a dedicar a algo más lucrativo, hasta que finalmente la policía se metió en su camino. Se giró hacia ella.

La chica había despertado y lloraba silenciosamente bajo la mordaza. Había pasado un buen rato con ella y ahora iba a pasarlo mucho más. La trenza, rubia y larga era muy bonita, sería la estrella de la colección. Sacó el cuchillo de su padre. Un antiguo colega se lo había conseguido del almacén de pruebas. Él le pagó mucho dinero en coca porque era muy importante para él. Aún tenía la sangre de su madre y de su amante cuando se lo consiguió. No había querido limpiarlo ni usarlo con las chicas, pero quizá ahora sería diferente. Era como si le picase en la mano. Será un homenaje a su padre mezclar las sangres de las nuevas chicas. Además, la artritis que empezó en la cárcel le había dejado sin fuerzas en la mano izquierda. Ya le costó estrangular a la puta, así que ésta, que era más alta y grande, sería complicado. Mejor hacer lo que su padre le hizo a su madre. Recordaba cada uno de los cortes, hasta que finalmente le seccionó el cuello.

Se dirigió hacia la joven para completar su trabajo. Esta excitado y quería otro juguete. Aunque muy guapa, era demasiado alta, y le gustaban las mujeres más redondeadas y bajitas. La chica abrió los ojos mientras se arrastraba maniatada hacia atrás, golpeándose la cabeza con la pared y perdiendo el sentido. Eso le salvó la vida de momento. Emiliano soltó el cuchillo fastidiado. Le gustaba que estuvieran conscientes cuando les robaba la vida. La canción se acabó en su móvil y comenzó otra similar. Pero la magia había desaparecido. Se frotó su miembro, pero incluso ya se había desanimado.

Bueno, iría a descansar a su piso y en unas horas ella habría despertado. La tapó con una vieja manta para que no muriera de frío y le estropeara la diversión.

Ni siquiera habían pasado quince minutos cuando el coche patrulla llegó al lugar. Habían rastreado el móvil hasta esta localización. Salvador llegó en la moto con las coordenadas al momento.

—Esto me da mala espina. Atentos —sacó la pistola y la linterna y se acercó a la casa medio derruida. Indicó a sus compañeros que la rodearan y él se fue hacia la puerta principal.

—¡Policía!, ¿hay alguien dentro?

Entró por la puerta abierta. Debía ser una pequeña casa de labranza, la entrada estaba más o menos bien, vacía de vida, llena de porquería que alguien había apartado para entrar. La segunda habitación tenía el techo medio derruido en un lado y algún mueble amontonado. Al fondo había varios colchones seguramente dormitorio de drogadictos o gente que se escondía de algo. Una casa tan apartada no era un lugar adecuado para cualquier transeúnte de la calle.

La linterna alumbró varios bultos. Los dos agentes habían comprobado la zona y entrado también en la casa. Finalmente, Salvador alumbró un bulto en un rincón más grande. Parecía... sí, ¡un pie!

Corrió hacia allí quitando la manta y descubriendo el cuerpo semi desnudo de Agneta. Le tomó el pulso, era débil, pero estaba consciente. Llamó rápidamente una ambulancia y refuerzos. Tenían que acordonar la casa y tomar pruebas.

La ambulancia se llevó a la pobre chica que todavía estaba inconsciente. Claramente había sido violada y maltratada. Cuando cogiera al hijo de puta que había hecho esto, le iba a disparar, aunque le costase su carrera. Una larga trenza cortada yacía sobre una mesa. No se había llevado el trofeo, así que iba a volver. Ordenó que recogieran lo más rápido posible para mantener un dispositivo de vigilancia, casi no dejó trabajar a la policía forense. Le interesaba cogerlo más que buscaran entre la porquería de esa infame casa. Una libreta pequeña medio escondida detrás de un cuadro le confirmó que estaban viendo el siguiente crimen del asesino de las trenzas. Se le revolvió el estómago y tuvo que salir a tomar el aire fuera. Allí solo estaba descrito con todo detalle el asesinato anterior y lo que le había hecho a la pobre chica. Se recompuso un poco y llamó a Michelle para decirle que la habían encontrado y que la llevaban al hospital Miguel Servet. Ella colgó casi llorando, seguramente para llamar a Lía. No le contó nada, pero seguramente su voz transmitió la pena. Aunque no podrían pasar a verla, al menos podrían estar allí. Y de alguna manera, sintió que era culpa suya. No sabía por qué, pero el instinto le decía que el asesino le vigilaba. Y, sin embargo, el único que...

—¡Joder! ¡Emiliano! ¿es posible?

Dejó a todos y se fue rápidamente a la comisaría de su distrito. Entró como una tromba y se sentó en su mesa. Tenía que encontrar la relación. Su compañera había acudido también alertada por su llamada.

—Marta, tengo una corazonada. ¿Recuerdas que te dije que había visto a un delincuente que encarcelé hace tiempo rondándome? Me da la sensación de que es el asesino. Tengo que buscar su historial y compararlo con las chicas desaparecidas.

—Pero no dijiste que era traficante? Normalmente no suelen ser asesinos en serie.

—Lo sé y por eso nunca se me ocurrió, pero el hecho que hayan atacado a esta joven que trabaja en el mismo centro que la chica con la que salgo, me hace sospecha. Él me odiaba, y ya sabes lo que ocurrió con Aida. ¡Dios! ¿Y si fue él? ¡Lo mataré! —Salvador golpeó su mesa de madera con fuerza haciendo un bollo en la misma.

—Tranquilo, Salvador, vamos a ver —Marta intentó tranquilizarle, pero le daba la sensación que su compañero tenía razón.

Tras dos horas de comparación, ahora no solo el policía estaba furioso. Su compañera y el comisario, que también había acudido, estaban enviando una alerta de detención inmediata contra Emiliano Serós, para que cualquier patrulla que lo viera lo detuviera y con mucho cuidado porque era realmente peligroso. Ahora sabía que no volvería a la casa. Era un asesino muy inteligente y difícil de atrapar.

Llamadas calientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora