El camarero miraba con recelo al tipo enorme que parecía una araña tejiendo una red sobre su presa. En este caso la presa era Michelle. «Su Michelle». Había perdido la oportunidad en cuanto apareció ese tipo. Si no hubiera sido tan indeciso. Semana tras semana, Michelle y sus compañeras habían venido a tomarse un café, o una caña, y por mucho que se insinuase, ella no le había mirado ni un solo momento como le miraba ahora mismo a él. Cierto es que ella tenía unos años más que él. Pero si no le importaba, ¿por qué ella tenía que tratarle como si fuera un crío?
Limpió el mostrador por tercera vez mientras los escuchaba hablar.
—Y ¿desde cuando trabajas para Felicia?
—Desde hace unos tres años. Entré por casualidad y gracias a una amiga. Todo empezó en esta cafetería...Felicia se portó muy bien conmigo. Me enseñaron entre todas y ahora soy yo la que enseño a las nuevas chicas.
—¿Hay muchas chicas?
—Sí, Felicia tiene otro centro por Vía Hispanidad, ese por lo visto es de alto standing. Yo les enseño y luego se las lleva aquí.
—Pero ¿son chicas españolas o de fuera?
—Creo que algunas son del este de Europa, pero todas tienen los papeles, un día me los enseñó Felicia. Alguna vez ha venido alguna chica latina. —Michelle paró de hablar confusa— ¿Por qué me preguntas tanto? Todas estamos aseguradas y con contrato. Esto no es una casa de putas. Y yo no lo soy, por si lo pensabas.
—Que sí, lo sé —Salva levantó las manos en son de paz—. Tengo curiosidad. He escuchado muchas cosas acerca de locales y no sé... a veces ver algo legal casi te extraña.
—¿En qué trabajabas antes? —Michelle le miró sospechosamente. Ahora le tocaba a ella interrogarle.
—En un almacén, en un bar, nada fijo. —Ella ladeó la cabeza—, pero en realidad quiero ser escritor.
—Ah sí, ¿ya has escrito algo?
—Alguna policiaca, pero escribo con seudónimo.
—¿Y la has publicado?
—No... —Salva empezó a sudar—, pero la editorial quiere que ambiente en un lugar así... quería documentarme.
—Mira, Salva. No sé por qué, pero siento que me estás mintiendo. Me voy a fumar un cigarro fuera, y luego te piensas lo que me dices.
Michelle se levantó enfadada y tomó su bolso, aunque no el abrigo. Estaba tan acalorada que no lo necesitaba. Le fastidiaba que mintiera, porque estaba empezando a gustarle, y no quería saber nada de un tío que es incapaz de explicar algo tan sencillo como su anterior trabajo.
Se abrazó en la esquina de un portal justo al lado de la entrada del pub. Sus manos temblorosas encendieron el cigarrillo. Últimamente no fumaba mucho, pero hoy necesitaba relajarse.
—Perdone, señorita, ¿puede darme un cigarrillo? Me los he dejado en casa...
Michelle levantó sobresaltada la mirada. Era un señor de unos cincuenta años, con un pequeño cachorrillo que meneó alegremente su rabo. Ella, sin poder evitarlo, se agachó a acariciarlo.
Sacó el cigarrillo del paquete y le dio fuego. El tipo absorbió el humo con deleite.
—Perdone que le haga una pregunta. En este pub ha entrado un tipo, quería saludarle, pero no puedo pasar con el perrito. Y además puede que no sea él... Se llama Salvador Sevilla, un tipo alto, moreno...
—Ah sí, Salva, lo conozco. Es compañero de trabajo.
—Ah, ¿usted también es policía?
—No, yo no soy policía... —Michelle miró con extrañeza al tipo —. Trabajo en un centro de atención telefónica. Como él.
—No creo, igual no es el mismo tipo. Él es policía desde hace unos quince años, a mí me ayudó hace unos diez, con un problema que tuve. Juraría que era él... ¿tiene una cicatriz en la cara y cojea ligeramente?
—Si, justo así.
—Bueno, no importa. De todas formas, si usted es compañera suya, tenga cuidado porque la última que tuvo... no acabó nada bien. Pregúntele por Aida, dígale qué le pasó. No vaya a ser que le pase lo mismo...
Michelle se quedó sin palabras. No sabía si le estaba amenazando o advirtiendo. Se le cayó el mechero sin querer. Se agachó y cuando se levantó, el tipo del perro ya no estaba.
Tiró la colilla al suelo y se metió rápidamente en el pub. El calvo le había dado mucho repelús. Pero ahora tenía que cantarle las cuarenta al tipo. ¿Era un policía? Y si era así, ¿qué coño hacía allí?
Cada vez estaba más furiosa. Salva estaba mirando su copa pensativo, y de paso mirando de reojo a otras chicas que estaban allí. Ella se puso delante de él y le clavó sus furiosos ojos.
—Así que escritor, ¿no? Mira te voy a contar una cosa: yo llevo intentando publicar una novela, contactando con editoriales, haciendo todo lo posible.... Y no lo he conseguido. Me vas a decir que, con la poca imaginación que tuviste al intentar hablar con esa mujer, ¿eres escritor? No, Salva. Dime la verdad —le estaba dando una oportunidad de explicarse. Todavía.
—Michelle, yo... no puedo decirte. Lo siento.
—Ya lo sé. Eres policía. Por eso tantas preguntas, ¿no? ¿Estás infiltrado? ¿Qué buscas? Ya ves que nosotras no somos prostitutas. Te lo he dicho varias veces durante estos días.
—Espera, espera, Michelle, ¿cómo...?
—¿Qué cómo lo he sabido? Un tipo calvo me lo dijo.
—¿Un tipo calvo? A ver cuéntame todo ahora mismo —Salvador agarró fuertemente de los brazos a Michelle y la sacudió ligeramente.
Alec le preguntó desde detrás de la barra.
—¿Todo bien, Michelle? —Tenía el bate de beisbol preparado por si necesitaba partírselo en la espalda al tipo alto.
—Sí, Alec, todo bien.
—Vamos fuera. Tenemos que hablar.
Salva condujo a la joven fuera, mirando a ambos lados de la calle. Estaba desierta.
—Vamos a tu casa y me lo cuentas todo.
—Pero ¿qué te has creído?
—Michelle, puede que estés en peligro, así que, por favor monta en la moto y vamos ahora mismo a tu casa. ¿Dónde vives?
—El en barrio del Actur, cerca de Carrefour.
—Toma el casco y sube. Nos vamos.
Se subieron ambos a la moto y el hombre arrancó con velocidad, cruzando el río sin saber que, desde la oscuridad de una calle lateral, les observaban unos ojos calculadores.
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Llamadas calientes
RomantikThriller policiaco con toques románticos y alguno erótico. Sinopsis: Nieves trabaja en un teléfono erótico. Salvador es policía y debe infiltrarse para descubrir los asuntos turbios. Ella debe enseñarle a dar placer a las mujeres que llaman. Pero ni...