Capítulo 9. Un nuevo asesinato

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El comisario de la central se movió en su sillón inquieto. Después de lo que anoche le había contado Salva y tras los últimos acontecimientos, no valía la pena que siguiera allí. Tenían dos direcciones para vigilar. Pero lo de esa chica... y en el parque del agua en vísperas de su aniversario. El alcalde estaba que trinaba. Quería montar un fiestón por todo lo alto y ahora tendrían que cerrar el parque para buscar indicios.

—¡Indicios! —seguramente la úlcera volvería a molestarle esta noche después de todo esto.

En una superficie de ciento veinte hectáreas, aunque hubieran acotado la zona, era imposible. Cientos de personas paseaban a diario, llovía, hacía aire... como encontrar una aguja en un pajar. Ya sabía bien el hijo de puta que había matado a la chica dónde la dejaba. Esperaba tener noticias de la autopsia, aunque ya tenía informes preliminares. Mientras tanto, el inspector Sevilla se haría cargo del caso, tenía la máxima prioridad.

Salvador Sevilla entró en su despacho sin llamar, lo que hizo que su jefe torciera la cara. De momento, lo dejaría pasar.

—Jefe, ¿me apartas del caso?

—Hola, Salvador buenos días, cierra la puerta y siéntate.

—Buenos días... Sé que no hago nada en el centro, pero podría seguir tirando del hilo de las otras dos direcciones...

—No es eso, Salvador. Ha aparecido el cadáver de una joven en el Parque del agua. Y quiero que te encargues tú. Es algo... delicado. Y no sé si recuerdas unos casos que hubo hace unos años, cuando empezabas en el cuerpo. Seguramente el tipejo que hizo eso ya está muerto y enterrado, pero mi instinto me dice que hay que comprobar y comparar datos.

—¿No será el hijo de puta del asesino de las trenzas?

—Me temo que si... o si no es, un imitador.

Salva se echó para atrás debido al impacto emocional de esa noticia. No llevaba ni un año en el cuerpo de policía, asignado en la misma comisaría en la que hace dos años había vuelto, ya como inspector, cuando saltó la alarma en la sociedad. Al principio pensaron que era un novio despechado, pero cuando comenzaron a aparecer cadáveres de jóvenes asesinadas, una al mes y durante seis meses, estaba claro que era un asesino en serie.

No se había filtrado a la prensa, pero el asesino las elegía por su cabello al parecer. Le gustaba largo y tras asesinarlas, o antes, no sabían todavía, les trenzaba el cabello en dos trenzas, como de india, y se llevaba una de ellas de recuerdo. Fue un caso horrible pues las jóvenes, de entre veinte y treinta años, eran violadas y abandonadas en descampados, desnudas, y algunas salvajemente golpeadas. Los crímenes aterrorizaron a la sociedad, y en ningún momento estuvieron a punto de coger al asesino. Y de repente, un día, pararon. Ya no hubo más crímenes. Así, durante diez, casi once años.

—Está bien comisario. ¿Qué tenemos?

—Habla con la forense. Ha pasado un informe preliminar, pero te dará más detalles. Ponte con la inspectora Rodríguez y pasar por personas desaparecidas. La joven no tenía documentación.

—Está bien, jefe. Aviso a Rodríguez, ¿ya ha vuelto entonces de la baja maternal?

—Sí, justo ayer se reincorporó. Menuda vuelta.

Salvador salió del despacho del comisario preocupado. Le hizo un gesto de cabeza a Marta, que tecleaba furiosamente en su ordenador.

—Rodríguez, vamos.

Ella levantó la cabeza saludando a su antiguo compañero, y cerró el ordenador. Estaba realmente furiosa. Siempre que había un crimen contra una mujer, y más en estas circunstancias, se enervaba. Además, y no era una excusa, sus hormonas todavía estaban alteradas, tras seis meses de dar el pecho. Y lo peor era que había dejado a su pequeño en la guardería llorando.

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