Capítulo 7 (Color arena y azul océano)

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Estoy sentada en una especie de cama fría, extremadamente blanca y bien arreglada, la tela de las sabanas es lisa y suave como una pluma. Las luces del lugar parecen tener un brillo irreal; superficial, casi como si imitaran el sol pero no alcanzaran su potencial. Su luz encandila mis ojos y me deja invidente por unos segundos haciendo difícil que analicé mi entorno. Froto mis ojos para ayudarme a ver de nuevo. En cuanto recupero la visión la cama comienza a moverse sola por un pasillo igual de blanco, sin puertas en los extremos, pero con una franja de azulejos verdes que cada cierta distancia cambian a azul y vuelven al verde. Al mirar adelante no encuentro el final del pasillo, solo veo luces y luces con su fuerte brillo. Es un pasillo sin fin.

No sé dónde me encuentro, pero siento que ya he estado aquí. Confundida, lo único que se me ocurre decir es:

-Mamá, tengo miedo.

Cierro los ojos, mareada por el movimiento de la cama y cuando los abro miro hacia abajo y me encuentro acostada, amarrada de pies, muñecas y a la altura del pecho con correas de cuero a la cama. A mi lado hay unos barrotes de hierro limpios y grises que sostienen hojas con letras extrañas. Miro nuevamente hacia el techo y veo las luces blancas pasar cada vez con más rapidez.

Siento que se me va a salir el corazón del pecho de solo pensar lo que está por pasar, porque sé qué sigue cuando lleguemos al final del pasillo, sé que no será agradable y me dolerá hasta el infierno.

-Tranquila, cariño, es solo una transfusión de sangre.

Habla esa voz que tanto conozco, esa voz que tanto trato de no olvidar sin importar cuántos años lleve sin escucharla, esa voz que me calmaba cuando era niña, que me cantaba al dormir y me consentía tanto. Miro para los lados tratando de buscarla, pero no hay nadie, solo el pasillo, la cama moviéndose y yo en ella.

Desesperada de encontrarla, intento zafarme de las correas pero lo único que consigo es lastimarme. Grito, lloro, me agito hasta que llegamos al final del pasillo y pasamos dos grandes puertas rojas. La cama deja de moverse abruptamente en la mitad de una habitación vacía. Dirijo la mirada para observar mi cuerpo y noto que ya no tengo las correas agarrándome el cuerpo, pero tengo un tubo transparente que sobresale de mi brazo izquierdo y que poco a poco se torna rojo sangre. El líquido cae dentro de un tanque gris, el cual tiene escrito las mismas letras extrañas de las hojas que hay colgadas en los barrotes de hierro de la cama. Trato de arrancar el tubo de mi cuerpo, pero en cuanto lo toco desaparece y cambia de brazo. Rendida, suelto un suspiro y me siento en la cama. Agacho la cabeza y encuentro encima de mis piernas un cuaderno con hojas gastadas y una portada bastante mal cuidada de un color verde oscuro con dorado en las esquinas, y en su centro la figura de un reloj de arena con un narciso creciendo en su interior. Lo abro y veo oscuridad, una oscuridad infinita que marchita todo a su paso, una oscuridad que sale disparada del libro y comienza a llenar la habitación consumiendo toda la luz y de paso consumiéndome a mí.

Así fue la visión que tuve después de saber el nombre de Orión, acto seguido, me desmayé. Según me contó Max, Damen golpeó fuerte a Orión dejándolo inconsciente, otra vez, por pensar que él era el responsable de mí desmayo. Yo también lo hubiese golpeado de haber sido él. Y aunque Damen ha estado presente en un par de visiones que he tenido, en ninguna me había desmayado. Solo espero no estar volviéndome loca y que mi cerebro no deje de funcionar.

***

El cielo está completamente azul, no se logra divisar ni una nube y probablemente nos deshidratemos más rápido de lo normal. Llevamos caminando ya cuatro horas seguidas, cuatro horas en las que he interrogado a Orión sin llegar a obtener mucha información. Puede que haya sido mucho tiempo de preguntas y respuestas, pero no es fácil sacarle información de inmediato. A veces ni siquiera responde y cambia completamente su semblante abierto y se encierra tras su máscara. Como no puedo ver ni una expresión suya gracias al casco, me toca confiar plenamente en sus respuestas monótonas, pero hay ocasiones donde me encantaría arrancarle ese estúpido casco de su estúpida cabeza. Solo espero que sus respuestas sean así mientras agarra confianza, porque mi paciencia tiene un límite.

Sin RastroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora