capitulo 8 🤍

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Cada día, en Estados Unidos hay aproximadamente tres mil personas
en lista de espera para un trasplante de corazón. Cada año están disponibles casi dos mil donantes. A los pacientes que son aptos para un trasplante se los agrega a una lista en espera del corazón de un
donante. Esta lista es parte del sistema estadounidense de asignación de órganos donados. La Red de Obtención y Trasplante de Órganos (OPTN, por sus siglas en inglés) aplica este programa. La OPTN tiene políticas instauradas para asegurarse de que los corazones de
los donantes se entreguen de manera justa. Estas políticas se basan en la urgencia, los órganos disponibles y la ubicación del paciente que recibirá el corazón (el receptor).

Instituto Estadounidense de Corazón, Pulmones y Sangre


Las palabras de Yibo flotan alrededor en mi cuarto mientras me siento frente al ordenador, viendo la primera publicación del blog que leí sobre él. Hacen eco, como lo hacía cualquier otro
conjunto de palabras antes de que supiera dónde encontrarlo: «Hombre, diecinueve años, California».
La familia de Ayanga sólo había recibido la información más básica acerca de los receptores de los órganos, y esas tres cosas eran todo lo que yo sabía acerca del receptor de su corazón. Era lo
único que yo sabía cuando le escribí. Y, más tarde, eso fue lo que conservé cuando él no respondió.

Cuando quería saber dónde encontrarlo, porque necesitaba conocer más de él.
Una serie de palabras, separadas por comas, que escribí en la casilla del buscador: hombre, diecinueve años, California. Agregué «trasplante
de corazón» y obtuve 4,7 millones de resultados en 0,88 segundos. Los resultados que pude ordenar por fecha y relevancia se redujeron más por
ubicación geográfica, pero, aun así, surgieron interminables enlaces, piezas que podrían pertenecer siquiera al mismo rompecabezas. Los seguí noche tras noche, dando vuelta a las piezas
bajo el pálido brillo de mi ordenador, hasta que encontré las que parecían encajar.

Hay doce centros de trasplante en California, pero sólo uno había realizado un trasplante de corazón el día que murió Ayanga. Lo encontré en las
publicaciones de un blog que escribía una muchacha que estaba increíblemente asustada; pero que trataba de conservar la esperanza por su hermano menor, que había estado allí en la sala de terapia intensiva. Ya le habían puesto un corazón artificial, pero estaba debilitándose con cada día
que pasaba esperando uno nuevo.

Había visto la fotografía de Yibo en el blog de su hermana, aquella sonrisa cansada y los pulgares arriba, saludando a la cámara, mientras sus padres y su hermana lo rodeaban sonrientes,
pero con los ojos llorosos. Su hermana escribió que, en esa foto, acababan de decirles que se había conseguido un corazón adecuado y que, de acuerdo
con todas las pruebas, era una coincidencia perfecta. Esto debió de ser en el momento en que, a kilómetros de distancia, a Ayanga se le estaba extirpando el corazón; mientras nuestras familias se mantenían juntas en la sala de espera, derramando otro tipo de lágrimas.

En el minuto en que se extirpa el corazón de un donante, el reloj empieza a correr, y los doctores se encuentran en una carrera contrarreloj para llevarlo al receptor. Se deposita el corazón en una bolsa de plástico que está llena de un
líquido estéril y se sella. Luego, para el transporte, que normalmente es en helicóptero, se envuelve la bolsa con hielo. Así había pasado con el de Ayanga. Y mientras volaba al centro de trasplantes, se preparaba a Yibo para la cirugía. Su familia rezó y les pidió a sus amigos que hicieran lo mismo. Lo que para ellos era una cuestión de vida o muerte, para los médicos era un procedimiento rutinario.
Sólo unas horas después de haber extirpado el corazón del pecho de Ayanga, se cosió en el de Yibo. Los vasos sanguíneos se unieron y, cuando
el corazón se juntó con la sangre de Yibo, empezó a latir de nuevo por sí solo. Justo mientras mi mundo se detenía por completo.

Recorro la pantalla hacia abajo, sobre
palabras que he visto tantas veces que podría recitarlas de memoria, hasta la siguiente fotografía de Yibo, tomada justo cuando despertó de la operación. Está recostado en la cama del hospital
y lleva puestos en las orejas los auriculares de un estetoscopio. Mientras un doctor presiona el receptor del aparato contra el pecho recién operado, Yibo escucha sus nuevos latidos.

La primera vez me resultó difícil mirar la fotografía. Tantos meses después de la muerte de Ayanga, era difícil no sentir de nuevo la aguda garra de la pérdida. Pero era imposible no conmoverse por lo que vi capturado en esa foto y por la
emoción que reflejaba el rostro de Wang Yibo.

Aquello hizo que quisiera conocerlo. Y, después de meses sin recibir una respuesta a mi carta, fue a través de las palabras y las fotos del blog de su
hermana que empecé a hacerlo.
Recorrí todas las publicaciones del sitio web de Ziyi y, con ellas, construí líneas de tiempo paralelas. El día en que enterramos a Ayanga, Yibo tuvo la primera biopsia de su nuevo corazón y no mostró señales de rechazo. Nueve días después, tenía la fuerza suficiente para salir caminando del hospital y regresar a casa con su familia; y yo me sentía demasiado débil para asistir sin Ayanga al último día del curso. Pasé ese verano, y luego mi último año, suspendido en una neblina de dolor.

Yibo durante ese tiempo se volvió más fuerte e impresionó a los doctores gracias a sus avances.
Sanando. No lo sabía entonces, pero, meses después de la muerte de Ayanga, cuando escribí mi carta anónima al hombre anónimo, de diecinueve
años de edad, de California, él estaba haciendo todo lo que estaba a su alcance para salir adelante y superarlo. Y, entonces, decidí que yo necesitaba
verlo para hacer lo mismo.

Ahora no sé qué pasará.

Recorro la pantalla hasta la publicación más reciente en el blog de Ziyi, escrita semanas antes, en el día trescientos sesenta y cinco. El aniversario de la muerte de Ayanga y de la segunda
oportunidad de vivir de Yibo. El punto de partida de nuestras líneas de tiempo paralelas. Las junté ayer, aunque eso tendría que haber sido el final. No debería haber «alguna vez», pero
entonces pensé en él de pie, en el pórtico, sonriéndome, con el sol cayendo y brillando sobre nosotros como una invitación, y, sin importar lo que debería ser, no lo sentí como el final.

Un golpe en la puerta interrumpe mis
pensamientos. Reconozco los rápidos y punteados toques y sé que es la abuela. También sé que sólo llamará una vez más antes de usar su llave para entrar y subir la escalera, para ver por qué no he respondido. Ella es sorprendentemente rápida para
sus ochenta años, así que cierro deprisa el ordenador, me peino el cabello con los dedos y me levanto del escritorio justo cuando oigo los segundos pequeños golpes. Cruzo corriendo la habitación, pero cuando veo la flor de Yibo en
mi armario me detengo por un momento. Se encuentra justo debajo de la fotografía en que salimos Ayanga y yo, y de la flor, ahora marchita, que él me dio el primer día.

Mis ojos van directos al rostro de Ayanga, y su sonrisa me congela el cuerpo. Me pongo tenso mientras reflexiono y espero a que llegue la
familiar rigidez en mi pecho. Pero no llega, y miro otra vez la nueva flor. —¿Fuiste tú? —susurro.

Un ♥️ para 2 || Yizhan ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora