capitulo 29 🤍

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Hay momentos en la vida, cuando el corazón está tan lleno de emoción, que, si por suerte es sacudido, o en sus profundidades, como una piedra, cae alguna palabra descuidada, se desborda, y su secreto, derramado sobre el suelo como agua, nunca puede volver a
unirse.

HENRY WADSWORTH LONGFELLOW
«El cortejo de Miles Standish»

Despierto lentamente, de modo que de lo único que soy consciente al principio es de un sonido grave y continuo, y el rítmico movimiento del lugar donde tengo apoyada la cabeza. Estoy envuelto en algo cálido, pero más allá hay una corriente de aire cargado de lluvia que me hace pegarme más a Yibo, al calor de su piel y al ritmo de su corazón.

Por un instante la idea me sorprende.

Durante mucho tiempo pensé en él como la persona que tenía el corazón de Ayanga. No puedo decir cuándo
sucedió o cómo cambió en mi mente, pero ahora siento esa idea distante, incluso falsa. Este sonido que puedo escuchar y sentir es el corazón de
Yibo. Abro los ojos y, cuando veo la curva de su barbilla, su bronceado brazo a mi alrededor, regresa una corriente cálida, el recuerdo de sus suaves labios presionándome mientras la lluvia
caía insistentemente. Era su corazón y el mío juntos; esos momentos fueron nuestros, a solas.

Una luz pálida se filtra por las ventanas
empañadas, y todavía oigo el sonido suave de la llovizna, punteado por el ruido de las gotas más grandes que se desprenden del ciprés debajo del
cual estamos, y que golpean el techo de metal de la furgoneta.
Llevo la mano al centro de su pecho, paso un dedo por su cuello, y Yibo se agita ante el contacto. Respira hondo y me cubre la mano con la suya como lo ha hecho antes. La lleva a su pecho y sonríe sin abrir los ojos.

—Hola —digo, sintiendo de pronto un poco de vergüenza, con nuestros cuerpos aún enredados bajo una colcha.

Yibo abre un ojo y luego el otro, e inclina la barbilla hacia abajo para verme. —Así que no lo he soñado... —Una sonrisa
se extiende por su cara—. Bueno, esta vez no.

Me río y lo empujo jugando, pero los
recuerdos de nosotros, con la lluvia alrededor, y la idea de él pensando en mí de esa manera envía una nueva oleada de calor en mi interior. Me estiro
para alcanzar sus labios, y él me abraza, y, como si todo estuviera a punto de desaparecer de nuevo, oigo el zumbido de mi teléfono móvil.

Empiezo a estirarme para ver quién es, pero Yibo me atrae hacia él y murmura en mis labios mientras me besa: —No te preocupes por eso ahora.

Le devuelvo el beso mientras el teléfono
sigue vibrando, antes de quedar en silencio. Luego se oye el corto sonido de un mensaje de voz. Una pequeña preocupación se instala en un rincón de mi mente. Le dije a Yubin que iba a ver a Yibo. Tal vez sólo me esté llamando para confirmar que estoy bien.
Por lo general, no pensaría mucho en ello, pero la tormenta, que no estoy donde dije que estaría y que se está haciendo tarde, hacen que me sienta lo bastante ansioso como para apartarme de Yibo, ponerme la colcha hasta el pecho y alcanzar el teléfono.

Cuando veo la pantalla, mi estómago se
hunde.

Doce llamadas perdidas.

Mi madre, Yubin, la abuela.
Una y otra vez.

—Dios mío.

Yibo se incorpora, asustado. —¿Qué? —pregunta—. ¿Qué pasa?

—Yo..., no sé, creo que tal vez, tal vez sea... —Me pongo nervioso y trato de recuperar el primer mensaje de voz.
La voz de Yubin corta mis palabras.

Un ♥️ para 2 || Yizhan ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora