capitulo 28 💜

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Ocasionalmente, en la vida se presentan esos momentos de realización indecible que no pueden explicarse por completo con esos símbolos llamados palabras. Sus significados sólo pueden articularse
con el lenguaje inaudible del corazón.

MARTIN LUTHER KING JR.

Después de varios kilómetros de curvas,
precipicios por un lado, y la exuberante ladera verde, con barrancos y pequeñas cascadas por el otro, la carretera finalmente se adentra en un plano
y pasamos por delante de un pequeño letrero que dice «Campamento estatal». Yibo no da la vuelta en el campamento, sino que gira a la izquierda para entrar en un aparcamiento en el lado de la
costa de la carretera. No hay nadie en la taquilla para cobrarnos y, como está desierto, tenemos que estacionar la furgoneta nosotros mismos. Yibo
detiene el vehículo junto a la reja, bajo un ciprés que extiende sus ramas, verdes, anchas y planas, como un enorme bonsái.

Está callado cuando recorre el lugar con la mirada. —No puedo creer que estés aquí conmigo. — Se inclina y me da un beso, y yo puedo sentir una sonrisa en sus labios—. Éste es mi lugar favorito, desde siempre. Ven.

Salimos y nos paramos cerca de nuestras puertas abiertas, estirándonos bajo la luz de la tarde. El aire aquí es diferente: más frío y ligero.
El olor del agua salada se mezcla con los aromas de los árboles y las flores que crecen y se esparcen por la colina. No podemos ver u oír el océano desde donde estamos, pero lo percibo,
igual que puedo percibir cómo se aleja la tensión de yibo. —Vamos a ver el agua —dice, y, antes de que pueda responder, me coge de la mano y me lleva a una corta escalera de madera, que sube y pasa por la reja, al otro lado, donde un sendero serpentea a través de la alta hierba verde, y luego desaparece
a la orilla del acantilado. Subimos y después caminamos, cogidos de la mano, por el sendero.

No hablamos, pero no tenemos que hacerlo. La dulzura del aire, el tacto de la mano del otro, el sonido distante del océano... todo es perfecto.

Como si fuera lo que necesitábamos y como si estuviéramos donde deberíamos estar.

Cuando llegamos a donde el sendero conduce hasta una empinada serie de escalones, la vista del océano se desdobla ante nosotros. Hace que me
detenga en seco.

—Ah. —Respiro—. Esto es precioso.

—Sabía que te encantaría —dice Yibo con una sonrisa mientras recorre con la vista la amplia ensenada de agua del color del zafiro.

En el extremo sureste, un arco blanco de agua cae sobre el acantilado y se derrama encima de la arena
antes de encontrarse con el océano. Yibo inspira a fondo y lentamente, como si se estuviera bebiendo todo el aire, comparando cada detalle con la imagen que tiene en su memoria.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que viniste? —pregunto.

Él no aparta los ojos del agua. —Mucho. Vine con mi padre, tal vez hace diez años. Queríamos acampar solos, en la playa. —Sonríe—. Trajimos el kayak y nuestras tablas de surf y estuvimos en el agua todo el día. Luego llegamos aquí, hicimos perritos calientes y galletas
con bombones y chocolate en la fogata, y miramos las estrellas fugaces sobre el océano.

—Suena perfecto.

—Lo fue. Un día perfecto. Así lo recuerdo, de todos modos. Pensaba mucho en eso cuando estaba enfermo. —Me mira—. Pensaba que tal vez ése habría de ser el mejor día de mi vida.


Vemos que una ola, mucho más grande de las que he visto en Sanya, se eleva, gana velocidad y altura, y luego se estrella provoca un trueno que puedo oír aun a esta distancia.

Yibo me habla con un tono de voz grave: —¿Eres valiente?

Un ♥️ para 2 || Yizhan ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora