CAPÍTULO 18

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La noche traía un viento frío que no dejaba de soplar. Marcela se había bajado del carro una vez frente a las puertas de la mansión Mendoza y en su mente no dejaba de maldecir el clima y su decisión de vestuario, aunque incluso odiaba menos eso que tener que acudir a la madre de Armando ante la incompetencia de su padre por conseguir ese negocio que tanto estaba anhelando.

La mujer la esperaba al pie de las escaleras de la entrada, iba bien abrigada y llevaba una sonrisa de suficiencia en el rostro mientras veía a la joven caminar hacía ella. Marcela no iba con buena cara, más bien parecía fastidiada y con un aura pesada y negativa, ni siquiera el entallado y fino vestido blanco la hacía lucir más relajada.

—Veo que no te has demorado más de lo que me has dicho, esa es otra de las tantas cualidades tuyas que me encantaría que mi hijo viera en ti.

—Lamentablemente para ti, Armando carece de sentido común...—Susurró con sarcasmo y Margarita ladeo una sonrisa arrogante.

—O más bien una simple costurera posee más encantos que tú—Ambas lanzaron una risa burlona y negaron con la cabeza.

—¿Sabes en dónde está? Planeo hacerle frente y decirle mis intenciones cuanto antes, estoy segura de que con la presión adecuada puedo hacerlo caer.

—Me has pedido que investigara y pues eso hice, tampoco es como que fuera algo difícil; apenas hay tres bares diferentes acá en el pueblo, pero solo uno al que podría entrar con la bola de empleados que tiene por amigos...—Contestó Margarita con cierta irritación asomándose en sus palabras, después las dos empezaron a caminar hacía el auto de Marcela.

—¿Te refieres a Mario? Pero si yo tenía entendido que era de una buena familia...—Margarita se subió con cuidado y se recorrió en el asiento para que entrara Marcela.

—Y así es, pero no me refiero a Mario sino a que es amigo de los empleados de las galerías. Un mal hábito que le dejó su padre y que yo nunca he podido quitarle...

—Yo creo que no está mal que se lleve bien con sus empleados, siempre y cuando nunca deje de verlos como lo que son; personas que le sirven a él, que trabajan para su negocio y que siempre deben tener un límite claramente marcado.

—La verdad es que yo preferiría que no conviviera con ellos de ninguna manera, pero es un necio...—Negó con la cabeza mientras mantenía su expresión de enojo, después le habló al chofer que no dejaba de mirarlas por el retrovisor con incomodidad— Llevenos al bar que está a una calle de las galerías, seguro que ya sabe cuál es...

El hombre sólo se limitó a asentir, ignorando el hecho de que acababan de verlo por encima del hombro. Condujo por apenas diez minutos antes de llegar al bar, entonces les abrió la puerta y las mujeres bajaron con aires de superioridad y una determinación que daba temor.

(...)

Armando llevaba a Betty de la mano a la pista cuando rápidamente la llevó a un sector con menos luz. La abrazó y le robó un beso apasionado, ella le dedicó sonrisas tímidas entre besos.

—Mi amor, ¿y usted porqué no contó cómo fue realmente la propuesta de matrimonio?—Betty lo miró a los ojos, sorprendida, y vio cómo la cara de él se llenaba de picardía así que rápidamente le siguió el juego.

—A no pues, espérame quietico aquí entonces, que yo voy y les cuento cómo mi adorado hombre me pidió matrimonio; en la cama, desnudo y justo después de haber hecho el amor—ambos se sonrojaron y dieron una carcajada abrazándose con amor— y mejor ni les cuento de donde sacaste la cajita del anillo, osito... si estabas desnudo.

— ¿Co.. Cómo de dónde?— Beatriz se rio más fuerte y Armando al fin entendió aquella broma, se rio junto con ella y le dio una palmada en el trasero— Picarona...

DÉJAME AMARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora