CAPÍTULO 27

410 48 90
                                    

—Sabías perfectamente que esto podía pasar, Marcela, es que conociendo a Armando era más que obvio que no llegaría a la boda, si él te aborrece más que nadie —Se paró de su asiento con calma y arregló su camisa—Mejor deja de hacer el ridículo y cancela todo, estás a tiempo de quedarte con un poco de dignidad...

—¡Ya cállate Daniel! Así no ayudas en nada, siempre con tus comentarios malintencionados con ella. No cambias esa maldita soberbia tuya— Daniel rodó sus ojos y Julio se giró a mirar a su hija, que estaba vestida totalmente de blanco y mirando por el gran ventanal que daba hacia los jardínes; ahí estaban ya todos los invitados acomodados en sus puestos y los empleados atendiéndolos para amortiguar la espera— Hija, no le hagas caso a Daniel, Armando si llegará, él no va a desperdiciar la gran oportunidad de casarse con tremenda mujer. Además, ya tenemos un contrato firmado, él debe cumplir...

Marcela lo miró con coraje y se dió la vuelta para acomodarse el velo como por quinta vez en los últimos diez minutos.

>>>>>>>>>>>>>>>

Desde que Nicolás vio a Camila en la fiesta de año nuevo; tan elegante, hermosa y despampanante, no había podido sacarla de su mente. Cada vez que la tenía enfrente le tiemblan las manos y la voz; su corazón palpitaba como loco, se llenaba de sudor y se preguntaba si era sano sentir tantos revoloteos extraños en el estómago que el asemejaba con los aleteos de las mariposas contra la piel de su mano cuando conseguía atrapar alguna. Jamás le había pasado algo como eso, ni siquiera con Aura María en el tiempo que se declaró completamente enamorado de ella; eso lo tenía doblemente nervioso, consternado y hasta preocupado. Sentía que estaba en una crisis por no entender qué es lo que sucedía o porque hasta ahora lo venía sintiendo todo con tanta intensidad.

No la había visto en lo que restaba de mañana y ya la extrañaba.

Intenso...

Esa era la palabra correcta para describir cómo sentía su alma entera cuando ella estaba cerca. No sabía qué hacer con ese revoltijo de sentimientos que Camila le provocaba, y es que ella lo hacía con tan sólo dedicarle una mirada o su hermosa sonrisa.

Sabía que el acercamiento era la clave para entender las súplicas de su corazón, así que ya había comenzado con ello desde que había comenzado su día; el poder mental era extraordinario y por eso se pasó toda la mañana convenciendose de ser valiente y no perder más el tiempo.

Dio varias vueltas a los talleres ordenando sus ideas y planeando conversaciones hasta que sus pasos tomaron el suficiente coraje para dirigirse a la puerta de su habitación; sabía por las chicas que se había tomado el día libre así que solo le quedaba rezar porque de mínimo Aura María no hubiese decidido escaparse a su habitación ese día.

—¡Nico, pero que sorpresa! No esperaba verlo por acá— exclamó Camila al ver a Nicolás frente a su habitación, sintiendo como sus nervios la iban carcomiendo de a poco al concentrarse en el café oscuro de sus ojos. Estaba terminando de vestirse para ir al peor evento que debía presenciar en toda su vida, pero le tocaba reunir fuerzas porque tenía que acompañar a su hermano aún sí era para firmar su sentencia de muerte.

Se había puesto un vestido color negro de seda, largo y con una apertura sensual en una pierna, un poco escotado para un evento como ese; era un clásico en Londres y nunca lo había usado, pero encontró que ésta era la ocasión perfecta. No pretendía usar algo más luminoso y adecuado para un evento tan catastrófico como ese, nadie ahí se merecía presenciar su aprobación hipócrita y falsa por un matrimonio que detestaba.

DÉJAME AMARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora