CAPÍTULO 31 (PARTE 2)

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Caminó hasta la puerta de la habitación de Sandra, pero al llamar se encontró con la misma respuesta ausente que antes. Suspiró con frustración y entró a su habitación con la mente llena de dudas sobre el paradero de Betty.

Estaba preso en su cabeza y así hubiera seguido de no ser por la imagen de Marcela recostada sobre el sofá de la estancia, luciendo una lencería que sólo ella podía considerar "provocadora".

—¿En dónde está tu ropa? ¿Será que de casualidad se quedó botada en el mismo sitio que tu dignidad? ¡Lárgate de acá! ¡¿Cómo entraste?!

—Ay mi amor, ¿pero qué tiene de malo que tu esposa te reciba para una pequeña ronda de placer? Han pasado casi tres semanas desde nuestra boda, pero el matrimonio nada que se ha consumado...— Se levantó con movimientos lentos y marcados, intentando mostrar sus mejores trucos de sensualidad que solo consiguieron provocar náuseas a Armando.

Él se esmeraba en contener la respiración para no inhalar el escandaloso perfume de Marcela y regresarlo en forma de vómito real y verbal también. Marcela llegó hasta él y extendió sus manos en un intento de rodearle el cuello, pero él tomó sus muñecas con rudeza y comenzó a apretarlas sin cuidado alguno.

—¿Es que tú no entiendes lo que significa que te largues? ¡¿También eres sorda ahora o sólo más estúpida que antes?! ¡Fuera de acá, Marcela Valencia! ¡Lárgate de mi vista!— Gritó, zarandeando su cuerpo con rudeza mientras le dedicaba una mirada llena de odio.

Comenzó a arrastrarla hacía la puerta entre los gritos desesperados de ella.

—¡Suéltame, Armando Mendoza! ¡No me pienso ir de acá hasta que me hagas el amor en esa maldita cama! ¡A mi no me vas a ver la cara de tonta! ¡No vas a acostarte con tu amante y dejarme a mí cómo si fuera la cualquiera!

Armando la sacó de un empujón de la habitación y ella cayó al suelo de rodillas, mirándolo con rabia.

—Me alegra que sientas perfectamente que eres la cualquiera en esta relación, ¡Yo jamás me acostaré contigo, loca!— Tomó el abrigo que estaba botado junto a la puerta y se lo arrojó a la cara, suponía que era de ella porque nunca lo había visto. Azotó la puerta en sus narices cuando intentó entrar de nuevo y le puso seguro para después correr a su habitación y comenzar a empacar.

(...)

Del otro lado de la puerta, Marcela recogía su abrigo sin poder dejar de temblar por toda la rabia que estaba sintiendo.

Betty y Sandra justo iban bajando del elevador cuando Armando la sacaba de la habitación, y se encontraban escondidas en una vuelta del pasillo; habían observado toda la escena y contenían hasta la respiración para que ella no las notara.

Marcela se colocó el abrigo con cuidado, como si no hubiera pasado absolutamente nada, y salió directo para el elevador con un aura asesina que les congeló la sangre.

El indicador del elevador mostró que ella había bajado hasta la recepción y sólo entonces, ellas respiraron con calma y relajaron los hombros. Al mismo tiempo, salió Armando de la habitación y se apresuró a tocar su puerta.

Ellas lo miraron y salieron de su escondite, pero él no las notó y justo estaba por volver con una cara llena de molestia a la habitación cuando Betty soltó una risa baja que lo hizo levantar la mirada.

—Betty, mi amor, ¿En dónde te habías metido? — Se apresuró a decir con cansancio, completamente agotado por el gran coraje que acababa de hacer con Marcela como para ponerse a reclamar con más potencia.

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