CAPÍTULO 1

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(Canción oficial de la historia)

Todos tenemos nuestro destino trazado, a veces escrito en renglones torcidos...

Y el comienzo de éste, empieza a escribirse el 17 de enero de 1921 con el nacimiento del gran heredero de las galerías de moda de los Mendoza, Ecomoda.

Armando Mendoza Sáenz fue el primer hijo de los dos que tuvo el matrimonio formado por Roberto Mendoza y Margarita Sáenz. Al ser el primogénito, fue automáticamente elegido como el heredero de tal fortuna. Fue educado por sus padres con la clase y la gracia de un caballero con estatus, pero también se llenó de bondad y humildad gracias a los trabajadores que siempre lo adoraron como un hijo propio; desde pequeño él acompañaba a sus padres a las galerías, así fue como conoció a Hermes Pinzón, jefe de área de corte y a su esposa, encargada del área de costureras; una pareja joven, llena de amor que sin dudar cuando lo conocieron, le brindaron todo su cariño y amor.

Lo vieron crecer durante tres años mientras lo dejaban correr por los pasillos, lo achuchaban y le regalaban dulces por su ardua labor de sostener alfileres para las muchachas de costura. Esas atenciones eran solo para él antes de tener a su hija propia.

El matrimonio conoció el verdadero amor cuando la vieron a ella...

La pequeña Beatriz, nació el 23 diciembre de 1924 dando paso a tan bella fecha como es la navidad. Nació ahí mismo en las galerías de Ecomoda, un mes antes de que Armando cumpliera los cuatro años; el parto lo asistió una compañera de trabajo de Julia ya que aparte de ser costurera era también partera. Todos los trabajadores vivían en éstas estancias, tenían cada uno su propia habitación y eran como una familia enorme que siempre se apoyaba.

Armando era un pequeño alegre, muy cariñoso, inteligente, sumado a esto, era protector con las personas que él quería. Cuando se enteró que mami Julia tendría a su bebé corrió a verla. Llegó cuando tenía a la niña ya en sus brazos y nada más ver por primera vez a la pequeña, le bastó para saber que siempre permanecerá a su lado.

Hermes y Julia habían sido como sus padres; sin embargo, él no la miró como una hermana, sino como su futura mejor amiga. A partir de entonces no la dejaba ni a sol ni a sombra, la iba a visitar cada día y la cargaba por horas hasta que sus padres bajaban a los talleres a buscarlo.

A su madre, Margarita, no le agradaba esa familiaridad que su hijo tenía con los trabajadores, pero tampoco hacía desplantes con tal de prohibirle la convivencia. Ella notó que desde el nacimiento de aquella pequeña, ya no podría ser sencillo que su hijo se alejara de estos empleados; Armando era muy chico para entender la gran diferencia social que los separaba. Y su esposo, Roberto, le había prohibido meterle esas ideas en la cabeza. Aún así, nunca desperdició ningún intento para mantenerlo al margen y de eso Don Hermes era muy consciente así que ayudó a abrir esa distancia por el bien de su familia que se mantenía a base del sueldo de ese trabajo.

Lamentablemente para ellos, la terquedad y el amor que Armando forjaba cada día con Betty que no dejaba de crecer, era mucho más fuerte que sus prejuicios. El niño se escabullía y visitaba a la bebé en su cuna por al menos unos minutos todos los días; el mismo no entendía cómo es que su propia hermana le resultaba insoportable de llorona, y ella no, amaba ver cómo sonreía cada vez que escuchaba su voz, o como lo buscaba con la mirada cuando jugaba con ella.

Fue así como Beatriz creció viendo a Armando cada día, aprendió a jugar con él e incluso también aprendió a caminar. Así resultó mucho más fácil lo demás, pues Armando ya la sacaba a escondidas con ayuda de doña Julia, que amaba verlos jugar juntos.

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