Es preciso primero presentarme, ya que soy el protagonista de esta historia, o algo así. Mi nombre es Santiago, tengo 25 años de edad, y me gano la vida trabajando como cobrador en un estacionamiento de una de las tiendas Soriana ubicada en Tlatelolco, que es también el barrio donde vivo. Cerca del centro de la ciudad de México, pero lejos de su ajetreo urbano, aunque igual acá tampoco es muy tranquilo que digamos.
Vivo en un apartamento ubicado en el edificio ISSTE 9 de la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco, por lo que todos los días tengo que caminar poco más de un kilómetro para dirigirme a mi fuente de trabajo, y a veces por eso, es inevitable llegar unos minutos tarde. Pero intenta decirle eso a mi jefe que tiene de comprensivo lo que yo tengo de millonario.
Es un trabajo de mierda, lo admito, pero sigo ahí porque es mi única fuente de ingresos y porque gano bien, o al menos lo suficiente como para vivir al día. Con lo que gano ahí, cubro todas mis necesidades excepto la renta la cual la pagan mis padres. Pero sé que un algún día no muy lejano se les acabará la paciencia.
Bueno, hay otra razón casi tan poderosa como esa por la cual sigo trabajando ahí, pero ya hablaré de ella más adelante.
Podría contar más cosas acerca de mi vida pero, como ya expuse antes, es rutinaria y dudo mucho que eso interese. Más allá de que a mi edad siento que no he hecho nada relevante en mi vida y que quizá voy derecho al fracaso. A estas alturas ni siquiera me importa arreglarme bien.
Y que, cuando alguien me ofreció la oportunidad de darle a mi vida un giro de 180 grados, lo arruiné.
Pero vayamos por partes.
Como mencioné antes, mi rutina diaria siempre es la misma: levantarme temprano, bañarme, desayunar, y salir apurado de mi apartamento para no llegar tarde al trabajo.
Y otra vez la vi. A ella saliendo de su apartamento, con toda la calma que ella puede darse el lujo de tener y yo no.
La vi bajar por las escaleras, montarse en su motocicleta y dirigirse a su trabajo, que, justamente es donde yo también estoy. Ojala algún día me dé un aventón al trabajo y hasta con eso me haría muy feliz.
Pero en fin, hay que caminar.
De camino a mi trabajo hay un viejo cine abandonado. El otrora Cine Tlatelolco que en sus días de gloria era un referente en el barrio, hoy luce abandonado, lleno de basura y como nido de la delincuencia. Pero durante el día simplemente permanece solitario.
Es inevitable pasar siempre por ahí y detenerme a echar una mirada dentro del inmueble, pero nunca hay nada diferente. Incluso a veces parece que la pila de basura que hay adentro se hace más grande. Y ocasionalmente puedo ver a algún vagabundo durmiendo sobre ella.
Pero esta vez el "vagabundo" o lo que fuera, era muy diferente.
No vestía harapos, parecía llevar una vestimenta curiosa en la que predominaba el color verde, pero mi sorpresa aumentó cuando pude ver cabello rubio que brillaba como si estuviera hecho de oro.
Resulta que era una niña, quizá una adolescente.
Algo dentro de mí me decía que ella no era una vagabunda precisamente.
Podría haber entrado y comprobarlo pero, llevaba prisa para el trabajo y me fui de ahí.
Como de costumbre, el jefe me regañó otra vez por llegar solo dos minutos tarde. Pero él sí puede llegar hasta una hora después si quiere. Ok, es el jefe y puede hacer lo que él quiera, pero tampoco es un buen ejemplo para sus empleados.
El jefe me recuerda mucho al director de la escuela que salía en la caricatura de Rugrats Crecidos por alguna razón, solo que más mamón. Siempre dice que está muy ocupado pero casi nunca lo veo por ahí más que para regañarme o mostrarme alguna falla que tuve porque, aparte de cobrar estacionamiento, resulta que tenemos la labor de hacer limpieza en él. Hazme el chingado favor, esta tienda no tiene dinero para contratar personal de limpieza y somos nosotros lo que tenemos que hacer la chamba.
Pero la ventaja es que casi nunca está, siempre viene una mujer bien guapa por él y se la lleva en su auto último modelo a quién sabe dónde, es un secreto a voces que es una de sus amantes, pero nadie dice nada por temor al despido.
Y como ya no está aquí, a veces aprovecho y uso como pretexto que quiero ir al baño solo para subir a la tienda.
Solo para poder verla.
La chica de la motocicleta de esta mañana. Luz.
Nunca he hablado con ella, solo sé que así se llama porque he escuchado que así la llaman. Trabaja como edecán repartiendo muestras gratis del stand de Perfumes Europeos que está dentro de la tienda. A veces paso a su lado y huele muy bien, supongo que por los perfumes que ella misma promociona. Debe de tener mi edad.
A pesar de que trabajamos en el mismo lugar y a pesar de que ella vive en el apartamento al lado del mío, jamás le he dirigido la palabra, ni siquiera un "buenos días" cuando la veo salir, no me atrevo por alguna razón. Y como se va y regresa en su motocicleta, jamás he tenido una oportunidad.
Además, creo que tiene novio, es un tipo que, al parecer es su jefe, con el que la veo conversando alegremente a veces, un güerito que parece whitexican.
Justo hoy estaba conversando con ella. Daria lo que fuera por poder hacerla sonreír de ese modo también.
Yo solamente avancé por ahí, me dirigí al baño y salí de nuevo, le di una mirada de reojo a Luz e intenté escuchar de qué hablaban pero no logré escuchar nada. Y como no puedo perder tiempo, regresé rápidamente a mi área de trabajo.
ESTÁS LEYENDO
La historia de Santina y la mía
FantasySantiago es un joven de 25 años de edad residente del barrio de Tlatelolco, trabaja en un estacionamiento como cobrador de una tienda de autoservicio y está enamorado de Luz, una edecán del área de perfumería de dicho establecimiento. Y eso es todo...