Capítulo 7: ¿Has oído hablar de las Tres Tragedias de Tlatelolco?

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Santina me obligó a levantarme temprano para empezar a buscar su orbe. En efecto, aún seguía molesta.

No dije nada porque, de cierto modo, había sido mi culpa.

Pero, aunque le prometí ayudarla, sinceramente no sé dónde empezar a buscar en una ciudad tan grande.

―¿Y a dónde iremos? ―me preguntó la pequeña estando ya fuera del apartamento.

―No tengo idea ―respondí―. ¿No habrá alguna manera de saber dónde podría estar? ¿O donde podríamos empezar a buscar tu orbe?

―Pues... la niña se llevó las manos al mentón―. El orbe tiene el poder resguardado de la heroína, así que podría comportarse como ella.

―Ajá.

―Y la heroína tenía un alto sentido del valor y la justicia, ella definitivamente ayudaría a quien se lo pidiese.

―Ok.

―Y si el orbe se comportara como ella, el orbe debería estar... en un lugar con gente que necesite ayuda, o personas que hayan sufrido mucho ¿Hay algún lugar así?

―Un hospital quizá ―murmuré―. Pero no nos van a dejar entrar tan fácilmente.

―¿Por qué?

―Solo te dejan ingresar si tienes algún paciente al cual visitar.

―¿Algún otro lugar entonces?

―Buenos días chicos ―oímos tras de nosotros.

Era Luz, acababa de salir de su apartamento también. Lucía tan radiante como siempre.

―¿Vas a trabajar? ―pregunté.

―Hoy no ―respondió―. Es mi día libre, ¿y ustedes? ¿Se van de paseo?

―Vamos a un lugar donde haya mucha gente sufriendo o que necesite nuestra ayuda ―respondió Santina con mucha naturalidad.

―¿Eh? ―la chica reaccionó extrañada ante esa respuesta, al menos hasta que le contamos los pormenores del asunto.

―Pues ―razonó―. Dejando de lado los hospitales, creo que un lugar como el que buscan en el que haya sufrido gente... podría ser, la Plaza de las Tres Culturas y la zona arqueológica.

―Es cierto ―comenté―. Considerando todo lo que ha pasado ahí, creo que sería una buena opción.

―¿A dónde dijo?

―Ya lo verás cuando lleguemos ahí.

―Entonces nos vamos ―me despedí de la chica―. Gracias por el consejo.

Pero nos detuvimos en el acto.

Acababa de recordar que ese lugar sí estaba a una distancia considerable de aquí.

Y como si hubiéramos pensando lo mismo, la niña y yo volteamos a ver a Luz.

Y ella también nos leyó la mente.

―De acuerdo, yo los llevo ―respondió―. Pero a cambio invítenme a comer o algo.

―Ok.

Gracias Dios por permitir que me montara de nuevo en la motocicleta de Luz y tenerla tan cerca. Fue un paseo corto en el vehículo, pero lo disfruté mucho.

Todavía no llegábamos propiamente al lugar y Santina empezó a sentirse inquieta.

―¿Qué sucede?

―Hay algo aquí.

Y su inquietud fue más grande cuando llegamos a la zona arqueológica y a la Plaza de las Tres Culturas.

Bajamos y empezamos a caminar por toda la explanada.

―¿Estás bien? ―le preguntó Luz

―Lo siento ―respondió―. Es que soy muy sensible a este tipo de cosas.

La niña caminó por todo el lugar contemplando las ruinas, el templo colonial, el convento y los edificios modernos. Parecía dirigirse a un lado en específico pero luego volteaba a otra parte, y nosotros dos únicamente nos limitábamos a seguirla.

―Es cierto lo que decías ―al fin anunció―. Hay mucho dolor en este lugar ¿Qué sucedió aquí?

―Pues...

Luz y yo procedimos a explicar a la niña todo lo ocurrido en este lugar, específicamente tres desgracias acontecidas aquí.

La primera, fue durante la conquista española hace casi 500 años. Fue aquí donde se libró la batalla final entre los aztecas y los españoles y sus aliados y donde, el 13 de agosto de 1521, el emperador Cuauhtémoc fue hecho prisionero y con él, el imperio azteca llegó a su fin, tal y como lo reza la placa esa que está detrás de las ruinas arqueológicas. Según los cronistas de la época, fue una batalla sangrienta.

―Y se nota ―dijo la dríada al contemplar las ruinas destruidas hasta sus cimientos.

La segunda desgracia sucedió el 2 de octubre de 1968. Había un mitin de estudiantes y todos se reunieron en esta plaza, el gobierno dio la orden, el ejército abrió fuego y ocurrió otra matanza. No hubo tantos muertos como en la conquista pero si fue un número considerable, tal y como lo dicta otra placa de concreto situada en medio de la plaza con nombres de los caídos, aunque no aparecen todos.

Y la tercera desgracia fue el 19 de septiembre de 1985 cuando un terremoto devastador azotó la ciudad de México, siendo el barrio de Tlatelolco de las colonias más afectadas. Varios edificios de departamentos se vinieron abajo y muchas personas murieron ese día.

No lo he mencionado antes pero ahora es buen momento. Me gustaba mucho Tlatelolco porque tuve la oportunidad de visitarlo antes y me agradaba mucho la calidez de la gente y lo bien que se llevaban sus vecinos, pero me daba miedo mudarme a las torres más altas precisamente por ese terremoto que hubo en 1985, por eso opté en quedarme en los edificios de apartamentos más pequeños.

Y después de pensar en todo eso me puse a reflexionar, el cómo, a pesar de que yo sólo llevaba viviendo aquí cuatro años, sentía como si de algún modo, todo eso también fuera parte de mí o lo hubiera vivido. Es raro ¿no?

―Toda esta gente que sufrió ―murmuró la dríada después de oír las tres historias―. Todas esas personas que perdieron la vida. Es el tipo de gente que la heroína jamás hubiera abandonado.

―¿Realmente la admiras verdad? ―preguntó Luz―. Hablas tan bien de ella que hasta yo quiero conocerla.

―Demasiado ―respondió sonriendo―. El sueño de toda mi vida ha sido conocerla, y ahora que estoy tan cerca...

Y se detuvo en seco.

―Lo detecto.

―¿Qué?

―Mi orbe ―anunció emocionada―. Está cerca.

La niña empezó a correr, pero parecía no decidirse. Se movía de un lado a otro y cambiaba de dirección aleatoriamente.

―¿Por qué no te decides de una vez? ―le pregunté.

―Quizá deberíamos dejar de seguirla hasta que esté segura ―comentó la chica.

―Esto es raro ―Santina sonaba confundida―. Mi orbe se está moviendo.

―Eso es porque está conmigo ―oímos tras de nosotros una voz imponente.

―Oh no.

Había aparecido otro de esos caballeros oscuros, pero, a diferencia del primero que parecía estar formado por una niebla oscura, este se veía más "completo" por decirlo así. Su armadura era completamente negra y brillaba como si la hubiera tuneado. Sí imponía respeto.

En una de sus manos sostenía lo que Santina identificó como su orbe. Que por cierto, sí resulto ser como yo lo imaginaba, una simple bola blanca sin nada de chiste.

―Es el Caballero del Odio ―anunció Santina ―. Versandi.

La historia de Santina y la míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora