Capítulo 2: La elfa latosa que me encontré en la basura

28 6 3
                                    

Cayó la noche y por fin, salí de trabajar. Tomé el mismo camino de regreso a casa pero la chica motociclista se me adelantó, para variar. Aunque es de noche, y aunque lleva casco, sé que es ella, conozco bien su vehículo.

Pasé de nuevo por el Cine Tlatelolco y la misma niña rubia aun seguía ahí. Entonces me detuve.

Si realmente esa chica no era una vagabunda, si estaba perdida o algo, no creo que fuera buena idea dejarla ahí. A esta hora empiezan a reunirse los borrachitos y los delincuentes en este lugar, sería peligroso para ella.

Así que entré por una abertura en la entrada del recinto.

Caminé despacio y llegué al montón de basura donde dormía.

Mi primera impresión fue, por la vestimenta que llevaba, que era una extranjera venida de algún país exótico, o quizá una cosplayer, considerando que ese día se estaba celebrando una convención de anime en el centro de convenciones de Tlatelolco.

Me acerqué a ella con cuidado y la moví un poco

―Oye, despierta, no te puedes quedar aquí.

Ella se despertó y estiró los brazos como si hubiera tenido una buena siesta en esa pila de basura. Al verme se sacó de onda y retrocedió asustada, también dio un vistazo alrededor de todo el lugar y se espantó aún más. Al parecer no sabe cómo llego aquí.

Luego murmuró algo en un idioma que no entendí.

―¿No hablas español? ―pregunté―. ¿Do you speak spanish?

Me respondió en un idioma que no entendí y que no logré identificar, ¿Qué podría ser? Sonaba como un idioma de Europa Oriental creo.

La chica dio otro vistazo a su alrededor y pareció tranquilizarse. Pude ver que sus ojos eran verdes y parecian brillar como esmeraldas, qué bonitos.

―¿What is your name? ¿Entiendes lo que te digo? ―me señalé a mí mismo―. Yo soy Santiago ―y la señalé a ella―. ¿Quién eres tú?

Parece que logró entenderme porque se señaló a si misma mientras murmuraba:

―Santina.

―¿Te llamas Santina?

La chica rubia se me quedó mirando y entonces me percaté de algo inusual, la forma de sus orejas.

Eran como las orejas de los elfos pero más cortas, más o menos del tamaño de las mías pero las suyas terminaban en punta. No parecían ser un aditamento de cosplay, se veían reales, seguramente se habrá operado para dejárselas así. Y justo porque la niña tenía una piel bastante blanca, sí daba la apariencia genuina de una elfa.

Entonces hizo algo que no me esperaba, me tomó del cuello y se acercó a mí, haciendo que nuestras frentes hicieran contacto.

Juro que pensé que me iba a besar, y justo por eso instintivamente me alejé, pero no pude. No sé de donde habrá sacado tanta fuerza.

Ella, a pesar de todo permaneció relajada, seguramente por su cabeza jamás pasó la idea de besarme, y en ese momento, yo me sentí sucio. Entonces la niña cerró los ojos.

Y algo pasó, por mi mente desfilaron miles y miles de imágenes como si fuera toda una película. Eran recuerdos de mi vida, pude verme a mí mismo tomando clases cuando era niño e iba a la primaria. Me vi a mi mismo estudiando la universidad y después desertando, me vi discutir con mis padres y mudarme aquí y también vi a Luz.

Duramos así unos diez segundos hasta que la niña me soltó y se alejó de mí. La cabeza me daba vueltas.

―¿Qué demonios fue eso? ¿Qué hiciste?

―Tomé prestados tus recuerdos y experiencias vividas ―respondió―. Gracias a eso pude aprender el idioma que aquí usan y otras cosas que necesito saber.

―¿Siempre sí hablas español?

―Ahora ya lo hablo.

―No juegues conmigo niña ―exclamé―. No sé qué cosa hiciste pero no te puedes quedar aquí, este lugar es peligroso para ti ¿de dónde vienes?

―De Elderia.

―¿Qué? No conozco ese país.

―Es el reino de donde yo vengo ―respondió algo orgullosa por cierto.

¿No será esta niña una cosplayer que se golpeó la cabeza y ahora se cree la protagonista del anime o lo que sea que esté interpretando?

En todo caso no la puedo dejar aquí.

―¿No tienes un lugar al cual ir?

―No intentes distraerme Santiago. Estoy aquí por una misión importante ―respondió sin tomarle importancia a lo que le pregunté, aunque, ¿Cómo supo mi nombre?―. Debo de buscar a la heroína para... ¡Un momento!

―¿Qué cosa?

―¿Dónde está mi orbe?

―¿Tu qué?

―Ayúdame a buscarlo.

―¿Qué se supone que tengo que buscar?

―Mi orbe.

―¿Pero qué mierda es un orbe?

Para entonces ya se alejó a buscar su cosa esa en otra parte y yo, hice como que también buscaba.

Según pensé, un orbe es algo así como una bola de cristal, creo, hace tiempo que ya no veo tanta televisión. Quizá debería buscar en... ¡Hey! ¡Un momento! ¿Qué estaba haciendo siguiéndole la corriente a esa niña? Debía de llevármela lejos de aquí antes de que se ponga peligroso.

―Vámonos mocosa, no es bueno que te quedes aquí.

―Pero mi orbe

―Después lo buscamos, ahora hay que irnos.

A regañadientes Santina aceptó, aunque igual tenía que llevármela de la mano.

Caminamos por la calle. La niña olvidó por completo lo que estaba buscando al contemplar embobada todo lo que la rodeaba, las calles, los edificios, la gente.

―Que impresionante ―exclamó―. Vi en tus recuerdos todo esto pero no deja de sorprenderme ¿Qué clase de magia es esta?

―Esto no es magia.

―¿Y cómo es que eso puede volar? ―dijo señalando un avión que pasaba por el cielo.

―Pues... ― yo tampoco sé cómo vuelan los aviones, pero obviamente no es con magia.

Seguía preguntándome por más cosas como niña chiquita hasta que le ordené que guardara silencio.

De repente me sentí como su fuera su padre.

―¡Wow! ―exclamó la niña al contemplar el edificio de apartamentos donde yo vivo―. ¿Todo eso es tu hogar?

―Claro que no ―respondí―. Son varios apartamentos y yo vivo en uno de ellos.

―Oye ―dije―. Te puedes quedar conmigo esta noche, solo espero que nadie me mire raro por hacer esto, pero mañana te voy a llevar a una estación de policía o a ver a dónde para que se encarguen de ti.

―Lo único que quiero es recuperar mi orbe ―comentó―. Sin él no podré localizar a la heroína.

―Creo que ya fue suficiente de tus juegos. Deberías ya de decirme quién eres en realidad y de dónde vienes, o no podré ayudarte a volver a tu casa.

―Pero es la verdad.

Me siguió hablando de sus delirios pero ya no le puse atención y así entramos a mi apartamento.

La historia de Santina y la míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora