#24: Los espíritus hambrientos

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Llevaba rato escuchando movimiento en la cocina. Mi madre hoy dormía fuera así que si era ella le había pasado algo fuerte para haber regresado. Ya era tarde. No se oía nada salvo el soniquete de platos y cubiertos. Solo me pasaba por la mente lo que decía mi abuela.

“No dejes los platos sucios para el otro día, eso es una invitación para los espíritus hambrientos y al no poder comer se alimentan del alma de las niñas que no recogen los trastes.”

Siempre creí que era su forma de asustarme y no le prestaba atención, pero ahora, luego de tantos años, estaba funcionando.

No hay nadie en la cocina. Todo está justo como lo dejé. Los platos sucios se han acumulado.

−Okey, abuela, ya es tarde, prometo fregarlos mañana y nunca volver a dejar trastes sin limpiar —exclamo al aire.

Cuando me giro veo a mi abuela. Mucho más demacrada que cuando murió. Ojeras pronunciadas, con los brazos y las piernas en los huesos pero una enorme panza, como provocada por parásitos.

−Yo te lo decía, mijita. Debías haberme hecho caso. Ahora tengo hambre y debes alimentarme.

Fue todo lo que dijo antes de abalanzarse sobre mí.

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