#27: La arena: testigo y cómplice

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Había caminado un buen rato por la orilla de la playa cuando la vio, sentada en una roca mohosa, mirando fijamente al mar con un puñado de arena que se escurría de sus dedos. Se acercó y le preguntó qué hacía ahí sola. Ella dejó caer el resto de la arena, se limpió una lágrima traicionera, lo tomó de la mano y continuaron juntos el paseo que él había iniciado solo. Pasaron la tarde conociéndose y al caer la noche se fundieron en un solo cuerpo. La arena se convirtió en lecho. Las olas rompiendo en la orilla evitaban que se escuchara cualquier pensamiento que no fuera sobre ese momento fugaz donde solo existía el uno para la otra. Solo después de alcanzar ese instante mutuo e irrepetible de complicidad, ella le respondió la pregunta que le había hecho cuando la encontró:

-Justo aquí perdí la virginidad. También aquí maté al que era mi novio. Y ahora es tu turno.

Antes de poder percatarse, el chico tenía la cabeza enterrada en la arena y las manos que minutos antes habían arañado su espalda le impedían salir a tomar aire.

No intentes esconderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora