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Jeffrey era una vez más el centro de la vida social adolecente en Lafayette, su popularidad solo parecía aumentar con cada segundo que pasaba. Era el sueño de cada chica que Bill conocía, era el ídolo de casi cada chico con complejos de grandeza y masculinidad.

Jeffrey era la personificación de la rebeldía y la libertad que hace mucho tiempo las mentes pequeñas de Lafayette no veían.

Convertirse en el amigo del pelirrojo, en primera instancia, parecía haber disminuido su imagen; los chicos y las chicas habían pasado de acosarlo a admirarlo con cautela mal disimulada cada que atravesaba las calles o los pasillos con el brazo alrededor del pequeño pelirrojo.

Luego, se había convertido en el baterista de una pequeña banda a la que nadie parecía prestar atención. Y parecía que volvía a actuar como el tipo genial que todo mundo anhelaba ser.

Con delineador manchando las comisuras de sus ojos, las pesadas chaquetas de cuero, los pantalones ajustados y los cigarrillos colgando permanentemente de las puntas de sus dedos, Jeffrey Isbell era una estrella de rock.

En un pueblo pequeño donde anteriormente todo parecía ser blanco y negro, Jeffrey era el rojo calido y brillante que parecia opacar y consumir todo a su alrededor. Había algo en su rebeldía que resultaba atrayente. Algo en su personalidad que llamaba la atención. Era como la exploción de colores vivos y brillantes en la primavera que sucede a los azules tristes y fríos del invierno.

O por lo menos así lo pensaba su mejor amigo.

Bill Bailey, el niño inicialmente acosado por medio pueblo ahora era simplemente el mejor amigo de Jeffrey Isbell.

La gente ya no le prestaba tanta atención; los adultos parecían ocupados hostigando al niño pelinegro; y sus compañeros de clase preferían ignorarlo leyendo la amenaza implícita en el aire por parte de su mejor amigo.

Jeffrey parecía ser algún tipo con conocimiento sobre música que llevó a una banda pequeña banda local sin ninguna esperanza a convertirse en la sensación del entretenimiento de aquel lugar.

Sin embargo, la fama que Jeffrey se había creado en aquel lugar no había pasado desapercibida para el padre del pelirrojo quien le había prohibido volver a ver al pelinegro de ningún modo y bajo ninguna circunstancia.

Después de eso las noches en casa de su amigo pelinegro habían terminado y Bill se encontró volviendo a su realidad más rápido de lo que esperaba resignandose a únicamente ver a su mejor amigo durante la escuela.

Sin embargo, Jeffrey lo había sorprendido durante la primera noche; el pelirrojo se encontraba revolteandose en su cama sin conciliar el sueño cuando un golpeteo casi imperceptible pero insistente en su ventana lo hizo acercarse para encontrar ahí a su mejor amigo sonriéndole apoyado en el balcón de su cuarto temblando por el esfuerzo y el viento helado que soplaba a su alrededor. Bill lo había abrazado tan fuerte que casi lo hizo caer y le había llamado idiota más veces de las que podía recordar.

Después de eso el pelinegro se encontraba escalando hasta su ventana todas las madrugadas.

Él sabía cuando regresaba de tocar en algún lugar porque olía a alcohol, cigarrillos y el maquillaje oscuro le manchaba la piel pálida como pintura que se deslizaba líquida por el óleo, y Bill lo observaba mientras la luz de la luna le iluminaba los ojos y su cabello negro se batía en el aire de la noche, Bill lo escuchaba cuando reía sin aliento mientras se sujetaba del balcon con ambas manos, y lo golpeaba cuando soltaba maldiciones a su padre.