Capítulo 20

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Renuncia de derechos. Todos los personajes usados en este fic, créditos a sus respectivos creadores y autores.

(La portada no tiene nada que ver con el cap, está ahí, porque me gustó xD).

Disfrutando la comida en silencio, estaba el trío como si fueran una verdadera familia.

A ojos de otros, parecía una familia muy feliz y cálida. Sin ninguna complicación y perfecta, no había nada que pudiera romper esa imagen tan hermosa.

Terminando su comida y quedando a gusto con ella. Sin embargo, el Saiyan quería más, lágrimas cómicas recorrían sus mejillas por ser privado de lo que más quería, aparte de superar sus límites, obvio.

Su hijo, lo consolaba sobando su espalda, aunque eso no impedía que se reía a costas de su sufrimiento.

Le parecía surrealista que su Otō-san con todo lo que ha mostrado, sea reprimido por su madre. Aunque, podía entender a su Otō-san, su madre cuando se enojaba era el peligro hecho persona.

Una música suave, comenzó a sonar. Al ver, vieron como había una orquesta y una pista de baile. Eso los sorprendió, el restaurante, si que era de primera clase.

Goku, recordando algo que leyó en un libro, en sus clases pasadas. Dejó de lado su depresión, y se acercó a Inko.

El azabache, tomó delicadamente la mano de Inko como si temiera que aplicando más fuerza le haga daño. Se inclinó un poco y beso su mano. Un tierno carmín adorno el delicado rostro de Inko, por las acciones del Saiyan.

Bella dama. Me concede esta pieza, por favor - pidió el Saiyan, educadamente y con elegancia, y con leve picardía. Mirándola levemente a los ojos, esperando su respuesta.

Todavía con el carmín en sus tiernas mejillas, Inko le regresó la reverencia y miró a los bellos ojos ónix de Goku, perdiéndose en ellos.

Claro, caballero. Sería un placer para mí acompañarlo - respondió soltando una leve risa, ante las tonterías que hacían ambos.

Sin embargo, no le desagradaba, no, nada de eso... le gustaba. Gracias al azabache, recordó lo que se sentía estar enamorada, pensar qué existiría alguien que le robara su corazón. Él, solamente, él, creía que era capaz de lograr esa hazaña, Goku la devolvió a esos días de escuela cuando se enamoró del padre de su pequeño bebé.

El amor que sentía hacia Goku era diferente, con Goku, podía ser una niña y no ser juzgada. El azabache, se convirtió en algo indispensable en su vida, era feliz estando con su hijo, pero ahora que Goku llegó a su vida, esa felicidad se multiplicó por mil.

Sentía que nada podía destruir esta felicidad que sentía y lo perfecta que era su familia.

Dejando de lado sus pensamientos, volvió a la realidad.

Entrelazando su mano con la de Goku, se apegó a él, sintió la mano del Saiyan en su espalda.

El olor del perfume de Inko inundó las fosas nasales del Saiyan, entregándole calma y sosiego. Sintió como Inko pasaba su mano para colocarla en su hombro.

Bailando al compás de la música, tanto la peli-verde como el peli-negro, de perdieron en los ojos del otro.

Como si el resto del mundo no existiera, estando sólo ellos dos, la presencia del otro provocaba tranquilidad y sentían que el mundo era perfecto, estando sólo el otro en el.

Goku, aún con todas las batallas que tuvo y el sinfín de emociones que le entregó cada una; el azabache sentía que eso no se comparaba con la emoción que experimentaba con sólo ver a Inko. Su gusto a las peleas seguía ahí, pero estando con Inko, aprendió que, la tranquilidad y la paz, no eran malas.

El padre de MidoriyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora