Capítulo 11

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    Tus oídos pitan y tu visión en borrosa mientras alguien te arrastra fuera de la zona de batalla

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    Tus oídos pitan y tu visión en borrosa mientras alguien te arrastra fuera de la zona de batalla.

    Soldados disparándose entre si, el edificio que estaba a vuestra lateral había sido destruido y un tanque enemigo empezaba a asomar el cañón por la calle.

    Tus ojos se abren y tu corazón empieza a bombear sangre a mi hora, sin darte cuenta de la herida sangrante en el lateral de tu cabeza, te retuerces saliendo del agarre y te enderezas.

— ¡Tenemos que irnos!— el soldado que te arrastraba te agarra del chaleco haciendo que andes.

    Agarras tu arma con fuerza corriendo junto a los aliados.

— ¡¿Qué pasó?! — te atreves a preguntar.—"Aquí Leopardo, Schwedt, nos han atacado y necesitamos refuerzos".

— "La ayuda va en camino"— te responden.

    En el momento que te fijas en su rostro te das cuenta que era el hombre de la pareja con la que estabas antes; su rostro estaba en lágrimas y con sangre que no era suya.

— Detonaron el edificio que estaba al lado. Tenemos que salir de esta ciudad hasta que lleguen refuerzos, son demasiados.

— ¡No podemos irnos así como así!

— ¡No nos queda de otra! ¡Tenemos que resistir hasta que llegue la ayuda!

    Te fijas a tu alrededor viendo el pequeño pelotón que se había formado con supervivientes al ataque que iban en vuestra misma dirección.

    Enemigos aparecieron de frente y empezaron a disparar. Reaccionaste y levantaste el arma, disparando a todo aquel que veías, por desgracia, ellos eran más.

    El chaval del cuál aún no sabías si nombre, volvió a agarrate y arrastrarte con él a una pequeña calle entre dos casas.

—¿Y los demás?— tu pecho se contrae.

— No podemos salvar a todo el mundo.

— ¿Y tú novia? — su silencio te lo dice todo.

   Salís a una calle más amplia y correis en dirección contraria a unos enemigos que vigilaban la zona. Por desgracia os vieron y empezaron a disparar, alcanzándote en el muslo. La  adrenalina era tal que apenas y lo notaste.

    Con la huida, la mejor opción que tuvisteis fue esconderos en una casa.

    Te dejaste caer contra una pared para empaquetar la herida con vendas. Tu compañero se dedico a cerrar cortinas y bajar persianas para ocultar vuestra presencia.

    Una vez con eso hecho, se dejó caer a tu lado sacando un cigarro. Sus manos temblaban y su rostro tenía claras señales de dolor.

— ¿Quieres?

— Sí, gracias— agarras el cigarro que te ofrece y te lo enciende.

    Seguramente te habías tragado o escupido el chicle durante el momento de conmoción, el cuál lo arruinó todo.

Rebelde [John Price] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora