IX. Raíces.

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¿Dónde estoy?

Se preguntó casi en voz alta, sus brillantes ojos se abrieron en la oscuridad de una noche que parecía familiar, en paredes tan antiguas como aquel recuerdo que volvía a revivir en sus carnes, pero esta vez, con su cuerpo adulto. Seokjin observó sus extremidades, sintiendo tan real aquella memoria que había enterrado lejos del castillo, sin afanes de volver a recordarla, observó a su lado la ventana que proyectaba la luna, tan brillante como siempre y tan cómplice de su hermano como las estrellas que jamás lo vinieron a rescatar, quiso escapar en esos infinitos pasillos, morir en brazos de su amado esperando que su piel canela resolviese todo la guerra que había creado, sin embargo, los ruidos a lo lejos llamaron su atención y la captaron con rapidez.

Dentro de las cuatro paredes de aquella lujosa habitación podían distinguirse impactos dolorosos, casi como si se fuese a derrumbar la estructura por la que paseaba sin rumbo, algo desorientado volteó a ver la puerta que temblaba con fuerza ante los latidos de agresividad dentro de ella, los gritos pasaban inadvertidos, llantos y furia, el odio mezclado con la ira de llamas aún muy jóvenes para entender el poder que sostenían. Sus pasos fueron silenciosos, como si fuese un fantasma colándose en los aposentos del rey de Anica, fue entonces cuando la puerta se abrió por consecuencia de los golpes y su magnitud, dejando una tenue luz cálida colándose como una larga hilera de furia reflejada en una de las paredes cercanas. Los ojos castaños del joven pudieron ver una gran chimenea que escupía llamas ardientes de ira que respondían al llamado de los sentimientos de uno de los jóvenes, estas amenazaban con caminar por la madera del cuarto, consumir todo a su paso, incluyendo a aquellos dos adolescentes que parecían en un violento conflicto, sus sombras se proyectaban sobre la pared que antes yacía vacía con ira, el de hebras castañas reconoció con temor la escena.

Sus dedos temblaron buscando despertar de su propia pesadilla, no quería volver a decepcionarse a sí mismo, sin embargo, tomó el valor para empujar la puerta unos centímetros más, dejando a la vista la escena que tantas veces sintió en carne propia, esa que fue la cúspide de su cobardía, donde creía estar en terreno conocido, pero su hermanastro era una constante llama que se alzaría con poder si le dabas material para crecer.


— ¡Mierda! No entiendo cómo aún te dejan estar aquí. — Escupió con rabia el pálido chico que atormentaba con sus dones al menor, quien con pavor temblaba sentado en el piso, su espalda estaba recargada en el hombro de un sillón que había sido chamuscado por Min hacía tiempo atrás. Sus brillantes ojos cubiertos de lágrimas desconocían a su amado y único familiar, rogaba en silencio que por favor se detuviera. — Si supieran que tengo a un mortal como familiar sería una vergüenza para mi corona, ¡Mi corona! — Desenfrenado atacó golpeando una de las paredes cercanas, la queja rebotó sin salir de la habitación, chocando con el único adulto, quien era un ente invisible para los dos chicos, como si fuese la luna, espectadora de la muerte de su inocencia. — ¡No deberías estar aquí, ni si quiera tienes dones! ¡Eres un mortal que solo arruina mi entrenamiento!

Flores Ciegas para un Rey Roto. [YM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora