XIII. Rojos como la Sangre.

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El sudor se mezcló rápidamente con las lágrimas, la rabia por su desempeño poco preciso se reemplazó en el sueño de salir vivo de ese bosque, pues a ese paso, su espada no sería más que una ornamenta en su futura tumba, donde su cuerpo yacería con ojos sellados, dispuestos a caer en el rotundo vacío en busca de todo en la nada. Eso es lo que observaba Jeon a través de la oscuridad del monstruo que lo acorralaba contra uno de los grandes troncos del viejo bosque. No había un futuro, solo el presente que cruelmente había sido arrastrado al vacío por su deseo de lucha, su adicción al dolor y sus caprichos de adolescente.

Dolía admitir que tal vez ese descuidado y torpe sastre tenía razón. No servía seguir viviendo en situaciones pasadas y recapitularlas en tu piel con constantes lesiones, golpes o cortes, cuando aquello solo te situaría en lugares tan inciertos como lo era el borde de la muerte.

La melodía más oscura se reprodujo en sus oídos, los deseos que había guardado en cajas de pandora escondidos de hasta él mismo, se presentaban ante él, proyectados como alto y sombrío monstruo. Quiso retroceder aún más, pero sus piernas chocaron contra las traicioneras piedras alrededor del gran tronco que apresaba su anatomía en un reducido espacio, solo podía ejecutar un paso. Hacia adelante. Escuchaba los susurros de la magia vacía, insistiendo para que sus piernas se movieran junto a su armoniosa canción decadente, para entregar su vida y alma a su obscura codicia, a la vez, podía oír un pulso que marcaba el ritmo de la terrorífica música, era su corazón que parecía haber subido hasta sus oídos para ensordecer sus propios pensamientos. Sus pulmones se ahogaban, luchando por conseguir algo de aire y chocando contra sus costillas en el reducido espacio de su torso, y es que, ni si quiera la brisa más pura le daría la valentía para tomar su espada y enfrentarse ante sus mayores miedos, sus ambiciones, su culpa y egoísmo.

Eso que juró haber dejado junto a el cuerpo de su amada madre lo amenazaba.

Sus ojos no parpadeaban o parecían no hacerlo, estaban fijos intensamente a los de la criatura, ojos que parecían estrellas perdidas o más bien, una luz de aquel famoso túnel antes de la muerte. Su mundo ahora giró en torno a su fatal final. Sus manos sudaron frío y dejaron que la espada se deslizara por sus dedos, y estos trastabillaron hacia el mango intentando recuperarla, pero fue inútil, había caído en el oscuro manto del enemigo, tocarla era un suicidio.

Su mente estaba en blanco, no había nada qué pensar, qué hacer, ya no existía salida. Sus esfuerzos por luchar eran inútiles en esa situación, porque solo debía esperar el estruendo de la muerte para por fin descansar en brazos del viento y viajar a lugares donde el dolor era inexistente.

Sin embargo, alguien más parecía estar acechando desde la lejanía de los árboles, pues un nuevo sonido captó la atención de los presentes. Jeon volteó con prisa hacia dicha dirección, su vista se esforzó por enfocar a la distante silueta que entre arbustos y ramas podía llegar distinguirse, una extraña figura sin forma que se aproximaba de manera vertiginosa. Pensaba en algún animal, algún depredador que luego de presentarse como testigo ante su muerte, se comería de su inerte cuerpo. Por el contrario, esperaba que fuese aquel golpe de suerte que lo mantuviese con vida. Porque la esperanza era lo último que se perdía.

Flores Ciegas para un Rey Roto. [YM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora