1. Gala

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Los músculos de mis piernas se resienten al aumentar la velocidad. El semáforo está en verde. Cruzo cuando empieza a parpadear y mi pie alcanza la acera en sincronía con la aparición del muñeco rojo. Me recoloco la mochila y retomo la carrera. El cartel luminoso de una farmacia marca las 7:56 y 11º. Creo que llego a tiempo. Un último esfuerzo. Una calle a la izquierda, dos a la derecha y freno frente al edificio de ladrillo. Saco el móvil: las 7:59. Reviso la ubicación y confirmo: es aquí.

Observo a mi alrededor pero nadie parece venir al mismo sitio.

- ¡Gala! - Miro hacia arriba y veo a Lola asomada por una ventana del último piso - se entra por el lateral, ¡date prisa!

Corro hacia el callejón y veo una puerta entreabierta. Entro cerrando a mi espalda sin hacer ruido. Recorro un largo pasillo con varias puertas hasta que llego al ascensor. Tres pisos más arriba, mi Lola no espera ni a que termine de abrirse la puerta para tirar de mi brazo.

¿Sabéis esa amiga o compañera de clase, a la que le gusta hacer demasiadas cosas pero no se decanta por ninguna y acaba haciendo un mix de  todas? Pues esa soy yo.

Lola es la típica persona que sabe lo que quiere desde que era una niña.

- Estética y peluquería - presumió delante de todos el primer día de máster - estoy aquí porque quiero ampliar mis conocimientos del maquillaje en el ámbito teatral.

Evité hablar sobre mí, ninguno de mis compañeros parecía desencaminado ni dudaba de si se encontraba en el sitio correcto, todos estaban seguros de sus decisiones. Menos yo.

La carrera de arte dramático fue un infierno. El máster de maquillaje ha sido demasiado corto. No he ganado ni uno de los concursos literarios a los que me he presentado. ¿Fracasos? Muchos. ¿Logros? Ninguno a la vista, por ahora.

Entramos a una sala amplia y muy larga dividida por una pared con tocadores a ambos lados. Todas las mesas y estanterías están llenas de maquillaje y productos, todos sin abrir. La iluminación es perfecta, no hay un solo rincón oscuro y los espejos inundan incluso las paredes sin tocador. Incontables brochas frente a cada asiento, todas impolutas, listas para ser usadas. Me siento como un niño en una juguetería.

Una mujer llega justo después de nosotras, seguida de tres chicas que se colocan junto a los tocadores más cercanos a la puerta.

- Perdonad el retraso, algún idiota no ha leído el cartel y ha cerrado la puerta del callejón.

Noto cómo mis mofletes se encienden pero no digo nada.

- Soy Berta Campos, directora de maquillaje y, en pocas palabras, vuestra jefa. Los que ya habéis trabajado conmigo sabéis cómo funciona esto, los demás, espero que aprendáis rápido.

La mujer frena el monólogo unos segundos para observarnos a todos con detalle.

- Los veteranos conmigo, actores principales. Las nuevas incorporaciones, extras y secundarios. Las dos chicas de prácticas - nos mira de arriba a abajo -, una en cada pasillo. Limpiad las brochas y no os pongáis en medio.

Da dos palmadas y todo el mundo se mueve de un lado a otro como si estuviera coreografiado. Lola y yo nos escurrimos hacia el final de la sala hasta acoplarnos en un tocador alejado. La estancia es increíble, si tuviera en casa un espejo la mitad de grande y esta iluminación siempre tendría ganas de maquillarme. Hacerlo en mi habitación es deprimente, teniendo en cuenta que uso un flexo y el espejito con pie que le quité del baño a mi madre.

- Gala, no puedes venir a un rodaje como maquilladora sin estar maquillada.

Me siento y dejo que Lola haga su magia conmigo. Sabe que no me gusta el exceso así que se limita a dar un poco de color en mis labios e iluminar mis ojos. Las gafas le quitan toda la gracia a las sombras así que suelo maquillarme poco. No es que no me guste hacerlo, sino no lo habría estudiado pero prefiero los efectos especiales, las heridas realistas, calvas, látex y colores fantasía.

Me abraza desde detrás y nos miramos en el espejo, somos la noche y el día.

Los actores comienzan a entrar y el alboroto inunda la sala en cuestión de segundos. Tarda poco en haber un silencio y todas las miradas se dirigen a la puerta. La veo cuando ya está dentro y Berta la recibe: Clarisa Margó. Aun sin maquillar ni peinar es preciosa, no me extraña que todas las producciones se peleen por tenerla ante sus cámaras. La actriz camina con una gracia digna de una bailarina y no deja de sonreír ni un instante, saludando a todo el mundo con amabilidad.

- Algún día seré como ella - susurra mi amiga sacándome de mi ensimismamiento.

Podría serlo. Lola es hermosa y extrovertida, entra por los ojos y destaca en cualquier sitio desde el principio. Ojos marinos, labios carnosos y melenita rubia a la altura del cuello cortada como de un hachazo. Su risa es femenina y contagiosa, llena el ambiente de color. Tiene el futuro asegurado en un lugar como este.

La mañana vuela, paso gran parte del tiempo observando y anotando todo lo que aprendo del equipo profesional. Cuando un actor está listo, guardo el boli y la libretita en mi bolsillo y recojo rápido las brochas para limpiarlas. Al volver para dejarlas en su sitio alguien se ha encargado de ordenar los productos y dejar el tocador perfecto, listo para el siguiente. Todo en este trabajo está pensado al milímetro para conseguir la máxima eficacia, no hay lugar a equivocaciones.

Al final de la jornada, Lola se reúne conmigo. Parece cansada pero su pelo y su maquillaje siguen intactos.

- Vaya locura, ¿eh? - comenta mientras chequea el móvil.

Nos desplomamos contra la pared del ascensor resoplando y nos reímos de nosotras mismas.

- No sé cómo voy a compaginar esto con el trabajo de noches - confieso.

- Con mucho café y la esperanza de conocer a... - cierra la boca en cuanto la puerta se abre.

Salimos en silencio dejando el ascensor libre, casi no respiramos hasta que estamos en el callejón y Lola lo suelta casi de un bufido.

- ¡Hablando del Rey de Roma!

¡Prevenidos!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora