6. Gala

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Las jornadas de trabajo a partir de hoy son de una hora y media más. Por suerte, he vuelto a mi puesto del primer día y nadie ha hecho ningún comentario de lo ocurrido ayer. Quizá no fue tan grave como yo lo sentí, al menos para el resto. Mejor.

Berta nos lleva a la segunda planta y nos muestra la sala de descanso donde hay varias cafeteras, comida de catering y una habitación aparte con sofás. Los cuartos de baño son enormes y hay una última estancia que no tengo ni idea de qué puede ser. La puerta está cerrada, en ella hay un cartel en el que pone "privado". Tengo la mirada clavada cuando se abre y sale alguien de dentro. No me da tiempo a reaccionar y los ojos de Adam se encuentran con los míos casi como imanes. Mi capacidad de disimulo es nula pero me giro hacia Berta, que sigue explicando dónde podemos encontrar las cápsulas para el café y a quién debemos dirigirnos si no quedan vasos desechables. Un escalofrío me recorre la espalda y mi curiosidad me obliga a mirar de reojo por encima de mi hombro. Ya no está. Me siento tan aliviada que suspiro más alto de lo que pretendía y Lola y Berta me miran extrañadas.

Cuando nuestra jefa se va nos permitimos darnos el festín del siglo, ya que no nos pagan, al menos lo cobraremos en bollos y café.

- Me muero de dolor de cabeza - dice masajeandose las sienes -, creo que anoche no bebimos tanto.

- ¿Dos botellas de ginebra y una de tequila entre seis personas te parece poco?

- Nos hemos portado peor otras veces - se encoge de hombros -. He visto a Nico y Sebas al entrar por la mañana, ¿quieres volver a quedar esta noche?

- No puedo, hoy es viernes.


Al salir del estudio me doy prisa en llegar a casa, quiero descansar un poco antes de irme. Tengo una sensación de calma algo extraña. Sé que no soy nadie reconocido como para que se hable de mí por lo que pasó ayer, pero ni siquiera me han regañado ni ofrecido un consejo. Es literalmente como si no hubiera pasado nada. Agradezco no tener que dar explicaciones pero me pone un poco alerta lo fácil y normal que ha sido el día.

Cuando entro en casa veo a Dimas en el salón haciendo los deberes y me pide que me quede con él. El inhalador está encima de la mesa, así que supongo que ha vuelto a tener problemas para respirar. Oculto la preocupación al acercarme a él y se pone triste cuando le digo que esta noche tengo que trabajar. Decide continuar su tarea más tarde y acostarse en el sofá conmigo hasta que me vaya.

- Por lo menos quiero aprovechar el ratito que estés aquí, aunque sea poco.

Se acurruca en mi regazo y le rodeo de lado. Tarda un par de minutos en quedarse dormido, yo no lo consigo pero me sirve estar relajada acariciándole el pelo. Unos minutos de paz con mi persona favorita del mundo es más que suficiente para recargar las pilas. Intento no despertarle al levantarme. Sé que no debería dejar que  duerma tanto rato por la tarde, después no se acostará hasta pasadas las doce, pero me es imposible no consentirle. Le doy un beso en la frente y compruebo que no me falta nada en la mochila del trabajo.  Cuando abro la puerta de casa mi hermano la escucha y corre a asomarse desde el salón.

- Gala... - solo veo un trocito de su cabeza y una mano.

- Dime, ratón.

- Que te vaya bien en el trabajo.

Le hago un gesto con la mano y se acerca para abrazarme.

- Gracias, Dim - juntamos nuestras frentes y nos damos un besito de nariz -, ayuda a mamá y termina los deberes. Te quiero mucho.

Me besa y observa cómo cierro la puerta al salir. No sabe en qué consiste exactamente mi trabajo pero es consciente de que no me gusta, que lo hago por el dinero. Solo se pone triste cuando me voy por esto, nunca me despide con pena por la mañana ni si voy a quedar con amigos.


El autobús tarda poco más de media hora, la cual suelo usar para leer, escribir o escuchar música. Hoy no me siento muy capaz de concentrarme ni tengo la creatividad activa, así que me pongo los cascos y reproduzco el álbum Hopeless fountain kingdom, de Halsey.

Me quito las gafas y las limpio con el borde de mi jersey. Veo sin nitidez mis manos y borroso el asiento de delante. Imposible distinguir algo a través de la ventana.

¿Esperas a que alguien te dé la manita o es que aparte de ciega eres coja?

El recuerdo de sus palabras me taladra la mente. La frase se me ha grabado a fuego. Creo que nunca me había sentido tan humillada como en ese momento, por si fuera poco, por mi referente más grande. No sé si me duele más que se haya caído en picado del podio o que ese hueco haya quedado vacío.

Me pongo las gafas, ahora veo las calles, los coches, la gente.

Haberme sentido tan pequeñita y aplastada delante de tantas personas y por algo tan absurdo. La horrible sensación de que todo el mundo lo estaba pensando hoy, pero han pactado a mis espaldas no decir nada. Probablemente lo hayan hecho cuando me he ido. O antes de que llegara.

¿Habrá pensado Adam en lo que dijo? ¿Se arrepentirá? Quizá sea así con todo el mundo y yo solo haya sido otra molesta mosca a su alrededor. Dudo que conozca siquiera mi nombre. No creo que muchos lo sepan.

My ignorance has struck again, I failed to see it from the start.

Mi parada es la siguiente. Guardo los cascos y me levanto ajustándome las tiras de la mochila. No es un barrio en el que me sienta cómoda así que, en cuanto piso la acera, camino rápido. El local está cerca, tardo menos de cinco minutos a paso ligero.

El calor acogedor y las luces de ambiente me envuelven al entrar y agradezco poder relajarme y quitarme el abrigo. Camino hasta las puertas laterales y entro en la segunda. Mis compañeras ya están preparándose y me saludan cuando paso por detrás. Creo que soy la última en llegar así que me tocará el pequeño tocador del fondo. A mitad del pasillo, una mano tira de mí y sonrío al ver que voy a tener espacio para arreglarme.

- Hola, Galita.

Durante muchos años me pregunté cómo sería ser la hermana pequeña y sentirse cuidada. Cuando entré en este trabajo conocí a Katia, una chica ucraniana que llevaba años dedicándose a esto. Nunca me ha contado nada de su vida personal pero desde el primer día puso especial atención en mí, me ayudó a confiar en mí misma y a sacarme el máximo partido.

- Gracias por guardarme el sitio - comienzo a desenredar mi pelo y recogerlo en un moño bajo -, no me están saliendo bien las cosas últimamente.

- ¿Por qué es eso? Cuéntame cosas nuevas de ti.

Le pongo al día mientras me coloco la peluca rubia y busco mi traje. Hoy toca Salvaje Oeste. Katia me mira a través del espejo y frunce el ceño a medida que avanza la historia de los últimos tres días. Cuando acabo de hablar sólo me falta maquillarme. Ella se levanta y se pone detrás de mí para retocarme el peinado de la peluca.

- Los hombres son inseguros, nena. Director tiene cerrado corazón y pared enfrente de ojos. Tú has pagado daño que otros han hecho en él. No es justo, pero tampoco es personal - se acerca a mi lado agachada para estar a mi altura -. Si tú tienes oportunidad de demostrar delante de él que no eres bicho aplastado, hazlo.

- Pero, ¿cómo?

- ¡Da igual cómo! Tú muestra que no hay vergüenza. Los hombres huelen miedo como perros, no dejes que él huela miedo en ti. Muchos meses te quedan allá en prácticas, seguro que un día cruzas con él y puedes dejarle con boca abierta.

No puedo evitar reirme y dejo que me abrace. Siempre consigue quitar hierro a cualquier asunto y hacerme sentir bien. Se mira al espejo y revuelve su melena cobriza, siempre está preciosa. Es la única que no usa pelucas. Guardo las gafas y me cojo como siempre de su mano para no chocarme contra nada.

- ¿Lista para noche intensa? - me pregunta al oído.

- Qué remedio.

Escucho su risa y, un momento después, es eclipsada por la música, los gritos, los golpes y  los aplausos.

¡Prevenidos!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora