Cuando termino de rascarme los ojos con los puños veo purpurina en mis nudillos. Esa endemoniada es imposible de quitar del todo y, aún así, me encanta. Aunque en el club nos ponemos demasiada, con los focos de colores brilla muchísimo. El camerino está casi vacío, cuando el show termina, las bailarinas nos vamos y las camareras se quedan. Cada vez somos menos las que preferimos irnos antes de la una de la madrugada. Me siento bien al notar la tela de los vaqueros sobre mis piernas. Los ridículos disfraces consiguen más hacernos pasar frío a nosotras que calentar a los clientes. Al final solo son la primera imagen, si el club tiene buena demanda es porque nosotras nos esforzamos con nuestros numeritos absurdos. Escucho a Jeremy al otro lado de la puerta y corro a abrirle en cuanto tengo la camiseta puesta.
- ¡Bravo!
Repite varias veces la expresión mientras me abraza. Es un hombre regordete y un poco más bajo que yo. A primera vista repele pero la verdad es que nos cuida mucho y se asegura de que estemos cómodas dentro de lo posible. Siempre me ha recordado al maestro de ceremonias de la película Moulin Rouge.
- El público te quiere, Gala.
- Eso no es público, Jeremy - me siento para atarme las botas -, son clientes.
- No veo la diferencia.
- ¡Hay un mundo de diferencia! - me doy cuenta enseguida de que he levantado demasiado la voz - Lo siento. Estoy cansada, solo quiero irme a casa.
- Tranquila. Hoy puedo llevarte, Katia ha terminado con lo suyo y se encargará de mantener el orden y cerrar - vuelve a caminar hasta la puerta -. Sé que te da rabia porque necesitas el dinero y hace tiempo que te planteas ofrecerte a las mesas. Puedes probar un par de veces, si tantas chicas lo hacen quizá sea porque no está tan mal. Piénsalo.
Nos cuida mucho pero este sigue siendo su negocio y, evidentemente, le importa más que nosotras.
La música se interrumpe por una llamada que no puedo coger desde dentro de la ducha. Salgo rápido pero con cuidado y desconecto el altavoz para que no se entere todo el vecindario de la conversación.
- ¿Hola? - Intento no pegar el móvil en mi oreja.
- ¡Buenos días! - Perti parece extrañamente feliz al otro lado del teléfono - Las mejores dos palabras que me pueden decir cualquier día a las siete de la mañana: Día libre.
Son las diez y media. Parece que todos nos hemos alegrado esta mañana cuando han cancelado la grabación de hoy. ¿Raro? Bastante, pero me da igual, después de la noche intensa que tuve ayer hoy me hacían falta un par de horitas más de sueño.
- Escucha con atención - continúa -, vamos a pasar a por ti en diez minutos, después recogeremos a Lola y nos encontraremos con Nico y Elena en el río de La Beata. Bocatas, cervezas y altavoces bien cargados, ¿qué me dices? Solo faltas tú por confirmar.
Y así es como la presión social te saca de casa un día que ibas a pasarlo tirada en pijama. No es muy recurrente que me quede con la casa para mí sola pero tampoco salgo demasiado. Hace un buen día y, a finales de febrero, se agradece mucho que salga el sol.
Acepto el plan y me preparo la mochila en menos de cinco minutos. Me vengo arriba al decidir ponerme una de mis faldas de vuelo por encima de la rodilla y una sudadera con un cruasán enorme en el centro. Meto los pies en las deportivas, cojo una goma para el pelo y salgo de casa corriendo, contando con el minuto y medio que tardo en bajar todas las escaleras o esperar el ascensor. Justo al salir del portal, un Seat Ibiza rojo y muy viejo para enfrente de mí. Hemos clavado el tiempo.
- ¿Le has robado el coche a tu abuelo?
- Mi abuelo tiene un Mercedes - Sebas me devuelve la broma -, si se lo robara igual no viviría para contarlo.

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¡Prevenidos!
Storie d'amore¿Qué ocurre cuando descubres que tu amor platónico no tiene nada que ver con lo que habías imaginado? Una joven en busca de su propio camino. Un hombre perdido que necesita que lo encuentren. La eterna lucha entre mente y corazón que nunca acaba bie...