1. Vagando en la Tierra

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Silencio. Mucho silencio, más del que debería de haber en esos momentos. No le importaba, no le interesaba, lo único que llamaba su atención es como aquel reloj del Inframundo cambiaba su hora cada segundo, cada minuto, cada hora.

Soledad, la soledad que lo embriagaba y que lo llevaba de nuevo a ese abismo que en su milenaria vida no le había importado hasta que eso pasó. La oscuridad también era su vieja amiga, la única que le daba consuelo, consejo, paz y tranquilidad, porque ya nada lo hacía.

Vagando como un alma sin descanso, como un ser que fue condenado a estar permanente a la espera de su salvación, de su redención, de volver quizás, de nuevo a la vida que tanto anhelaba después de haber rechazado aquella proposición solamente por su orgullo, su vanidad, su ego… había sido castigado y de que manera.

Pero ya nada de eso importaba, se imaginaba una y otra y otra vez el cómo sería si hubiera aceptado aquella profecía, cómo sería su vida en esos momentos, no podía saberlo, sólo tenía que esperar, tenía que hacerlo no quedaba más remedio.

Seguía mirando aquel antiguo reloj que en alguna ocasión su madre le había dado “Cuando pare, sabrás que el cicló terminó y el alma que por tantos años se guardó y nunca nació, lo hará y es ahí que deberás buscarla, porque eso querido hijo, será tu eterno castigo."

Una y otra vez esa plática con su madre se había presentado en su mente. Desde eso habían pasado más de 300 años. 300 años en lo cual aquel ser hermoso había estado vagando sin rumbo, sin descanso, sin propósito, sin nada más que su miserable vida.

Se sentía desdichado, dolido, enojado y a la vez desolado. ¿Cómo él un gran demonio pasaba por eso? ¿Cómo era posible que él hubiera sido atado de aquella manera a un alma que jamás nació? A un alma que ha permanecido resguardada desde hace años.

Inu No Taisho lo había castigado de tal forma que no merecía. No lo merecía por su puesto que no, él, el gran demonio, el más poderoso de todos, el gran Sesshomaru había sido condenado por su padre a vagar hasta que aquella alma fuera liberada.

Atado a un alma que debía proteger, por la cual sentía afecto, la cual le calentaba el corazón, el pecho, el cerebro… aquella alma que aún en su contra amaba hasta los huesos, que apreciaba y que no podía tenerla porque no podía acceder a ella, no la conocía, no tenía un cuerpo, un rostro, una esencia, no había nada.

No podía saber más, sólo tenía ese vínculo que el gran general había formado poco antes de morir para que su hijo aprendiera la lección: el alma de un ser humano era muy preciada.

¡Pobre Sesshomaru! ¡Pobre demonio que sentía hasta pena de si mismo! cuando anteriormente sólo sentía orgullo, vanidad, sed de venganza. Amaba destazar los cuerpos de los asquerosos humanos, deseaba poder destruirlos.

Nunca imaginó que entre los alcances de su padre, y por supuesto en la ayuda de su nada agradable madre, lo condenarían de esta manera.

El demonio se había enamorado de un alma que ni siquiera había visto la luz del día, que seguía en aquel lugar en donde por siglos había estado. La espera era agotadora y dolorosa tanto que quemaba cada centímetro de su etérea piel.

-Amo Sesshomaru, lamento molestarlo- entró aquel ser diminuto- pero su madre está por llegar, sólo…

-Largo de aquí Jaken- interrumpió el demonio- si vuelves te mato.

El hombrecillo verde salió de inmediato de aquel sitio. Dejando a su amo de nuevo viendo aquel reloj que por días observaba sin descanso, esperando la hora de que por fin parara.

Sesshomaru podía presentir la presencia de aquella mujer que había llamado madre en alguna ocasión. No podía perdonar que ella, su progenitora, habría pactado con su padre ese castigo para él.

En mi eternidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora