10- Por favor...

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¬ 10 ¬

Vanessa

Silencio.

Emily está procesando todo y yo me quedo quieta en la oscuridad del cementerio. Se está haciendo cada vez más de noche y necesito salir de aquí, este lugar me sigue trayendo malos recuerdos. Aunque ¿a dónde iría? Mi casa es más insegura que la cárcel misma. Mis padres no se preocuparían por mí o dudo que se pregunten dónde estuve estos últimos días. Siempre viven trabajando y piensan que las cosas materiales pueden reemplazar su falta de afecto y tiempo. <<No eres más que alguien despreciada por todos y que no sirve para nada>>, esas palabras hacen eco en mi mente trayendo consigo el recuerdo de la noche en la cual me secuestraron. Esa voz...

—Vanessa...—las pisadas de sus zapatos se escuchan cada vez más fuertes con cada paso que da. Su voz ronca y su colonia invade la habitación en la que me encuentro, sentada, atada a una silla y con los ojos vendados—. ¿Me extrañaste? Espero no haberte hecho esperar demasiado. —su risa se hace presente y puedo sentir como la madera cruje cuando se arrodilla para quedar a mi altura—. Bien, vamos a jugar un pequeño juego. Si respondes lo que quiero saber, puede ser que te deje ir, pero si no lo haces, recibirás un castigo acorde a tu comportamiento.

—¿Qué es lo que quieren de mí, malditos? —mis dientes rechinan cuando suelto eso con rabia.

—Solo queremos charlar. —cuando escucho su voz, mi cuerpo envía una sensación de extrañeza, pero también de cierto alivio ante su presencia.

—¿Luca? ¿Qué haces aquí? ¿Acaso esto es algún tipo de broma? Porque si es así, no me está gustando. Desátame, por favor.

—Chis, chis. Calladita. El que da las órdenes soy yo, ¿te queda claro? Bien, primero, ¿Por qué odias tanto a Emily?

—Disculpa, ¿no es obvio? Ya la viste, esa muerta de hambre, mojigata, siempre robándose la... —no termino de hablar porque en mi rostro se deposita una cachetada que me deja ardiendo toda mi mejilla y hace que mi mandíbula se quede adolorida—. ¿Pero cuál es tu puto problema?

—Tú, tú eres mi problema. No oses hablar así nunca más sobre ella. O tú y yo tendremos muchos problemas. Desde ahora, no te le acercarás, no le hablarás, no la molestarás y ni siquiera la verás de reojo. Te cambiarás de colegio, o hasta te mudarás de ciudad si así lo creo necesario, pero no le harás sufrir más. ¿Entendiste?

—¿Y si no quiero? ¿Quién te crees tú para amenazarme y decirme lo que tengo que hacer? Yo si deseo, puedo hacerle la vida imposible como lo he venido haciendo. No eres mi maldito padre.

—Es cierto. No soy tu padre. Él si se preocupa por ti. Ah, no, ni le importas, ¿no es así? —adivino que una pequeña sonrisa sínica se forma en sus labios y eso manda escalofríos por todo mi cuerpo—. Y si no quieres hacerlo por las buenas...—siento como pasa sobre mi rostro algo filoso, como un cuchillo, que hace que se me acelere el corazón— lo harás por las malas. Muchachos, entren y denle la lección que se merece a esta sinvergüenza. —lo último que oigo es la puerta cerrarse y sé que lo que me espera no es algo bueno.

—No, por favor, espera, no te vayas. —mi desesperación es evidente en mi voz aguda, pero es inútil. Él ya se ha ido.

—Chis, chis. No te haremos daño. No te resistas, no somos malos. —oigo el cierre de sus pantalones bajando y lo único que se me ocurre es gritar por ayuda.

—¡Ayuda! ¡Alguien, por favor!

—No te hagas ilusiones, aquí no te pueden oír.

—Por favor... —mis sollozos es lo único que oigo y mis lágrimas hacen que se moje la venda antes de caer por mis mejillas—. Se los suplico. —pero hacen caso omiso y puede sentir algunas manos sobre mis piernas, mi cuerpo...— ¡No! ¡Por favor!

—Vanessa. ¡Vanessa! —la voz de Emily me regresa a la realidad y puedo notar su rostro lleno de preocupación. Toco mi cara por instinto y puedo sentir que mis mejillas están mojadas—. ¿Estás bien? ¿Qué pasó? ¿Por qué lloras? —pero en vez de contestarle, la abrazo. Por un momento, pienso que me va a alejar por todo lo que ha sufrido por mi culpa, pero me sorprendo al ver que no lo hace y que en realidad me envuelve con sus brazos para calmar mi llanto.

Pasan unos minutos y me separo para limpiar mis lágrimas. Emily muestra un semblante apenado y misericordioso. En estos momentos no estoy en condiciones de pedirle algo y ella sabe que me la quedo viendo debido a la petición que debo hacerle.

—¿Podrías no decir nada sobre esto? Que me viste y que volví. Y menos a mis padres. Y... ¿Puedo quedarme en tu casa un tiempo? —lo suelto, así sin rodeos. Me quedo expectante ante la respuesta y en el transcurso me sobo mis propios dedos para calmar la sudoración y aprieto mis uñas contra la palma de mi mano izquierda para no arruinar nada que pueda hacerle cambiar de opinión. Debo ser seria. En eso mis padres tenían razón. Solo en eso.

A Killer HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora