Capítulo 7

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Quienquiera que escribiera el libro sobre el embarazo que le regaló Kate era un cabrón mentiroso. Definitivamente, el embarazo no era una experiencia maravillosa. No, era un infierno, por decirlo suavemente.

Harry pensaba que no empezaría a sentir el dolor del embarazo hasta el parto. Claro que tuvo semanas de náuseas matutinas y antojos irresistibles, pero nada comparado con despertarse sin poder moverse sin estremecerse de dolor. La espalda le mataba. Y sentía los pies como si le hubieran picado cientos de abejas. No podía mantenerse en pie sin ayuda, caminaba tambaleándose constantemente, sus hormonas se estaban desbocando, estaba cachondo sin otra forma de aliviarse que metiéndose los dedos, ya que cada vez le costaba más pajearse, y vaya si estaba enorme. Él, un varón de 17 años, con cara de haberse tragado una sandía.

Se estaba impacientando por dar a luz. Aún le quedaba un mes para poder orinar por fin sin sentarse. Los beneficios de recuperar su cuerpo y su estabilidad emocional pesaban más que su miedo al dolor que conlleva dar a luz. Harry se alegró de que sólo tuviera que hacerlo una vez en su vida. Se rió de sí mismo pensando en otros hombres que también tenían que pasar por esto.

¿Así se sentía su madre cuando estaba embarazada de él? ¿O era porque se suponía que no podía quedarse embarazado? Habían pasado ocho meses y Harry seguía sintiendo que se adentraba en terreno desconocido. Leyó todos los libros sobre el embarazo que cayeron en sus manos, tenía todo lo que un bebé debería necesitar, incluso tenía un nombre en mente. Sin embargo, nada de eso aliviaba su nerviosismo por tener que criar a un niño como era debido. No cuando él mismo no había sido criado.

Por otra parte, la mayoría de los padres primerizos tampoco tenían ni idea de lo que hacían. Mientras amara a su hijo, nada más importaba.

Pero Merlín, ¿no puede salir el niño ahora?.

❄❄❄❄❄❄

Duele, joder!- gritó Harry.

Se arrepintió de todas las veces que pensó que ya quería dar a luz. El dolor era diez veces más insoportable que cuando se transformó. Podía volver a luchar contra Voldemort si eso significaba que no tenía que pasar por este proceso.

-Casi puedo ver la cabeza, Henry. ¡Puja!- Linda masajeó su estómago hinchado. Llevaba ya cinco horas de parto.

Cuando rompió aguas en medio de la noche, Harry pensó que había tenido un accidente. De todos modos, no sería la primera vez desde que se quedó embarazado. Pero entonces le llegaron las contracciones. Al principio, sólo fue incómodo, como si sintiera que necesitaba caminar para calmarse.

La Sra. Russo llegó unas dos horas más tarde, cuando las contracciones apenas duraban 10 minutos. Preparó con calma los utensilios y el equipo mientras Harry iba y venía por la habitación, haciendo muecas de dolor cada vez que le atacaban las contracciones.

Cuando llevaba unos 5 minutos de contracción, Harry ya no podía tenerse en pie. La bruja le indicó que se tumbara y le espetó que se quitara la ropa. Harry no tuvo tiempo de avergonzarse, levantó las rodillas y abrió voluntariamente las piernas.

-¿Qué tan malo iba a ser esto, otra vez?- Harry preguntó por quinta vez desde que empezó a dar a luz.

-No será tan malo, lo prometo-, tranquilizó la bruja.

Sí que fue malo, pensó Harry. Incluso con la poción analgésica, sentía que su cuerpo intentaba hacerse pedazos. Intentó empujar durante mucho tiempo y empezó a sentirse mareado. Deseó, en ese preciso momento, que alguien más estuviera con él. Imaginó unos brazos fuertes que le sujetaban por detrás y una voz suave que le susurraba al oído palabras tranquilizadoras. De algún modo, consiguió dar un último empujón antes de desmayarse.

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