Capítulo 6

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Las seis de la tarde y el tránsito por la Ricchieri es un quilombo y el viaje hasta su casa de Vicente López es un tramo largo, pero lo hace sin chistar. Hay veces en las que directamente se queda a dormir en el predio por dos o tres días para evitar el viaje, pero mañana es un día especial. De hecho, es el día que más espera en toda la semana.

Vienen los chicos a comer.

Tararea una canción que están pasando en la radio, sigue el ritmo con sus dedos sobre el volante y su humor mejora un cien por ciento. Si bien la relación con su ex mujer es tensa y distante, sus hijos son su vida y su mayor alegría. Son los únicos que pueden sacarle una sonrisa aún en el peor de los momentos, como lo fue durante el funeral de su madre. Se muerde el labio superior recordándola y trata de no ponerse triste. Necesita todas sus energías para mañana.

Tras una buena ducha y una cena ligera, Pablo se mete a la cama y sigue leyendo un poco para relajar la cabeza. Se duerme rápido y descansa lo suficientemente bien como para arrancar el día yendo al super temprano a comprar la carne para el asado de hoy. Todos lo saludan en el mercado, felicitándolo por su designación como DT y rogándole que saque adelante a la selección. Aimar agradece y se saca algunas fotos con la gente antes de volver a su casa para meter todo en la heladera hasta que llegue la hora de ir preparando el fuego. Por fin, se escuchan las voces acercándose a la cocina.

"Hola pá," saluda Agustín de manera simple, yendo directamente a la mesa para sentarse.

"¡Hola paaaaaa!" cantan a coro sus tres hijas mujeres entrando detrás, con sus mochilas y una bolsita de la panadería.

"Mis bellezas ¿cómo andan?" responde Pablo, saludando a cada una con un beso con ruido en cada cachete.

"Bien, trajimos facturitas para el mate a la tarde," responde Sara, levantando la bolsa.

"Ahh, que bien. Ponelas ahí arriba de la mesada nomás," ordena Pablo mientras acaricia la nuca de Eva, su hija menor. "¿Tienen hambre o quieren ir a la pile?"

"¡A LA PILE!" gritan las dos más pequeñas, corriendo con sus bolsos hasta sus habitaciones para cambiarse de ropa.

"¿Vos Agus? ¿No te vas a meter un ratito?" El padre pregunta, tratando de sacar a su hijo del celular por dos segundos.

"No, me quedo acá." El adolescente responde con sus dedos pegados a los controles del juego de carreras que está usando en este momento.

"Bue. Si te aburrís, venite con nosotros ¿sí? Después ayudame a prender el fuego." Sugiere Pablo, no demasiado convencido de que su hijo se aísle tanto, pero, es un adolescente. No puede pedir demasiado.

Las tres mujeres Aimar y su padre disfrutan del agua fresca de la gran pileta. Al principio está un poco fría para Pablo, pero sus hijas no le dan tregua y empiezan a salpicarlo entre las tres para que se meta de una vez por todas. El hombre trae una pelota rosa que se olvidaron una vez y comienzan a jugar en el agua a los cabezazos. Sara se ocupa de sacar selfies con su padre y sus hermanas en el agua, mientras su hermano mayor sigue ensimismado con el celular. Eva insiste en que su padre la lleve a cococho sobre sus hombros caminando por la pileta, a lo que Pablo le dice que ya está un poco grande para eso. Ante la insistencia, lo intenta, pero un tirón en la ciática frena la diversión. Tiene cuarenta y tres. No está para estas jodas. Sara reta a su hermanita y Pablo relaja la situación diciendo que no es nada, que con un analgésico se pasa.

Uno más a la lista de los que toma regularmente, no es nada.

Llega la hora de prender el fuego y los hombres Aimar se encargan del tema. Las nenas mientras, comienzan a armar la ensalada de frutas para postre. Pablo les inculcó el placer por las cosas simples, a pesar de que a veces él tiene sus propios gustos excéntricos. Pero ser hijos de un jugador de fútbol de fama mundial requiere una especial atención a la hora de su educación. Y en eso, dentro de todo lo posible, lo habló con Ana para bajarlos a tierra cuando su popularidad interfería con la vida de su familia.

Pablo atiza un poco las brasas y mira hacia la cocina, en donde las tres chicas no paran de pelar frutas para hacer la ensalada. Agustín anda en patas, a pesar de estar al lado del fuego y caminando sobre el piso de laja que puede lastimarlo. Pablo a veces no sabe cómo acercarse a él. Sabe que el divorcio le pegó mucho más que a sus hermanas, que se acostumbraron rápido a este tipo de vida. Y a pesar de que es el mayor y por ende, el que debería tener todo el tema un poco más claro, ha notado que en más de una ocasión ha mencionado lo estresante que es tener sus padres viviendo en casas distintas y tener que andar pidiendo autorizaciones para todo.

"¿Cómo estás, hijo?" Pablo saca los chorizos del bowl con agua y comienza a colocarlos sobre la punta de la parrilla.

"Bien."

"¿Seguís ensayando con los chicos?" pregunta. A su hijo se le dio por la música, no el deporte. Y Pablo siempre lo apoyó al cien por ciento cuando decidió aprender bajo y ser parte de una banda con sus amigos.

"Sí."

Pablo suspira y levanta el vacío de la bandeja de metal para colocarlo al lado, "Agustín ¿vos estás enojado conmigo?"

"No, ¿por?" pregunta, inmutable.

"Porque me estás respondiendo con monosílabos." Aimar usa la pala para juntar un poco de brasa del gran fuego y desparramarla por el resto de la parrilla, renovando el calor. "Si hay algo que te esté molestando, contame y si puedo, te ayudo."

"No pasa nada. Estoy con sueño, nomás." Agustín decide ayudar a su padre y coloca las morcillas al lado de los chorizos, corriendo un poco el vacío. "No lo apures que vas a quemar el asado."

"Sí, sí, ya sé," responde Pablo, un tanto frustrado. Si tan solo los hijos viniesen con una tarjeta de memoria en la cabeza que uno puede sacar y leer. Qué fácil sería todo. Ya sabía que la adolescencia de sus hijos sería todo un tema y, de hecho, lo está tratando con un psicólogo. La crianza de sus hijos es su prioridad y después, viene todo lo demás. No le gusta una mierda tener que ir al psicólogo cada quince días, pero por su sangre, hará hasta lo imposible para hacerlos felices, sin importar el costo. "¿No se piensan ir de vacaciones a ningún lado con los chicos?"

"No. Están muy pajeros con sus novias," responde el mayor de los hermanos Aimar.

"Y bueno, en algún momento te tocará, Agus," agrega el padre mientras mueve la brasa tranquilamente.

"Ojalá que no."

Pablo gira para observar a su hijo con preocupación en su rostro. "¿Y eso? Enamorarse es lo más lindo del mundo, che."

"Si, claro. A vos te fue bárbaro ¿no?" responde el adolescente, mirando hacia otro lado para evitar la mirada de su padre.

Pablo toma aire antes de responder. "Tu mamá y yo nos quisimos mucho, pero hay momentos en donde se termina el amor, y está todo bien. Ella ahora es feliz con su pareja y me alegro muchísimo por ella."

"Seguro." Agustín se aleja del parrillero y camina hasta la casa para servirse un vaso de agua de la cocina. Pablo frunce el ceño, comenzando a comprender el fastidio de su hijo. Muy probablemente no le guste ni mierda ver a su madre con otro hombre en la casa que no sea él. Tendrá que hablarlo con el psicólogo para ver cómo puede afrontar este tema con toda la rigurosidad que pueda.

El almuerzo en el quincho con los chicos se desarrolla normalmente, incluyendo una videollamada de Ricardo Aimar, el abuelo. Se saludan, se mandan besos, charlan un poquito y prometen ir a visitarlo la próxima vez que Pablo viaje a Río Cuarto. El asado sale perfecto, cocción justa y las ensaladas variadas. Comen el postre, la ensalada de fruta con una bochita de helado y las más chicas se van a dormir una siesta mientras Sara se queda con Agustín lavando platos. Obviamente las pequeñas no dormirán, sino que estarán pegadas a las pantallas de sus celulares por un rato, pero no hay nada que hacer contra eso. Pablo limpia la parrilla y acomoda todo. Las sobras se guardan en una gran bandeja en la heladera para recalentar a la noche.

Agustín pide permiso para irse a su pieza a descansar un poco y Pablo lo deja. Sara se queda en el living, abrazando a su padre en el sillón mientras miran capítulos viejos de 'La Ley y El Orden' y conversan un poco.

"¿Estás bien, papi?" pregunta la adolescente de quince, elevando sus ojos a su progenitor.

"Sí, amor. Todo bien. Mucho trabajo, por suerte," le responde antes de dejar un beso en su frente.

"Te veo raro."

Pablo se tensa. Si bien sus hijos son conscientes de que Pablo es un hombre adulto y que puede tener sus amoríos, jamás habló de su bisexualidad con ellos. "Naaa, no pasa nada, bebé."

Sara empieza a pincharlo en la panza con su dedo índice. "Dale que te conozco. Te veo más pensativo. Hoy te tuve que preguntar tres veces lo mismo en la mesa para que me respondas."

"Estoy hecho un viejito choto, qué le vamos a hacer," bromea Aimar, atajándose de los ataques de cosquillas de su hija.

"Hm, me parece que vos te estás guardando algo ¿estás de novio?" pregunta, sin pelos en la lengua.

La expresión de Pablo cambia repentinamente y hace su mejor esfuerzo por volver a su neutralidad. "¿De novio? ¿Con quién? ¿En qué tiempo, amor? Laburo todo el día afuera, no tengo tiempo para ver a nadie."

"Mentirosoooo," responde su hija, entrecerrando los ojos. "Dale, contame ¿quién es?"

"Nadie, Sara, ya te dije. No tengo a nadie y tampoco me importa." Lo último que necesita es que sus hijos se enteren de que estuvo gastando fortunas en un escort de lujo.

Su soledad no es ninguna novedad para nadie, pero lo ha sabido sobrellevar con dignidad. Desde su separación con Ana, no ha visto a ninguna mujer ni se ha interesado seriamente por nadie que se haya cruzado en su camino. El bienestar de sus hijos ocupó su mente y seguidamente, su trabajo. Y en el interín, sumado a la pandemia, el aislamiento se apoderó de su vida como moneda corriente. Cuando volvió la normalidad, ya no le interesó irse a comer a lo de sus amigos o siquiera llamar por teléfono a alguien. Oportunidades de sexo casual no le faltaron, de hecho, nunca le faltan hoy en día, pero el eligió no caer en el vacío absoluto. Tal vez esa sea la verdad detrás del por qué insiste en arrancarle la máscara a Lionel, por qué insiste en ver el lado humano de una persona que se defiende con garras y dientes para no dejar ver un milímetro de su verdadero ser. Fue el primero en muchos años que despertó algo en el interior de Pablo. Aún se avergüenza de su impulso por demostrar que no era un antisocial frente a los demás y quiso arriesgarse con alguien totalmente neutral a su entorno. Sí, aún recuerda que lo primero que sintió fue ira, al principio, frustración. Pero hubo algo más. No puede negar de que el otro hombre lo hechizó desde el primer momento en que lo vio y no pudo sacárselo nunca más de la cabeza. Jamás había pasado esto, ni siquiera con Ana, ni con ninguna de sus noviecitas o sus aventuras con hombres. Tal vez quiere llenar su propio vacío con el de otra persona, intentar hacer un ser humano normal de dos envases distintos.

Sara parece darse por vencida, pero es hija de Pablo. Jamás lo hará, y el hombre es perfectamente consciente de ello. "Bueno, te la dejo pasar por ahora, pero cuando tengas ganas, contame ¿sí?"

"Si, mi vida." El hombre abraza fuerte a su hija y cierra los ojos un momento, fundiéndose en ese sentimiento. Realmente necesitaba esto. Muchas cosas están pasando por su cabeza y un momento de paz con la carne de su carne es lo mejor que puede pedir. Siempre en caso de que un dolor agudo lo punzara por dentro, su familia siempre fue su sostén emocional.

"Pa," murmura la jovencita en los brazos de su padre.

"¿Hm?"

"No estás solo. Yo estoy acá siempre ¿sí? Te quiero, papi."

Pablo ahoga una lágrima que amenaza con rodar por su mejilla y se contiene. Le deja una seguidilla de besos en la cabeza de Sara y la abraza fuerte en silencio, disfrutando de la compañía de quien es, probablemente, su aliada más fuerte en esta vida.

Contrato Singular (Scaloni x Aimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora