Capítulo 16

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"Si vas a llorar, andá a tu pieza. No quiero verte."

La azucarera de porcelana blanca rota en el piso. Sus ojos hinchados y el puchero del pequeño de seis años, cuya madre ignora mientras barre el piso de la cocina. Su hermano mayor sentado tomando el mate cocido en la tacita enlozada, mirándolo con tristeza. El padre sentado en la mesa de madera de la cocina leyendo el diario, absorto en su mundo.

"¡Lionel es mariquita! ¡Lionel es mariquita!"

Las voces se multiplican en el salón de clase y la maestra llama al orden. Una compañera de la escuela se aproxima y le pregunta si le gustaría jugar con muñecas, a lo que Lionel le dice que sí, que no tiene problemas. La nena y sus amigas se ríen y salen corriendo, vociferando las noticias a los demás que juegan en el patio.

"Sos re lindo, Lio."

Su primer beso bajo el ombú junto a la estación de trenes abandonada, con treinta y nueve grados de calor bajo un ardiente sol en la soledad de la siesta pujatense. Las bicicletas tiradas en el pasto y sus manos tomadas. Aquellas dulces palabras de ese chico del barrio que le sonrió a sus trece años.

"¿Vamos a tomar un helado?"

Las caminatas por el Boulevard Colón los sábados de la mano de su primera novia formal a los quince. Las caricias en los bancos de cemento de la placita Belgrano. Disimuladas, por supuesto, porque las vecinas del barrio chusmeaban todo lo que veían y las historias llegaban hasta los oídos de su madre.

"Portate bien."

Las últimas palabras de sus padres antes de subirse al Tirsa que lo llevaba para Capital Federal, y de ahí, a Ezeiza rumbo a Londres. Su modesta valija de cuero heredada de su padre y la electricidad corriendo por sus venas hacia su nueva aventura.

Esa sería la última vez que los vería con vida.

...

Lionel se despierta sobresaltado en la cama de Aimar, respirando a un ritmo acelerado, igual o más que los latidos de su corazón. Pablo a su lado sigue durmiendo, recostado sobre su pecho que sube y baja descontrolado con el shock de aquellas imágenes de su pasado en el sueño. Scaloni se tapa los ojos con un brazo mientras se calma lentamente.

Quizá no sea casualidad que aquellos recuerdos que quiso enterrar, aparezcan justo ahora cuando alguien cercano a él se reencuentra con su familia en una situación sumamente trágica. Como si se tratara de un acto reflejo, su brazo atrae a su compañero más cerca contra su cuerpo, necesitando su presencia. La existencia de Pablo se ha convertido en lo único que lo ha devuelto a la vida mortal. Es el único pensamiento que se cruza por su cabeza más allá del trabajo o la rutina. Le debe mucho, y más aún después de lo de ayer con Julián, exponiéndose de la manera en que lo hizo. Obviamente no es estúpido y sabe que lo hizo por él, no por ser un buen ciudadano. Pero podría haberse lavado las manos por ser una figura reconocida y no querer meterse en un quilombo de proporciones mayores. Y, sin embargo, ahí estuvo, hasta prestó declaración para la policía y se involucró. Igualmente, quién sabe en qué terminará la investigación, considerando que Sampaoli tiene comprada a media Federal a través de sus contactos.

Cuidadosamente se levanta de la cama sin despertar a Pablo y camina hasta el baño. Se lava la cara y se mira al espejo. El reflejo de los años se comienza a notar en su rostro, incluso estando perfectamente conservado por todos los cuidados que realiza a diario. Algunas marcas ya se definen como permanentes, sin llegar a ser arrugas. No tiene patas de gallo pero sí algunas canas dando vueltas que obviamente tapa con tintura cada tanto utilizando un tono acorde a su color de pelo natural. Pero el tiempo es tirano y pasa igual.

Contrato Singular (Scaloni x Aimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora