Desecho

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Seis meses después...

En momentos como este, James odiaba su empleo. Ser el Jefe de
Medicina Deportiva en un renombrado club de la Premier League podía ser prestigioso, pero mientras miraba la pantalla de su computadora, luchando por recordar la lesión de algún futbolista adolescente que ya no jugaba para el club, odiaba su trabajo. Si hubiera sabido cuanto de su tiempo gastaría tras un escritorio mientras llenaba papeleo, James lo habría pensado dos veces cuando la junta directiva del Chelsea le ofreció la promoción hace un año.

El teléfono sonó.

Con sus ojos todavía en la pantalla del ordenador, James contestó.

—Alice, te pedí que no me interrumpieras...

—Lo sé, - su secretaria dijo y bajó la voz.— Pero tu chico está aquí.
James miró hacia la puerta.— No sé de quién estás hablando.

No necesitaba ver a Alice para saber que estaba rodando sus ojos.

—Cinco-nueve*, pelo obscuro, adorables ojos cafés, y un temperamento terrible. Nhoa ¿Te suena?

—Te has vuelto descarada, Alice.

—¿Yo? Nunca. ¿Puedo dejarlo entrar, por favor? Me está provocando dolor
de cabeza. No parece entender que no puede entrar a tu oficina cuando él
quiera.

James no pudo evitar una sonrisa. Eso sonaba como Nhoa.— ¿No le
has dicho que estoy ocupado?

—Lo hice. ¿Y sabes que dijo él? "Pero soy yo." Como si las reglas no aplicaran para él. -Ella no podía contener el disgusto fuera de su voz.
La sonrisa de James desapareció.

—Suficiente, Alice. Déjalo entrar.

James colgó, su ánimo tornándose ácido. Sabía que Alice tenía buenas
intenciones. Ella era sólo un poco sobreprotectora con él y nunca le había gustado Nhoa. Para ser justos, Nhoa no era todo sol y arcoíris: él podía ser un poco idiota con la gente que no le importaba -que era la mayoría de la gente- pero era ferozmente leal a aquellos pocos que le importaban.

La puerta se abrió y Nhoa entró en la habitación, vestido con su conjunto
azul de entrenar. Él se dejó caer en la silla grande al otro lado del escritorio
de James.

—¿No se supone que deberías estar entrenando? —preguntó James.

Nhoa podía ser una de las estrellas del equipo, pero incluso él no podía
salir del entrenamiento sin una buena razón.

—Sí.

—¿Estás lastimado?

Nhoa atrapó su labio inferior con sus dientes. —Mi espalda baja todavía
me duele un poco después del golpe que recibí la semana pasada. Necesito
un masaje.

James lo estudió por un momento. Conocía al cuerpo de Nhoa mejor
que al suyo propio y atestiguaba que el dolor estaba ausente, lo que
significaba que Nhoa simplemente quería un masaje. Y por lo general
deseaba un masaje cuando quería consuelo pero nunca lo admitiría.

—Kelvin es el kinesiólogo de turno en este momento, —James dijo
suavemente.—Pídeselo.

Nhoa frunció el ceño.

James soltó una carcajada.— Te das cuenta que ya no soy tu kinesiólogo,
¿cierto?

Nhoa esbozó una sonrisa.— ¿Qué? ¿Demasiado importante para ello?

—Precisamente. —James se puso de pie y se dirigió al cuarto de examen
contiguo.—Está bien, vamos. Tira la camisa y súbete a la camilla.

Para el momento en que él hizo aparecer una botella de aceite para masajes, Nhoa ya estaba en la camilla.
James trabajó el aceite sobre sus palmas y lo extendió sobre la espalda de Nhoa, deslizándolas sobre las curvas de sus omóplatos con una practicada eficiencia.

Quizás algo enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora