Prólogo

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Contar ovejas no funcionó.
Nhoa se giró sobre su espalda con un suspiro. Él escuchó la respiración de
Nancy, tratando de dejar que lo amodorrara hasta dormirse.

Eso no funcionó, tampoco. Su novia podría estar durmiendo a su lado, pero la persona que ocupaba su mente estaba abajo, emborrachándose.

James.

Su mejor amigo.
Suspirando de nuevo, Nhoa se sentó y enterró sus dedos en su pelo.
Retuvo el aliento y forzó su audición. La casa estaba completamente
silenciosa. Habían pasado horas; a lo mejor James había finalmente ido a
acostarse. Y a lo mejor todavía estaba bebiendo frente a la chimenea.

Apretando la mandíbula, Nhoa miró hacia la puerta.

Él no debería. No debería ir abajo. Eso no cambiaría nada. No había nada que él pudiera hacer por James.

Después de todo, él era la razón por la que James estaba bebiendo.

¿No ves lo cruel que es ésto?

¿No te importa?

Lo estás quebrando...

La voz del primo de James resonó en su mente, una y otra y otra vez, cada
palabra como un puñetazo en el plexo solar.

Nhoa cerró los ojos, tratando de bloquearlo. Él no tenía intención de
revelarle a Jared que sabía acerca de los sentimientos de James por él.
No se suponía que lo supiera nadie. No se suponía que James debiera
saber que Nhoa lo sabía. Ahora, Nhoa no podría dejar de preocuparse.

Jared había prometido no decirle nada a James, pero Nhoa no estaba seguro de poder confiar en el tipo -se lo veía bastante enojado más
temprano esa noche-.

"Él no es tú padre.Él no es tú hermano mayor.Él no es un monje.Él es un hombre saludable en su mejor momento. Si lo amas tanto como afirmas, dejarás de ser una pequeña mierda egoísta y lo dejarás ir."

Jared tenía razón, por supuesto:

Nhoa era heterosexual, tenía una novia que amaba y no podía darle a James lo que quería. Lo correcto sería
decirle a James, que él sabía sobre los sentimientos de James por él -y
que cualquier cosa entre ellos era imposible-. Hubiera sido más amable
permitir a James dejarlo y encontrar a alguien más para amar.Excepto que Nhoa no podía dejarlo. Incluso pensar en ello hacía que su estómago se retorciera en un nudo doloroso y una oleada de pánico le atravesara todo su cuerpo. Dios, esto estaba tan jodido. Le había dicho a Jared la verdad: realmente se alegraba de no ser gay.

Si él era así de necesitado y dependiente, cuando no quería a James de ese modo, Nhoa no podía imaginar la pegajosa ruina que habría sido, si él realmente quisiera a James de esa manera. Era lo suficientemente malo ya.

Por el amor de Dios. Él era una estrella del fútbol en ascenso y millonario. No se suponía que se sintiera de esa manera aún. Ya no era un adolescente.

Ya no estaba paralítico. No se suponía que todavía sintiera como que James
fuera su ancla.

Él tenía dieciséis años cuando se dañó la columna vertebral durante algún
partido amistoso sin importancia, aquí en los Estados Unidos. El club lo había colocado en el centro de rehabilitación donde James estaba haciendo su residencia, y James había sido asignado como su fisioterapeuta. Durante diecisiete largos meses, él había sido su mundo: él había sostenido la mano de Nhoa mientras trataba de mover sus extremidades, limpiado el sudor de la frente de Nhoa, lo había animado y elogiado cada pequeño logro suyo. Todo el mundo había pensado que la carrera de Nhoa había terminado antes de que incluso hubiera comenzado adecuadamente -los médicos no eran optimistas sobre sus posibilidades de caminar de nuevo, mucho menos de regresar al fútbol- pero James le hizo creer que podía hacerlo.

Quizás algo enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora