Capítulo 7

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A su llegada a la torre de Gryffindor (un viaje que Remus hizo por inercia, saltando los escalones falsos donde debía y evitando incluso a Peeves y a sus burlas sin estar atento de su alrededor), Remus eludió a sus tres amigos cuchicheando alrededor del fuego y subió a su dormitorio brincando los peldaños de dos en dos para ahorrarse cualquier conversación en donde quisieran incluirlo.

Con prisa se cambió de pijamas y consideró saltarse la cena para mejor caer de cara en la almohada, cerrar sus cortinas y dormir, o mejor aún, fingir que dormía y analizar su día, cuando de pronto se abrió la puerta del cuarto, y sin necesidad de girarse Remus supo de quien se trataba.

Ventajas de su licantropía eran sus sentidos ultradesarrollados que le permitían una excelente visión nocturna, más fuerza de la que se le podía dar crédito a pesar de su figura delgada, un agudo sentido del oído, pero también... Una nariz que podía detectar un sinnúmero de aromas. Y aquel que detectó al instante con su combinación de aceite para pulir escobas, cuero, productos para el cabello, y también menta y un ligero toque de sudor personal, no podía ser de nadie más que de Sirius.

—Moony...

—Ni una palabra.

—¿Tan mal fue?

—No, en realidad... no. —Remus se encogió de hombros y se giró para enfrentarlo, aunque ni por todo el oro de Gringotts pudo mirarlo a los ojos.

—¿Qué pasó después de que nos marchamos?

—Nada.

—Oh, vamos.

—En serio, nada. Lawrence no dijo nada, y cuando volvimos de regreso al castillo me llevó aparte y-...

—Lo voy a matar —gruñó Sirius, haciendo crujir sus nudillos.

—Me entregó una barra de chocolate y me besó.

—Maldito hijo de-...

—No tienes por qué ser tan dramático. Fue en los dedos —interrumpió Remus la tirada de Sirius, que se calló de golpe.

—¿En los dedos?

—Ajá.

—Eso es...

—No lo digas. Ni yo mismo lo entiendo. Ahora mismo sólo quiero recostarme y fingir que eso no pasó jamás.

—Entonces... Deduzco que Lawrence no te atrae de la misma manera que tú a él —aventuró Sirius sus conjeturas al aire.

Remus suspiró, y sentándose en su cama, volvió a encoger los hombros. —¿Y qué manera en esa? No me dijo nada más. Y me da miedo suponer algo que no es y hacer el ridículo frente a él. Es extranjero, quizá se confundió o-...

—Sus miradas de esta tarde y otras más dicen más de lo que crees, Moony —dictaminó Sirius, sentándose a su lado y pasándole un brazo por la espalda—. Pero lo vas a rechazar, ¿correcto?

—Eso si es que se declara en serio.

—Y por supuesto que lo hará. Eres tú, Remus Lupin, así que puedes dar por sentado que antes de vacaciones de Navidad ya lo habrás mandado lejos igual que si de una bludger se tratara.

—No empieces con analogías de Quidditch. Eso es más del campo de James.

—Cierto, pero-...

—Además —agregó Remus con dolor patente en su voz—. ¿No es un poco engreído de mi parte pensar que Lawrence me ve de esa manera siendo que...?

No hubo necesidad de explicaciones, pues por inercia se había llevado Remus la mano al rostro, y se tocaba una de sus cicatrices más recientes.

Ya fuera porque en verdad las marcas de su cuerpo eran espantosas y aterrorizaban a cualquier potencial pareja o simplemente su vida amorosa todavía no había comenzado, a Remus le atacó de pronto el pánico de haberse dado más importancia de la que en realidad tenía con ese asunto, y-...

—Remus, respira —le dijo Sirius, moviendo la mano en movimientos circulares por su tensa espalda—. Te vas a provocar un síncope o algo así si entras en pánico.

—Pero...

—Aunque me pese decirlo —dijo, y en verdad dio la impresión de dolerle por el modo en que apretó los dientes para expresarse—, Lawrence no siente por ti sólo una amistad platónica. Me di cuenta desde aquella tarde que nos esperaste después de detención con McGonagall.

—¿A pesar de mis...? —Insistió Remus, que recorrió con el dedo índice su cicatriz más grande que le surcaba toda una porción de mejilla.

—¿Y por qué tendría que influir? Eres... —Sirius tragó saliva—. No me harás decirlo, ¿o sí?

Remus agachó más la cabeza.

—Vale, eres... Una de las mejores personas que jamás he conocido. Inteligente, divertido, interesante, y con un sentido del humor único. ¿Y qué si tienes un par de cicatrices aquí y allá? Eso no cambia quién eres en realidad.

—¿Sólo un par?

—Ok, una docena... o dos... Pero mi punto es que quien te quiera te apreciará por tus cualidades, y no tendrá tiempo para fijarse en tonterías como un par de marcas que tengas a la vista. Y si además es alguien como yo, sabrá encontrar la belleza en cada cicatriz, ¿ok?, porque tienen su encanto a su manera.

—La belleza, vale —resopló Remus con incredulidad, pero no ahondó en el tema ni en las posibles implicaciones de esas palabras porque no estaba de humor para hundirse en la conmiseración de sí mismo, y mejor optó por recompensarse de la mejor manera que conocía: Un chocolate.

Con un último suspiro volvió Remus a recuperar la tranquilidad, y Sirius no perdió oportunidad en darle un último apretón antes de soltarlo.

—Me imagino que esa es tu cara de 'quiero un chocolate y lo quiero ahora mismo', ¿eh? —Adivinó sin problemas.

—Exacto —dijo Remus, que sacó la barra que le entregara Lawrence antes de que Sirius pudiera hacer lo mismo con la enorme bolsa que de pronto apareció de entre los cortinajes de su cama—. Merlín... ¿Cuándo compraste eso?

Sirius balanceó la bolsa entre sus dedos y tuvo la decencia de lucir apenado. —Después de mi berrinche de esta tarde. Volví a Honeydukes para disculparme contigo —enfatizó—, pero ya te habías ido con Larry, así que pensé que mi mejor jugada sería comprar un kilo de chocolate y pedir por lo mejor.

—No debías de molestarte —dijo Remus, a quienes los regalos le ponían siempre en el apuro de no tener los fondos necesarios para corresponderle. Especialmente cuando se trataba de Sirius o de James, quienes provenían de hogares con abundantes galeones a su disposición para gastar.

—¿Qué, por un par de chocolates? No bromees, Moony.

—Guárdalos para la siguiente luna llena. Hoy ya tengo el mío —desestimó Remus su obsequio, e ignorando la expresión apaleada de Sirius, procedió a romper el empaque que recubría su barra de chocolate, sólo para descubrir que no podía—. Oh no...

—¿Qué ocurre?

—Es de esas barras con mensaje secreto, y el sello no se romperá a menos que lo adivine antes.

—¿De qué se trata? ¿Cuáles son las pistas?

Remus giró el empaque y leyó las instrucciones. Al parecer no era complicado. Lawrence había comprado la barra de ocho piezas, y eso le otorgaba una letra por cada una, así que era sólo un mensaje de ocho partes que tenía por delante para descifrar.

Pan comido, o mejor dicho, chocolate por comer.

Sobre el empaque, flotando por encima del celofán, había ocho letras listas para ser reacomodadas en orden.

—Sirius, Remus —interrumpió Peter su charla, abriendo la puerta y metiendo sólo la cabeza—. James y yo iremos a cenar, ¿nos acompañan?

Ante el prospecto de una cena sustancial en lugar de sólo chocolate, Remus cambió sus prioridades, y dejó la barra sobre su cama.

—¿No te interesa más ver qué mensaje secreto dejó Lawrence para ti? —Preguntó Sirius mientras que Remus se ponía la túnica encima de su pijama.

—Seguirá ahí en media hora cuando volvamos, así que en marcha.

Y a regañadientes, Sirius le siguió como perro fiel.

Con C de Celos y Cicatrices [Wolfstar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora