Capítulo 12

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Hizo falta varios días y mucha persuasión de Sirius para que Remus accediera a abordar el tema de Lawrence, y fue sólo porque de por medio su amigo lanzó una amenaza velada de hechizar al Hufflepuff y por medio de tortura obtener una confesión exacta de qué le había hecho.

Con James dando unas vueltas en su escoba sobre el campo de Quidditch y Peter entablando conversación con una Ravenclaw de curso inferior que estaba en las gradas inferiores, Sirius y Remus subieron todos los peldaños hasta posicionarse en lo más alto, listos para la tan temida charla que por casi una semana habían conseguido evitar.

—¿Y bien? —Inquirió Sirius, que buscando calor humano se pegó a Remus muslo contra muslo.

El mismo Remus deseó hacer lo mismo con esa naturalidad. Después de todo estaban a considerable altura, y sin barreras ahí afuera el viento de octubre cortaba igual que navajas contra la piel. De poco les había servido enfundarse en sus capas y llevar puestas bufandas con los colores de su casa, porque el clima de ese otoño venía cargado con pronósticos de un invierno glacial, y en realidad no había sido su mejor idea mantener esa charla en el exterior.

—Remus —llamó Sirius la atención de su amigo, que había permanecido callado y con la mirada fija en sus rodillas—. Habla conmigo, dime qué pasó exactamente y así sabré qué medidas tomar en contra de quien te haya hecho cualquier daño.

—Si te refieres a Lawrence, él no ha hecho nada. O al menos nada que merezca tu intervención.

—¿Y se supone que debo de creer eso cuando en la última semana no te has vuelto a reunir con él?

—Nos... estamos dando un tiempo —dijo Remus emulando una calma que en realidad no sentía—. Aquel viernes que nos vimos en el invernadero...

—¿Sí? —Le presionó Sirius a seguir, y a Remus no le pasó por alto el brazo que éste le echó sobre los hombros para hacerlos entrar en calor.

—Lo rechacé.

—Oh.

—Y él lo tomó con calma porque...

—¿Porque...?

—Porque se percató de que me gusta alguien más.

Sirius soltó un quedo jadeo de sorpresa, y Remus se forzó a continuar incluso si el extraer cada palabra de su interior era como un cuchillazo.

—Ni yo mismo lo sabía, pero cuando Lawrence lo mencionó... Todas las piezas encajaron y...

—¿De quién se trata?

Remus ladeó el rostro en dirección opuesta a Sirius. —Preferiría no decirlo.

—Es alguien de Slytherin, ¿no es así? Porque si no entonces-...

—No, no es nadie de Slytherin —dijo Remus en un tono bajo—, y lo mejor será que no preguntes.

—Pero Moony...

—Basta, Sirius —dijo Remus, y su voz no admitió réplicas.

Consciente de que habían estado a punto de cruzar una línea, tanto Remus como Sirius se soltaron, y juntos aguardaron un par de minutos hasta que la tensión volviera a bajar a niveles soportables.

En el caso de Remus, también incluyó ponerle un alto a los nervios que se le arremolinaban en el estómago, y que tenían más que ver con la cercanía de su amigo, el aroma de su cabello ondeando al viento, y el calor que emanaba de su cuerpo y de manera indirecta le calentaba un poco más en el costado que tenía cerca de él que en ese otro que quedaba expuesto a la intemperie.

Porque lo amaba, sí, y resultaba casi ridículo haber albergado toda clase de sentimientos por Sirius sin haber sido consciente de ello hasta que Lawrence se lo había señalado. Él, un simple espectador a quien sólo le había bastado un mes de su compañía para leer como si de un libro se tratara, aquellas emociones que albergaba por uno de sus mejores amigos. Que fuera o no cierto que Sirius sentía lo mismo por él, a Remus le mortificaba la transparencia de su amor y la posibilidad de que más personas estuvieran al tanto de su secreto.

Había bastado sólo un pequeño movimiento para que bajo la luz de sus afectos más íntimos apareciera Sirius, que siempre había estado ahí, a la sombra, pero presente, y que ahora era el foco de atención de Remus, quien apenas meses atrás había creído que su atracción por su mismo sexo era fuerte, pero no había llegado siquiera a imaginarse la intensidad de su amor una vez que tuviera a una persona en concreto sobre quién enfocarse.

En una dualidad que lo incluía a él y al lobo que dentro de sí habitaba como un subalterno durante 27 días de cada cambio de luna, Remus se encontró deseando a Sirius en cada acepción de la palabra, y doliéndose también de cada manera posible porque no estaba en sus posibilidades hacerlo realidad.

Un gemido gutural escapó de los labios de Remus ante aquella triste resignación, y a Sirius no le pasó por alto aquello, pues era él antes que nadie más quien consideraba el bienestar de su amigo por encima del suyo propio y se tomó como tarea solucionarlo.

—¿Tienes frío? Porque podríamos bajar y-...

—No, se está bien aquí. —«No es lo ideal, pero es algo», pensó Remus, indeciso de si se refería a su entorno o a ellos dos.

—Pero tus labios están amoratados —lo sorprendió Sirius con su observación, y Remus se pasó la lengua por inercia sobre los mismos, aliviando la sequedad que sentía aunque fuera momentáneamente—. Igual tú.

—Cuando volvamos les pediré a los elfos domésticos que nos preparen una jarra con té.

—Y galletas de chocolate.

—Eso por descontado, Moony.

—Bien.

—Muy bien.

Y aunque en realidad estaban lejos de estar 'bien' entre sí, al menos fue un buen comienzo.

Con C de Celos y Cicatrices [Wolfstar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora